Y por fin llega la última parte de este relato de suspenso, con un desenlace que nos dejará, sin dudas, boquiabiertos.
Si no has leído la primera y segunda parte, comienza aquí: Traiciones múltiples I
Traiciones múltiples III
Agatha pasaba noches enteras en vela pensando lo que pasó en esa cama cuando ella estaba ocupada en su recuperación. Encima ella estaba enfocada en volver a caminar. No era que se había ido de vacaciones y había dejado las cosas en manos de otros. Estaba en silla de ruedas, necesitaba toda su energía para sanarse y estos desgraciados se habían aprovechado de ella en ese momento. Y no eran desconocidos, ni siquiera simples amigos. Eran las personas que ella consideraba de su familia. Charlie, hijo de su adorada amiga, que estaría revolcándose en la tumba viendo lo que su hijo estaba haciendo. Norah, a quien le había dado un provenir, una carrera, su confidente, su mano derecha. Carmen, su más estrecha colaboradora, por tantos y tantos años.
Era algo horriblemente doloroso y Agatha no podía más.
En efecto, como había adelantado Mrs Wittingham, en esos días Carmen vino con la novedad que se volvía a Colombia. Agatha sabía que estaba mintiendo pero la dejó creer que le creía.
Antes que Carmen se fuera, Agatha decidió juntarlos a los tres.
-Los quiero tener enfrente y hablarles –le contó a George por teléfono.
-Me ofrezco para estar presente, si querés.
-Sí, buena idea, sólo que prefiero comenzar sola. Yo los voy a citar a las tres de la tarde, vos venite tres y media.
-Ok, como quieras, quedamos así. Nos vemos más tarde.
Eran las dos de la tarde de ese viernes cuando le dijo a Carmen que preparara algo de comer porque a las tres venían Norah y Charlie.
-Yo me voy a bañar –agregó dejando a Carmen en la cocina y yéndose a la otra punta de su departamento.
Más tarde, Carmen dijo a la policía que no había escuchado nada. Cuando llegó George a las tres y media, encontró la ambulancia y la policía en la puerta, tomando declaración a John.
-Oh, señor George, una tragedia –exclamó John llevándose las manos a la cabeza.
-¿Cómo, qué pasó? –preguntó desesperado al tiempo que vio cómo sacaban a Agatha en camilla, toda ensangrentada, con oxígeno y 3 paramédicos alrededor.
-¿Usted es el marido? –preguntó un médico.
-No, un amigo de familia –contestó George en lágrimas. ¿Cómo está?
-Hay que trasladarla enseguida, la herida del cuchillo le provocó una terrible hemorragia.
-¿Cuchillo? –dijo George ahogado.
-Esperemos que recobre la conciencia. Por el momento no puedo decirle si sobrevivirá. Lo lamento.
George corrió hacia arriba como una furia.
-¿Qué hicieron, hijos de mil puta? –gritó con toda su fuerza.
-Nada, nada –contestó Charlie llorando-. Fue ella que intentó suicidarse. Se clavó un cuchillo en las costillas.
-¿No ve que llamamos la ambulancia? –atinó a decir Carmen.
-Las van a pagar, hijos de perra –vociferó George.
-¿Cómo se atreve, viejo de mierda, a dudar de mí, que soy su amiga desde hace veinte años? –gritó Norah enfurecida.
-Sí, flor de amiga que le cagaste la empresa y cogiste en su cama con este idiota. ¿Qué estaban preparando ahora? ¿Sacársela de encima?
Los tres quedaron pálidos. El pasillo era un caos de policía científica, todavía se veía la mancha de sangre en el piso. Vio como un agente se llevaba la bata del baño en una bolsa y vio a otro recogiendo el pulóver blanco peludo del suelo.
-¿Por qué se lleva eso?
-Porque lo tenía sobre el cuello.
-¿Arriba de la bata?
-Sí –contestó el agente sin dar más explicaciones.
La policía se llevó a todos para indagar, George incluido que quedó libre de sospechas ya que Charlie había llamado a la ambulancia antes de que la policía y el portero lo vieran llegar y además contó todo lo que sabía. Hubo una exhaustiva investigación policial en la cual fueron fundamentales las declaraciones de María, Mrs Wittigham y John, todas personas creíbles que querían bien a Agatha y que sabían de las patrañas de los tres sospechosos.
Habían encontrado a Agatha tirada en la puerta del baño con una puñalada en las costillas y su mano izquierda sobre el mango del cuchillo. La bata blanca de toalla había chupado la sangre que aún salía a borbotones cuando llegaron los paramédicos. En el cuello y sobre su boca, tenía el suéter blanco peludito. Norah, Charlie y Carmen intentaron cubrirlo todo como un suicidio pero no cuadró, primero porque Agatha no era zurda y era su mano izquierda la que empuñaba el cuchillo. Segundo, porque – desde un punto de vista psicológico –nadie se pega una ducha antes de suicidarse.
La investigación de la policía científica dio como resultado que el cuchillo tenía huellas de Carmen y el suéter huellas de Charlie y Norah. Parecía que habían intentado sofocarla para que no gritara mientras Carmen le clavaba el cuchillo. Después le habían colocado su mano izquierda sobre el mango para hacerlo parecer un suicidio. Las conclusiones fueron que querían matarla para quedarse con la casa y con la totalidad de la empresa. El poder habilitaba a Charlie a realizar cualquier tipo de operación. Sólo necesitaban sacarla del medio. Así fue que terminaron los tres en prisión con una carátula abierta por homicidio.
Agatha seguía en coma en terapia intensiva y George la visitaba todos los santos días y le confesaba su amor, porque estaba seguro que lo escuchaba. Finalmente, a los treinta y ocho días ocurrió. Agatha abrió los ojos y vio a George dormitando a su lado en un sillón. La alegría de George fue inmensa y mucho más cuando los médicos dijeron que estaba fuera de peligro y comenzó a recuperarse.
A los pocos días, Agatha ya estuvo en condiciones de hablar.
-No tenés que preocuparte por nada –le comentaba George- esos tres desgraciados están en prisión y no van a poder lastimarte nunca más.
-George... –dijo suavemente.
-¿Si?
-Tengo que hablarte, tengo que confesarte algo...
-Si, claro, decime... –se sorprendió
-Fui yo...
-¿Cómo?
-Fui yo, que quise suicidarme. Estaba muy mal, no daba más de dolor frente a todo esto que me estaban causando ellos y – como culpables – debían pagar ellos también.
-Creo que voy entendiendo...
-Entonces planifiqué todo. Usé un cuchillo de la cocina que obviamente tenía huellas de Carmen y con la mano izquierda, para despistar el suicidio.
-No lo puedo creer... brillante de tu parte, debo decir... ¿y lo del suéter?
-Como te dije, lo usé el día que fue a la empresa y que Norah y Charlie me abrazaron y me agarraron de los brazos para sentarme en ese inmundo sillón.
-Entiendo.
-Basto refregarme la boca y la nariz en él
-Querida... – dijo George con infinita compasión.
-Perdoname, me arrepiento de haber querido quitarme la vida, pero toqué fondo. Y no me importó nada, quería venganza.
-Es comprensible, Agatha. Lo único que falta es que te sientas culpable. Y creo que las intenciones de quitarte del medio las tuvieron.
-Sí, eso también pensé y por eso lo hice pero ahora me siento mal porque ellos están presos por un crimen que no cometieron. ¿Qué tengo que hacer?
-Podés dejarlos un tiempito más –respondió George con ironía.
-No –sonrió Agatha- creo que ya pagaron lo suficiente. Los perdono.
-¿Si?
-Sí. El rencor no sirve de nada. Mirá a lo que me llevó. ¿Quién se damnificó? ¡Yo misma! Si los perdono, soy libre, mi corazón podrá volver a volar.
George la escuchaba extasiado.
-Sos una mujer muy especial, realmente.
-Puede ser. Vos también sos un hombre especial. Decime - como abogado – qué tengo que hacer.
-Cuanto estés lista, llamo a la policía para tu confesión.
-Sí, lo estoy, pero antes...
-¿Si?
-¿Me ayudás a levantarme para ir al baño?
-¡Claro! A ver...
Agatha se incorporó y se sentó al borde la cama. George se paró frente a ella y la ayudó a ponerse de pie. Cuando quedaron frente a frente, él la abrazó con ternura y así quedaron un momento, hasta que George la tomó de la mano como para bailar. Suavemente empezó a tararear y la movió haciéndola girar con pequeños pasos.
-No podrás bailar line dancing, pero mirá qué bien nos sale el lento.
Agatha separó su cara y lo miró con infinita ternura y una pequeña chispa de pasión.
Fin
Mónica Gómez
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