Charla de café ~ Mónica Gómez

 

Mónica Gómez hoy nos presenta un cuento simple, un diálogo entre dos desconocidas, que surge de un inconveniente inesperado.

Charla de café I

Panzas, de más o menos meses. Eso es lo que se ve en la sala de espera del Dr. Petrelli, un muy renombrado obstetra de la ciudad de Milán. Letizia se acariciaba la suya mirando con dulzura a una pareja jovencita que hablaba en susurros mientras él no dejaba de protegerla con su brazo sobre su hombro. Gerardo ese día no pudo acompañarla pero normalmente estaba siempre. Amaban y deseaban ese hijo como nada en el mundo. Se volvió hacia la chica que tenía sentada al lado, que ojeaba una revista y mascaba chicle. Parecía una adolescente embarazada aunque mirándola bien, se le notaban sus veinte largos, quizás cerca de treinta.

La enfermera la sacó de sus pensamientos.
-Disculpen, señoras –comenzó-. Acaba de llamar el doctor para avisar que tuvo un parto de urgencia y que llegará atrasado de una hora y media. Si quieren pueden ir a tomar algo y volver. Se disculpa, pero bueno, tengan en cuenta que si la emergencia fuera de ustedes, querrían que las pacientes del consultorio comprendieran, ¿verdad?

-Ufff –rechinó la del chicle, tirando la revista sobre la mesita, mientras la parejita ya estaba yéndose.
-Y bueno, habrá que esperar... –se animó Letizia mirándola resoplar.
-Sí, esta bien, comprendo –dijo moviendo el chicle de un lado a otro- pero es una hora y media perdida –protestó.
-Sí, cierto... oye, ¿no quieres que vayamos a tomar un café juntas? Mi nombre es Letizia –invitó con una sonrisa.

La otra la miró de arriba abajo como si la notara por primera vez.

-Sí, ¿por qué no? –hizo un gesto de no dar importancia-. Yo soy Carla. Al menos charlamos y así, pasará el tiempo.

Entraron al barcito de al lado, Carla a la delantera con su intimidante metro y setenta largos. La panza apenas se le notaba, con la blusa suelta que alcanzaba a disimularla. Eligió una mesa en un ángulo, sobre la ventana y se sentó sin preguntarle a Letizia si estaba de acuerdo. Letizia se ubicó frente a ella.

-¿Qué tomas?
-Ah, sólo un café –contestó Carla-. Negro y sin azúcar –agregó-. Estoy a dieta estricta.
-Yo no puedo hacer ningún tipo de dieta. ¡Ya llevo ocho kilos ganados en cinco meses!
-Bueno, después recuperarás –contestó Carla, que esta vez miró a la mujer que tenía enfrente con atención. Tenía unas facciones muy finas, llevaba poco maquillaje y ese aire principesco que suelen tener algunas mujeres que vienen de buena cuna. Pidieron dos cafés y un pedazo de torta para Letizia.

-Eres de aquí de Milán, ¿verdad? –quiso confirmar Carla.
-Sí, se me nota en el acento, ¿no?
-Bueno, sí, pero se nota en el modo distinguido.
-¿Cómo? –rió Letizia-. ¿Cuál modo distinguido?
-Sí, quienes venimos del sur lo notamos enseguida.
-¿Calabria? –intentó Letizia aguzando el oído.
-Sí, ¿tanto se me nota? –expresó con actitud molesta.
-Bueno, es que estudié idiomas y soy bastante buena con los acentos. Pero además, ¿es una vergüenza?
-¿Para cuando esperás? –replicó la calabresa cambiando abruptamente el tema.
-Para fines de mayo.
-Uy, que casualidad, yo también.
-Pero a vos se te nota menos. Claro, es que como te dije, estoy comiendo y engordando como una vaca. Pero con mi marido estamos tan felices que no importa nada.
-Bueno, el cuerpo importa, ¿cómo que no? –afirmó Carla con una seriedad que dejó a la otra un poco perpleja.
-Sí, claro... pero quiero decir...
-Mirá –la interrumpió-. Discúlpame que te lo diga pero el hecho de ser madre no significa que la mujer deba volverse una cerda descuidada con olor a pañal y manchas de vómito en la ropa –sostuvo Carla casi enojada.

Letizia se preguntó si la descripción pertenecería a su propia madre, pero no se animó a preguntar. En cambio, le siguió la corriente.

-Claro, tienes toda la razón. Y yo no pienso convertirme en ese tipo de madre. Creo que desde ahora me pongo a dieta –rió, para aflojar el ambiente.
Carla sonrió.
-Discúlpame, a veces soy un poco brusca para decir las cosas. Mi mamá tenía seis hijos. Y mi papá se fue, dejándonos en la miseria. Vivía gorda, descuidada, con ropa sucia o agujereada, pero fue una excelente madre. Y lo sigue siendo. Yo soy una de las hijas del medio.
-A mí me hubiera encantado tener hermanos. En cambio soy hija única, mimada, consentida –admitió Letizia-. Aún hoy, ¡a mis veintiocho años! Y te imaginás con esto del nieto como están...
-Claro...-Carla bajó la vista mientras jugaba con la cucharita dentro de la taza vacía. Parecía triste.
-¿Vos te ves con tus hermanos?
-Cada tanto vuelvo a mi pueblo –contestó callándose una vez más.
-¿Cómo es que llegaste a Milán? ¿Estás casada?
Carla respiró profundo. Hizo una pausa mientras su mirada voló hacia el vacío.
-Ok, te cuento mi historia...

Continúa aquí con la parte 2: Charla de café II

Mónica Gómez

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