Discapacitados IV ~ Mónica Gómez

La vida de Estela parece ser un sinfin de sufrimientos. En este final, Mónica Gómez nos sorprende con una revelación inquietante.

Si no leíste la primera parte, comienza aquí: Discapacitados I

Discapacitados - Cuarta y última parte

-Muy bien, señora –dijo el inspector que la estaba interrogando en la comisaría, en esa oficina gris con olor a cigarrillo-. Necesitamos hacerle varias preguntas.
-Sí, entiendo –respondió Estela.
-¿Qué hora era cuando se produjo la irrupción de los malvivientes?
-Las nueve menos cuarto, lo recuerdo porque estábamos por comer.
-¿Pudo ver a estos hombres en la cara?
-No, estaban encapuchados.
-¿Qué fue lo que ocurrió?
-Les abrí, creyendo como una tonta que eran los del gas y en cuanto entraron me empujaron y me tiraron contra mi marido, que me abrazó intentando protegerme. Uno de ellos –hizo una pausa para limpiarse las lágrimas-, nos tenía amenazados, mientras el otro buscaba, revolvía y rompía todo
gritando ‘quiero la plata, dame la plata, hijo de puta’.
-¿Eso decía, se dirigía a su marido?
-Sí, ‘dame la plata, hijo de puta’. Mi marido gritaba que no tenía nada. Pero el energúmeno no escuchaba.
-¿Qué sucedió entonces?
-El tipo desapareció en la cocina –continuó con la voz quebrada-, y volvió con un cuchillo. Rompió el sillón mientras vociferaba: “decime donde tenés la plata o te lo clavo”. Mi marido volvió a decir que no tenía nada pero el tipo se le tiró encima –rompió en llanto-. Recuerdo que el otro gritó: “Boludo, ¿qué hiciste?” Y salieron corriendo.
-¿Tenía deudas su marido? –preguntó el inspector.
-Sí, había pedido un préstamo hacía unos meses pero no se a quién ni donde –comentó como con un brillo de esperanza-. ¿Habrán sido ellos, usted cree?
-Veremos, podemos extraer los datos que encontremos en el hard-disk de su PC.
-Ah, ¿tienen su hard-disk? –preguntó Estela un poco confundida.
-Sí, se están analizando los datos.

En la oficina contigua, otro oficial estaba interrogando a María, la vecina.
-¿Qué fue lo que escuchó?
-Escuché los gritos de Estela, que me llamaba y me golpeaba la puerta. Estaba terrible, pobrecita, y no es para menos...
-¿Y escuchó gritos de Esteban?
-No, yo escuché cuando ella vino a mi departamento, la verdad yo no escucho bien y tenía la tele prendida. Vea –dijo sonriendo-, yo vivo sola y la tele me acompaña y la tengo siempre prendida, por eso no escucho a los vecinos.
-Gracias, señora, puede retirarse-. Los hombres se miraron entre sí.

Unas horas más tarde, Estela estaba de frente al Inspector y al oficial que la habían interrogado.
-Señora, tenemos noticias –comenzó el Inspector.
-¿Sí? –dijo entusiasmada.
-Sí, encontramos a la persona que le había prestado dinero a su marido –hizo una pausa-. Su marido se la devolvió la semana pasada.
-Ah...
-Las pericias forenses dan como hora de la muerte las 20 horas, cuarenta y cinco minutos antes de la hora que usted indicó, señora –dijo mirándola fijo.
-Bueno, me habré confundido.
-No, creemos que no. Los cortes del sillón no fueron hechos con el cuchillo que mató a su marido sino con una tijera que luego encontramos en el baño.

Estela quedó sin palabras.
-También supimos –continuó el oficial-, que hace un año dieron en adopción a una beba. En el hard disk de su marido encontramos estas fotos –dijo mostrándole unas imágenes de una bebé en la nursery del hospital-. Carolina...
-Ahhh! – exclamó enojada Estela- ¿Ustedes también la tenían que mencionar? ¡Basta, basta, basta! –gritó tapándose las orejas-. Esteban la mencionaba todos los santos días. Se había arrepentido, ¿me entienden? –dijo mirándolos- ¿Qué pretendía, que estropeáramos todo lo bueno que habíamos construido entre los dos? ¿Para qué la querés?, le decía yo. ¿No somos felices con nuestras carreras, qué más querés? Pero no, él insistía, insistía –repetía la mujer con gesto furibundo-. Hasta que no pude más. Entiéndanme –dijo mirándolos a todos y poniéndose una mano en el pecho-, no podía vivir así.

Se hizo un silencio sepulcral que el Inspector rompió con su voz grave y seria.
-No se preocupe, ahora no tendrá que oír más ese nombre –dijo con repugnancia-, salvo en su conciencia, si es que tiene una.

Dicen que los chicos especiales vienen a la Tierra a dar amor a sus familias. Algunas personas están “discapacitadas” para recibirlo.

Fin

Mónica Gómez

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