Aspirinas -Parte 4 ~ Mónica Gómez

Mientras Carlo dormía, su amante encuentra dos millones de euros en su valija. La madre de Carla le cuenta el chisme del pueblo: que Carlo ha estafado gente y está en fuga con mucho dinero. La muchacha, en medio de una horrible confusión, tiene sentimientos encontrados sobre este hombre al cual cree conocer y amar.

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Aspirinas - Parte 4

Mientras tanto, en San Giuseppe del Monte, la noticia estaba corriendo obviamente por todos los rincones y los clientes del banco estaban agolpados en el hall esperando saber si sus dineros aún se encontraban allí o no. Entre ellos, Gerardo, que al ver la enorme cantidad de gente preguntó qué pasaba. Para no esperar, salió disparado al negocio a controlar su cuenta por Internet. Mientras daba grandes pasos, pensó en Carla, pero primero quería tener más información para darle. Uf, qué alivio, estaba todo. Claro que no era mucho, era sólo la cuenta que usaba para el negocio que no solía tener más de diez mil euros que entraban y salían. Sus ahorros, por suerte, los tenía en otro lado. Volvió al banco. Sus clientes y amigos estaban allí.

Carla entró en la habitación justo en el momento en que Carlo despertaba.

-Shh… -murmuró él –quedate ahí donde estás que al contraluz y con esa camisola, parecés una diosa griega. Dios mio, ¡qué hermosa sos! ¿Cómo es que estás con uno tan feo como yo?
Al oír sus palabras de siempre, Carla pareció borrar por un instante la realidad de lo que se había enterado y saltó a sus brazos.

-Epa, estás muy pálida –dijo él cuando la miró de cerca.
-Sí, es que tengo un dolor de cabeza que me está matando –se excusó ella.
-Oh, pobrecita. Yo tengo aspirinas, andá y buscá en ese bolsito azul donde tengo las cosas de afeitar.
-Ah, bueno –contestó yendo al baño, sabiendo que no era así porque ya lo había revisado. Para su gran sorpresa, sí las encontró. ¡Qué increíble, que chiste del destino! Si las hubiera visto antes…
Se tomó dos de un saque.
-Mm… tengo un hambre –dijo él – Raro en mi, ¿verdad? –rió.
Carla salió del baño con el aspecto de alguien que hubiera sido aplastado por un camión.
-¿Te sentís bien? –preguntó preocupado.
-Sí, si, me tomé dos, ya se me pasa.

Se escuchó la musiquita de su celular.

-¿Tu mamá otra vez?
-No, es Gerardo –contestó mirando la pantallita.
-Ah, bueno, yo me voy a dar un baño –le dijo mientras ella respondía.
-Sí, Gerardo.
-Necesito hablar con vos pero tenes que estar sola, ¿Podés ahora? –dijo en tono un tanto desesperado.
-Todo hermoso por acá –respondió sonriendo mientras miraba a Carlo que se dirigía al baño-. Ah, necesitás saber dónde están los datos de los muebles de Gavino… sí –continuó fingiendo al tiempo que Carlo la saludaba cerrando la puerta del baño-. Sí, Gerardo, me llamó mi vieja –le contó mientras se encerraba en el balcón-, por favor, explicame bien lo que pasa.
-Tu enamorado es un flor de hijo de puta. Se afanó la plata que la gente ahorraba y le llevaba para invertir.
-No puedo creerlo. Debe haber alguna explicación.
-Mirá, a los Soriano les sacó 70.000 euros, justo ahora que le estaban por comprar la casa al hijo. A María, la viuda, le sacó la mitad. ¿Sabés cómo hacía? Los embrujaba con los intereses. Por ejemplo, Pasquale, que me lo contaba llorando, estaba juntando plata para comprarse un nuevo tractor y Carlo le decía que si hacía tal inversión le doblaba los intereses. Pero que a su vez, no lo comentara con nadie porque eran inversiones especiales, que él no podía hacer eso con toda la gente y que además, era mejor si le traía efectivo. Y así hizo con muchos.
-Claro, al entregar efectivo, la gente ahora no tiene cómo demostrar que ese dinero iba supuestamente al banco.
-Exacto. El banco se puede hacer cargo de lo que Carlo sacó de las cuentas cuando existe la prueba de que ese dinero fue depositado. Pero mirá, el caso de los viejitos que vinieron de la Argentina. Ellos mandaron el dinero desde allá, o sea, eso debería ser una prueba, pero la hija me decía desperada que al viejo hace poco ¡le hizo firmar unos papeles en blanco! ¿Te das cuenta? Se aprovechó de la confianza, de tantos años de conocimiento de la gente y ¡los estafó sin pestañear!
-No puedo creerlo –por primera vez estalló en lágrimas.
-Oime, estoy preocupado por vos, ¿qué vas a hacer?
-Tengo que contarte algo –dijo entre sollozos-. Yo encontré el dinero, está acá, lo tiene en una valija y creo que lo va a entregar a alguien pasado mañana -agregó atando cabos.
-Andá ya y denuncialo.
-Pero… ¡es Carlo!
-¡Tu Carlo es un hijo de puta, querida! ¡Sacudite por favor! –le gritó-. A todo esto, ¿dónde estás?
-En la Isla Milba.
-Ah, paraíso fiscal, si los hay. Oime –dijo con vos firme y decidida-, yo te voy a conseguir un abogado porque si vas directamente a la policía vas a quedar prendida vos también.
-Sí, es cierto… -dijo ingenua entrando en pánico.
-No te asustes, yo hablo con Gianni y te consigo un abogado de allá. Tenemos el día de mañana para engancharlo. Vos tratá de organizar algo para quedarte sola. ¿Dónde está ahora?
-En el baño pero ya lo escucho que está por salir.
-Ok, te mando mail más tarde. Si te llamo, quizás sospeche. Cuidate, por favor, te quiero mucho.

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Mónica Gómez

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