Charla de café II ~ Mónica Gómez

Carla y Letizia siguen con su charla mientras esperan al obstetra. ¿Quizás la actitud distante y antipática de Carla se irá diluyendo, a medida que le cuenta su vida a esta desconocida?

Si no leíste la primera parte comienza aquí: Charlas de Café I

Charla de café II

Desde chica siempre quise ser modelo –comenzó Carla-. La altura y la flacura me ayudaron y en cuanto tuve la oportunidad vine a Milán por un casting. Mi hermana mayor me acompañó y por suerte la agencia me tomó. Trabajé con ellos cinco años y en realidad me usaban más para escort que para modelo, pero el pago era muy bueno.
-¿Escort dijiste?
-Sí, significa que la agencia tiene una cartera de clientes VIP que llaman para pedir compañía. Por ejemplo, un directivo de una empresa tiene una cena de negocios y no quiere ir solo.
-¿Y por qué no lleva a la esposa? –indagó ingenuamente Leticia.
-Porque quizás es muy fea –rió Carla-. O bueno, también hay muchos que están solos, divorciados, gay, de todo. ¿Te sorprende conocer a una escort? –preguntó viendo la cara de asombro de Letizia.
-Es que nunca conocí a nadie. Sólo escuché lo que se dice por televisión.
-La cuestión es que así fue como conocí a mi marido, Ángelo.
-Ah, ¡mirá vos!
-Él estaba divorciado desde hacía poco, sin hijos. Es quince años mayor que yo y perdió la cabeza conmigo, se enamoró locamente.

Carla hizo una pausa y se acomodó en la silla, arreglándose el pelo.

-No sé por qué te cuento todo esto, Letizia. ¡Mozo! ¿Querés otro café?
-Bueno.
-Cuéntame de ti mejor.
-De mí... –suspiró Letizia-. Yo soy lo que podríamos llamar ‘una nena bien’.
-Pero simpática, humilde, agradable.
-Bueno, gracias. Es que mis padres son de origen humilde. Mi papá empezó a trabajar a los once años y fue juntando dinero hasta que pudo poner su propio negocio, una mueblería, que gracias a Dios y al apoyo de mi mamá, fue creciendo hasta convertirse en lo que es hoy, una gran empresa con varias sucursales por Italia.
-¡Qué bien!
-Y yo como te decía, nena mimada, estudié idiomas, alemán e inglés, y me especialicé en traducción.
-Uf, yo soy totalmente negada para las palabras. ¿Ves que ni siquiera se me pegó el acento milanés?
-Es verdad, te lo dije. Bueno, un día me llamaron de una empresa alemana con sucursal acá en Milán para una traducción simultánea. Y ahí fue donde conocí a Gerardo, uno de los gerentes. Fue amor a primera vista y hace ya cinco años que estamos juntos.
-Coronando el final feliz con un hijo –acotó Carla con un dejo de ironía, mirándole la panza.
-Sí –asintió Leticia acariciándosela.
-O sea que tienes plata de tus padres y a su vez te casaste con uno de plata.
-Sí... – titubeó Leticia sin entender-. ¿Por que lo dices? ¿Tú te casaste con Ángelo por la plata?
-¡Por supuesto! –confesó con una sonrisa socarrona. Después de tanto sufrimiento y penurias pasados en mi familia, yo quería ser distinta, quería ser mejor y vi en él mi salvación.
-Pero casarse por eso...
-¡Sí! ¿Qué tiene? –casi gritó Carla-, para ti es fácil decirlo porque siempre tuviste todo servido en bandeja, nunca tuviste que lidiar con tres hermanitos que tu mamá deja a tu cargo mientras todos los que están en edad se van a tratar de conseguir algún trabajo o una changa o algo, con tal de que haya comida esa noche. Y aclaro ‘a la noche’ porque hubo muchas épocas en que se comía sólo una vez por día. ¡Qué sabrás tú de todo eso!
-Tienes razón, no tengo la menor idea. -Ambas miraron por la ventana como para evitarse por un momento-. Me doy cuenta que sufriste muchísimo –prosiguió Leticia con cuidado- y lo lamento.
-Gracias. Tú eres distinta.
-¿O sea?
-Sí, es que yo tengo un prejuicio contra la gente como tú, entre comillas. Conozco a las esposas de compañeros de mi marido y otras mujeres de dinero que se creen más que yo, sólo por eso. Tuve que soportar muchos desprecios por parte de esa gente. ‘Trepadora’ es lo más suave que me han dicho.
-¿Y acaso lo eres?
-Bueno, debo reconocer, como te decía, que me casé para mejorar mi situación pero con el correr de los meses, Angelo terminó conquistándome con su amor, su paciencia, su consideración. Y ahora estamos bien, muy bien, y es por eso que decidimos tener un hijo.
-Ah, pero entonces... –levantó su dedo índice-. Tú también coronas tu historia con un final feliz.
-Sí, es cierto –aceptó Carla sonriendo-. Lo que pasa es que mi pasado me afectó mucho. Durante años tapé todo el dolor y la humillación de la pobreza con esa actitud arremetedora de querer ser mejor.
-Claro, como una forma de decir: Voy a salir de donde estoy y cumplir mis objetivos, caiga quien caiga.
-Exacto. Y esa actitud arrogante, si se quiere, me acompañó hasta que quedé embarazada y me empecé a aflojar.
-Ah, sí, un hijo te hace cambiar la forma en que ves la vida.
-Sí, es cierto. Es lo que me pasa. Ahora, ¡hablando contigo me doy cuenta! Ya no quiero llevarme nada por delante. Ya no detesto mis orígenes. Ya no importa si estoy o no podrida en plata. Sólo pienso en mi bebé. Que tenga felicidad y paz.
-Claro, es lógico. Yo digo que como mamá quiero poder acariciar las alas de mi hijo para que vuele libre.
-Qué lindo eso...

Ambas callaron, cada una sumida seguramente en un pensamiento acerca del bebé que nacería.

-Gracias –la sorprendió Carla.
-¿De qué?
-Nunca hablé de estas cosas, así con tanta claridad. Me sirvió mucho conocerte.
-¡Me alegro! A mí también me gustó esta charla.
-¡Uy! –saltó Carla mirando el reloj-, tenemos que volver. Déjame pagar a mí.
-No, no, deja...
-Sí, sí, la próxima pagas tú –insistió con una mirada de afecto.
-Está bien, me parece bárbaro que lo repitamos–replicó Letizia devolviéndole la mirada.

Volvieron al consultorio.
-Gracias, doctor, por haberse retrasado –comentó Carla cuando apareció el obstetra para hacerla entrar a la consulta.
-¿Qué? –contestó Petrelli sin entender, mientras las dos mujeres soltaron una carcajada que inundó la sala de espera.

Mónica Gómez

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Mónica Gómez hoy nos presenta un cuento simple, un diálogo entre dos desconocidas, que surge de un inconveniente inesperado.

Charla de café

Panzas, de más o menos meses. Eso es lo que se ve en la sala de espera del Dr. Petrelli, un muy renombrado obstetra de la ciudad de Milán. Letizia se acariciaba la suya mirando con dulzura a una pareja jovencita que hablaba en susurros mientras él no dejaba de protegerla con su brazo sobre su hombro. Gerardo ese día no pudo acompañarla pero normalmente estaba siempre. Amaban y deseaban ese hijo como nada en el mundo. Se volvió hacia la chica que tenía sentada al lado, que ojeaba una revista y mascaba chicle. Parecía una adolescente embarazada aunque mirándola bien, se le notaban sus veinte largos, quizás cerca de treinta.

La enfermera la sacó de sus pensamientos.
-Disculpen, señoras –comenzó-. Acaba de llamar el doctor para avisar que tuvo un parto de urgencia y que llegará atrasado de una hora y media. Si quieren pueden ir a tomar algo y volver. Se disculpa, pero bueno, tengan en cuenta que si la emergencia fuera de ustedes, querrían que las pacientes del consultorio comprendieran, ¿verdad?

-Ufff –rechinó la del chicle, tirando la revista sobre la mesita, mientras la parejita ya estaba yéndose.
-Y bueno, habrá que esperar... –se animó Letizia mirándola resoplar.
-Sí, esta bien, comprendo –dijo moviendo el chicle de un lado a otro- pero es una hora y media perdida –protestó.
-Sí, cierto... oye, ¿no quieres que vayamos a tomar un café juntas? Mi nombre es Letizia –invitó con una sonrisa.

La otra la miró de arriba abajo como si la notara por primera vez.

-Sí, ¿por qué no? –hizo un gesto de no dar importancia-. Yo soy Carla. Al menos charlamos y así, pasará el tiempo.

Entraron al barcito de al lado, Carla a la delantera con su intimidante metro y setenta largos. La panza apenas se le notaba, con la blusa suelta que alcanzaba a disimularla. Eligió una mesa en un ángulo, sobre la ventana y se sentó sin preguntarle a Letizia si estaba de acuerdo. Letizia se ubicó frente a ella.

-¿Qué tomas?
-Ah, sólo un café –contestó Carla-. Negro y sin azúcar –agregó-. Estoy a dieta estricta.
-Yo no puedo hacer ningún tipo de dieta. ¡Ya llevo ocho kilos ganados en cinco meses!
-Bueno, después recuperarás –contestó Carla, que esta vez miró a la mujer que tenía enfrente con atención. Tenía unas facciones muy finas, llevaba poco maquillaje y ese aire principesco que suelen tener algunas mujeres que vienen de buena cuna. Pidieron dos cafés y un pedazo de torta para Letizia.

-Eres de aquí de Milán, ¿verdad? –quiso confirmar Carla.
-Sí, se me nota en el acento, ¿no?
-Bueno, sí, pero se nota en el modo distinguido.
-¿Cómo? –rió Letizia-. ¿Cuál modo distinguido?
-Sí, quienes venimos del sur lo notamos enseguida.
-¿Calabria? –intentó Letizia aguzando el oído.
-Sí, ¿tanto se me nota? –expresó con actitud molesta.
-Bueno, es que estudié idiomas y soy bastante buena con los acentos. Pero además, ¿es una vergüenza?
-¿Para cuando esperás? –replicó la calabresa cambiando abruptamente el tema.
-Para fines de mayo.
-Uy, que casualidad, yo también.
-Pero a vos se te nota menos. Claro, es que como te dije, estoy comiendo y engordando como una vaca. Pero con mi marido estamos tan felices que no importa nada.
-Bueno, el cuerpo importa, ¿cómo que no? –afirmó Carla con una seriedad que dejó a la otra un poco perpleja.
-Sí, claro... pero quiero decir...
-Mirá –la interrumpió-. Discúlpame que te lo diga pero el hecho de ser madre no significa que la mujer deba volverse una cerda descuidada con olor a pañal y manchas de vómito en la ropa –sostuvo Carla casi enojada.

Letizia se preguntó si la descripción pertenecería a su propia madre, pero no se animó a preguntar. En cambio, le siguió la corriente.

-Claro, tienes toda la razón. Y yo no pienso convertirme en ese tipo de madre. Creo que desde ahora me pongo a dieta –rió, para aflojar el ambiente.
Carla sonrió.
-Discúlpame, a veces soy un poco brusca para decir las cosas. Mi mamá tenía seis hijos. Y mi papá se fue, dejándonos en la miseria. Vivía gorda, descuidada, con ropa sucia o agujereada, pero fue una excelente madre. Y lo sigue siendo. Yo soy una de las hijas del medio.
-A mí me hubiera encantado tener hermanos. En cambio soy hija única, mimada, consentida –admitió Letizia-. Aún hoy, ¡a mis veintiocho años! Y te imaginás con esto del nieto como están...
-Claro...-Carla bajó la vista mientras jugaba con la cucharita dentro de la taza vacía. Parecía triste.
-¿Vos te ves con tus hermanos?
-Cada tanto vuelvo a mi pueblo –contestó callándose una vez más.
-¿Cómo es que llegaste a Milán? ¿Estás casada?
Carla respiró profundo. Hizo una pausa mientras su mirada voló hacia el vacío.
-Ok, te cuento mi historia...

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Mónica Gómez

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