Un relato breve que nos deja pensando sobre la negación.

Feliz

Los leños ardían y las llamas eran bien visibles. Le encantaba la chimenea de la casa de su hija y cuando venía a visitarla – dos o tres veces al año ya que vivían a 800 km de distancia- solía sentarse con una copa de vino a simplemente observar los anaranjados y azules violáceos que danzaban.

-Mamá, tengo algo que decirte- comenzó Silvina.
-Sí, querida, te escucho. Dejame contarte primero de tus primos...

Eso era una manera de decir. Ema nunca escuchaba a su hija ni a nadie. Así era, lo decía pero no lo hacía. Toda la vida, los 28 años de Silvina habían sido así. Una madre que no escuchaba. En realidad, era una ventaja que vivieran tan lejos. Se había independizado de su madre a los 21, siguiendo su ansia impresionante de libertad. Su padre había fallecido cuando ella era chica y siempre había sentido la obligación hacia su madre, que la habia criado sola, haciendo sacrificios que le hacía notar. Ella estaba muy agradecida, pero también pensaba que era su deber de madre. ¿Por qué le debía hacer notar los sacrificios que hacía por ella? Además, su padre había dejado una buena herencia que permitió a Ema quedarse en su casa para criar a su hija. En fin, Silvina ya se había preguntado todas estas cosas y ahora quedaban en el pasado. Ahora había decidido finalmente mostrarse cómo era y que su madre supiera la verdad sobre su hija. Mientras Ema hablaba de los parientes, Silvina se acercó.

-Mamá, soy gay- dijo sin mirarla-. Hace dos años que tengo una relación con una mujer.
Ema se frenó, dejo la copa y miró fijo el fuego.
-Como te decía, tu primo....- siguió.

Mónica Gómez