Borracho II ~ Mónica Gómez

En este final sorprendente, se cruzarán las vidas de Marcelo, a quien conocimos en la primera parte, durmiendo su mona en un callejón, con Cristina. ¿Surgirá algo entre ellos?
Si no leíste la primera parte, comienza aquí: Borracho I

Borracho II

Cristina, la psicóloga que lideraba el grupo, había llegado a la comunidad unos años antes siendo una alcohólica perdida. No cargaba con ninguna historia trágica a sus espaldas, como normalmente sucede con la gente adicta. Venía de una familia muy humilde de una pequeña ciudad a unos 500 kilómetros de Valencia y sus padres trabajaban todo el día para poder llevar una vida decente. Por lo tanto, ella pasaba mucho tiempo sola, o con su abuela que ya era muy mayor y era más el tiempo que dormitaba que el que cuidaba de su nieta. Cristina se lo pasaba afuera, en la calle, y así es como terminó con malas compañías.

-Vamos, Cris, vente esta noche que nos chupamos unas cervezas que el loco se roba del negocio del tío.
-No sé si me dejarán salir...
-¡Pues escápate! Yo hago eso siempre, me escapo por la ventana.

Y así, a escondidas de sus padres, con unas cervezas que pasaron a ser vino y después cualquier cosa alcohólica que consiguieran sus amigos en desgracia, la adicción la fue sobrepasando hasta que un día sus padres no la pudieron despertar.

La comunidad la sacó a flote y no sólo no volvió a tomar sino que se puso a estudiar. Quería poder ayudar a los demás como lo habían hecho con ella y en tiempo récord se recibió de psicóloga y cumplió su sueño de volver a la comunidad, donde era feliz devolviendo algo de lo recibido. Sin embargo, un mes atrás, recibió una propuesta sumamente halagüeña, un puesto como jefa del Departamento de Psicología en una prestigiosa institución para adictos en Valencia, la gran ciudad a la cual nunca había tenido acceso.

-No puedes rechazar semejante oportunidad –la alentó el Director de la Comunidad cuando se lo comentó.
-Sí, lo sé –respondió un tanto acongojada- ¡pero este lugar me dio tanto! –agregó mirando a su alrededor con ojos tristes.
-Y tú lo has devuelto con creces ¡Cuántas personas pasaron por tus manos y hoy son alcohólicos recuperados! De corazón te lo digo... ¡Vete a Valencia!
-¿Tengo tu bendición entonces?
-Pero, ¡por supuesto! Ven aquí –la abrazó.

Era el miércoles unos minutos antes de las diecinueve horas cuando Marcelo dobló la esquina y se detuvo delante del portón que ostentaba el cartel “Segunda Chance” que en letras pequeñas rezaba: “Una comunidad para todos”. Se acomodó el cuello de la camisa y entró.

-Hola, Marcelo, ¡bienvenido! –lo recibió el director.
-Muchísimas gracias.
-Ven por aquí que te presento a la licenciada –dijo entrando en una pequeña oficina con un escritorio un poco derruido-. Cristina, Marcelo. Marcelo, Cristina. Entre nosotros no existen los títulos –agregó dirigiéndose al recién llegado-, nadie es más que nadie.
-Me parece perfecto –sonrió Marcelo.
-Encantada de conocerte –dijo ella estirando la mano para estrechársela.
-Lo mismo –contestó un poco tímidamente.

Al estrecharle la mano tuvo una cosquilla de atracción hacia esta mujer, algo que lo hizo sonrojar levemente. Sería su silueta armónica, su cabello rubio lacio recogido en una cola de caballo que dejaba caer algunos mechones sobre el rostro, como una rama de sauce llorón, o esa nostalgia en su mirada.

Hablaron un poco sobre el grupo y sus integrantes. Luego entraron a la salita donde los chicos estaban ya reunidos, sentados en círculo, alrededor de una silla vacía.

-Hola, gente –saludó Cristina trayendo en la mano otra silla-. Como ustedes saben yo voy a dejar la Comunidad para trasladarme a Valencia, así que les presento a su nuevo coordinador, Marcelo Pascal.
-Hola, chicos –saludó con seguridad mientras se escucharon varios ‘holas’ como respuesta-. Yo no soy alcohólico, pero lo probé. Quise saber qué se sentía cuando uno está tan lleno de esa sustancia que se adormece todo nuestro ser. Créanme que tuve un momento en mi vida en que el alcohol hubiera sido hasta mi amigo, pero yo considero que más vale vivir la vida despierto, aún con sus dolores y frustraciones porque de ese modo, siempre existe la esperanza de salir adelante –dijo a modo de presentación.

Esa tarde coordinaron juntos y justo antes de finalizar, entró el director.
-Perdón –interrumpió- Cristina, puedes venir un momentito.
-Sí, claro –contestó. Apenas salió, todo el grupo la siguió porque ya se sabía de qué se trataba. Uno de ellos tomó del brazo a Marcelo.
-Ven tú también. Es que le han preparado una fiesta sorpresa como despedida.

En efecto, la recepción estaba llena de globos, y habían juntado varias mesas y escritorios que contenían comida y bebidas –agua, gaseosas y jugos, claro. La atmósfera era alegre, festiva y los participantes del grupo hacían cola para saludarla y abrazarla. Evidentemente Cristina era una persona muy apreciada.

Marcelo la miraba de lejos. Había algo en ella que no podía definir. Sabía que no se volverían a ver, ella viajaba a Valencia al día siguiente y él comenzaba un nuevo trabajo. Entre sus vidas, sólo hubo un roce, un guiño. Pero eso era sólo un detalle. Por fin su corazón dormido, borracho de dolor, comenzaba lentamente a abrirse hacia un despertar.

Mónica Gómez

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