La manzana ~ Mónica Gómez

Se encontraba Eva en un claro del bosque paradisíaco juntando flores para decorar su cueva. Ocupada con las malvas silvestres y las petunias, no vio que se acercaba una serpiente.

-Hola mujer, ¿quién sos? –preguntó el animal.
-Soy Eva, la hija preferida de Dios.
-¿De quien?
-De Dios, de mi padre. ¿Acaso no escuchaste hablar de él?
-Ah, sí, aquél que hizo al hombre... -respondió la serpiente.
-No es verdad, ¡primero me hizo a mí! –aseveró con suficiencia.
-No es lo que se dice por ahí...
-¡No sabes nada! ¿A qué viniste?
-A maldecirte.
-Ah, qué bien, te agradezco la honestidad
-Y también a traerte una manzana para que seamos amigas –se contradijo con una sonrisa.
-No, gracias, no me gusta la fruta.
-¿Cómo??? –se enfureció la serpiente.
-Que no me gusta la fruta.
-Pero esta que te traigo yo es muy sabrosa –la sedujo, al tiempo que la manzana roja y brillante parecía mostrar una mueca de placer.
-Es que no me gusta, ¿no lo entendés? Yo sólo como carne de los animales que mi hombre caza para mí –respondió con orgullo.

En ese momento se escuchó un grito desgarrador que asustó hasta a la serpiente. Adán apareció por detrás de un árbol con una mano en alto.

-Estaba intentando cazar una liebre y me lastimé un dedo –dijo acongojado.
-Uy, pobrecito, vení acá, dejame ver –respondió su mujer mientras lo examinaba.

Aprovechó la serpiente y por despecho, subió por la pierna de Adán al tiempo que éste pegaba otro alarido. Era claro a donde quería dirigirse el animal pero con una hábil maniobra, Eva logró frenar la escalada aunque la víbora fue más rápida y lo mordió a la altura del muslo.

Adán estuvo una semana recostado con la pierna en alto, soportando las curaciones que su compañera le realizaba con hojas de plantas medicinales, de las cuales estaba lleno el paraíso. Mientras tanto, para no aburrirse, Adán miraba a sus amigos divirtiéndose con el coco. Había sido el principal entretenimiento, pasarse los cocos entre ellos, de brazo en brazo, hasta que alguien un día tuvo una genial idea. Eran pesados, por lo tanto, ¿no era mejor jugar con un solo y pasárselo con los pies? Desde ese día, no dejaron de retozar, con una ilusión y una algarabía propia de niñitos de jardín de infantes.

Esa semana, Eva tuvo que salir a cazar ya que Adán no podía moverse. Tenía buena puntería con la flecha así que no le costó demasiado traer a la cueva un ciervo. Las otras mujeres vinieron a ayudarla.

-Ay, Eva, mataste un ‘bambi’ –se lamentó la rubia, que no era tal sino que había descubierto la savia de una planta que aclaraba el pelo.
-¿Un ‘bambi’? ¿Y eso qué es?
-Es el nombre de un ciervito bueno y simpático.
-¿De dónde sacaste eso?
-Ah, no lo sé –respondió con tono serio e importante- llamalo instinto femenino pero estoy segura que en algún momento existió o existirá un ciervo llamado ‘Bambi’.

Algunas se miraron de reojo, otras ni la escuchaban, estaban ocupadas y concentradas en despellejar el ciervo.

-Ey, Eva... –continuó la rubia-, ahora que ya está muerto, ¿no me darías la piel?
-¿Y para qué querés la piel? –preguntó curiosa.
-Para ponerme un pedazo en lugar de la hoja de parra. Quedará mucho más decorativo –sonrió-. Y también para taparme los pezones.
-¿Taparte los pezones? –se asombró una.
-Sí –aseguró-, es mejor insinuar que mostrar.
-¿A quién?
-¿A quién va a ser? ¡A ellos! ¿No se dieron cuenta como nos miran? –aclaró la rubia.
-Y no sólo ellos... –acotó una mujer corpulenta que con una semi sonrisa no le quitaba los ojos de los pechos.

Mónica Gómez

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