Flores para la maestra II ~ Mónica Gómez

Arte: Katie Mack

Ante la aparición del cuerpo sin vida de Sole, tanto su amiga Lucy, como su novio Sebastian y sus padres (Francisco y Patricia) sospechan de un obrero con el cual la pobre chica había creado una cierta amistad. ¿Será éste el autor de semejante crimen?

Si no has leido la primera parte comienza aquí : Flores para la maestra I

Flores para la maestra II

Cuando fueron a declarar, Sebastián contó de su noviazgo de tres años.
-¿Cuándo fue la última vez que la vio?
-Anoche. Fui a buscarla a la Facultad, comimos en un Mc Donalds en el camino y la llevé a casa. Llegamos a las once más o menos. Me acuerdo porque Lucy dijo que era tarde para ella y que se iba a dormir. Estaba de mal humor, como siempre.
-¿Qué quiere decir con eso?
-Que Sole últimamente tenía muchos problemas de convivencia con Lucy. Sole ya estaba harta.
-¿Qué tipo de problemas?
-Lucy le usaba toda la ropa, no limpiaba nunca, ni cocinaba, ni hacía nada. Tenían muchas discusiones.
-¿A qué hora se fue usted de la casa de su novia?
-A medianoche más o menos.
-¿Qué sabe usted del obrero?
-Nada. Para mí, no existe ningún obrero, es un invento de Lucy.
-¿Y por qué Lucy inventaría eso?
-No lo sé, realmente no lo sé. Pero me da miedo... quizás discutieron...
-¿Está insinuando que Lucy puede haber matado a Sole?
-No, no sé, no sé –respondió ahogándose en llanto.

El forense estableció la hora de la muerte entre la una y las siete de la mañana, producida por asfixia. Sole había sido ahogada con una almohada y en la cama, constataron, faltaba una, que el asesino se debía haber llevado con sus huellas.

Sebastián había estado con unos amigos. Hubo cinco personas que testimoniaron estar con él desde las doce y treinta. Además se había quedado a dormir en casa de uno de ellos.

Si bien no se encontró ningún tipo de huellas o marcas en el balcón, se investigó sobre el obrero, porque siempre se sospecha de ellos. El hecho de ser de bajos recursos siempre los pone en situación de desventaja, como si por definición cultivaran un rencor hacia las clases más altas. Sin embargo, Daniel estaba en su casa, en una localidad a treinta kilómetros de la ciudad, con sus padres y su hermano menor y declaró que nunca había vuelto a ver a Sole y que simplemente le dejó el fertilizante. Agregó también que no sabía nada de los problemas en la relación entre Lucy y Sole y que en su breve encuentro, habían hablado de cosas sin importancia. A él le había caído muy bien y le gustó el trato de igual a igual que Sole le daba. Le había servido un café con leche y unas galletitas. Él le habló de su familia y su vida simple y cuando se despidieron Sole le dijo: “llamame cuando quieras y tomamos un café”. Se sorprendió de saber que tenía novio, ya que ella no se lo había contado.

La principal sospechosa era Lucy. Por el horario de la muerte, no cabía duda ya que era la única persona que estaba con ella. Sin embargo, la muchacha seguía sosteniendo que ella la había visto dormida a las siete y media. Estaba sobre la cama y hasta la vio moverse porque entró a buscar una remera del placard de Sole.

-¿Se intercambiaban la ropa? – preguntó la psicóloga encargada de la pericia.
-Sí, bah, no... en realidad, yo le usaba la de ella.
-¿Por qué?
-No sé, porque es mejor que la mía o porque...
-¿Qué?
-Que yo quiero ser como ella -rompió a llorar-. Yo la admiraba, era mi ídola, mi mejor amiga, mi compañera.
-¿Y por eso la mataste?
-No, no, juro que yo no la maté. ¡Estoy diciendo que la admiraba, que quería ser como ella!
-¿La envidiabas?
-¡No! Simplemente la quería... mucho. -La psicóloga la miró inquisitivamente, con esa mirada de interpretación freudiana que sólo los psicólogos pueden dibujar-. Yo sentía como una dependencia –continuó Lucy-. No sé que va a ser de mi vida sin ella ahora.
-¿Estabas enamorada?
-No, no, nada que ver.
-¿Tenés novio o tuviste?
-Estuve un año en serio con un chico pero no prosperó, nos peleábamos mucho porque era muy celoso. Eso fue hace dos años, a los veintitrés.
-¿Sole estaba enamorada del novio?
-Al principio sí, últimamente me venía diciendo que quería probar cosas nuevas, tener experiencias distintas. Por eso, creo que buscó al negro ése, el obrero.
-Y vos te pusiste celosa del obrero... y por eso la mataste.
-No, no, no... –insistía Lucy inútilmente.

Mientras tanto, buscaban en los alrededores la almohada asesina. Revisaron los tachos de basura de la zona, los terrenos baldíos pero no hallaron nada. Se hizo una reconstrucción del momento en que encontraron el cuerpo de Sole. Sebastián actuó con mucha calma, explicando lo que había visto. Lucy en cambio se desesperó al revivir el momento, lo cual a los ojos expertos de los investigadores resultó una señal de su culpabilidad. La pericia psicológica dio como resultado que Lucy tenía una agresividad oculta impulsada por rasgos homosexuales en su relación con Sole.

“A mí esa chica me pareció siempre rara” –lloraba la mamá de Soledad. “Siempre tuvo una obsesión enferma con mi hija. Cuando no vivían juntas, la llamaba veinte veces por día.”

Por otro lado, la madre de Lucy la defendía. “Siempre estuvo muy apegada a Sole, se conocían desde chiquitas, pero eso no significa que mi hija sea homosexual”.

“Estaba celosa de mí” –sollozaba Sebas. “Yo creo que estaba enamorada de Sole”.

Todas esas motivaciones y el informe de la hora de la muerte dictaminaron la detención de Lucy. Sus padres, desesperados y obviamente creyendo en su inocencia, se pusieron a trabajar en la defensa. Por su parte, Sebastián y los padres de Sole estaban segurísimos que Lucy era la culpable y contrataron al mejor criminalista del país. Querían justicia para su hija.

La defensa pidió una nueva pericia forense, y el resultado fue shockeante: la hora de la muerte se estimó ahora entre las siete y las diez de la mañana. ¿Cómo podía haber tanta diferencia? Si bien eso no salvaba del todo a Lucy, abrió las puertas a seguir investigando. Ahora Daniel quedaba definitivamente fuera de sospecha, ya que ese día entró a trabajar a las seis de la mañana y estuvo siempre a la vista de sus compañeros.

Lucy ahora había cambiado de versión, ya no culpaba al obrero sino a Sebas. “Estaba celoso porque Sole quería dejarlo, no lo quería más”.

La mamá de Sole, sin embargo, seguía acusando a Lucy y afirmaba que su hija estaba muy enamorada de su novio. Esas conjeturas no eran más que puros inventos de Lucy, para hacer recaer la culpa en otra persona.

De todos modos, se investigó un poco más sobre la vida de Sebastián y se descubrió que recibía regularmente cuantiosas sumas de dinero en una cuenta especial.

-Usted es estudiante, ¿cómo justifica este dinero?
-Bueno, es que hago trabajos por mi cuenta –dijo dubitativo y asustado.
-¿Qué tipo de trabajos?
-Arreglos en las casas.
-¿Ah sí? Va a tener que darnos una lista de los lugares donde trabajó porque las sumas son muy impresionantes –dijo el oficial socarronamente-. Vamos, Sebastián, no mienta.

La policía financiera descubrió que era Francisco, el papá de Sole, quien le depositaba ese dinero, usándolo de testaferro. La investigación se alargó con ese dato, pero seguía siendo imprescindible dictaminar la hora de la muerte. Una apelación a la Corte Suprema produjo una nueva y definitiva pericia médica con una novísima técnica importada de Estados Unidos. Para sorpresa de todos, la hora de la muerte se confirmó entre las ocho y las diez de la mañana, con lo cual Lucy quedó libre de sospecha.

Los padres de Sole pusieron el grito en el cielo cuando la excarcelaron. Seguían insistiendo, junto con Sebastián, que la asesina era ella. Y cuando estaban todos perdidos en la investigación, sucedió lo inesperado.

-Buen día, ¿policía? –dijo tímidamente al teléfono una voz de mujer.
-Sí, ¿qué desea?
-Tengo algo que decir sobre el caso de Soledad. Soy una vecina, mi nombre es Graciela Ibañez.

Continúa aquí con el final Flores para la maestra III

Mónica Gómez

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