Discapacitados III ~ Mónica Gómez

Osvaldo y Beatriz, su nueva mujer, tuvieron un bebé con Síndrome de Down que tanto Osvaldo como Estela rechazaron y dejaron atrás. La muchacha se sumergió en su propia vida y sus estudios.

Si no leíste la primera parte, comienza aquí: Discapacitados I

Discapacitados - Tercera parte

Osvaldo volvió a formar pareja con una arquitecta separada que tenía cuatro hijos grandes. Dejó a su hija Estela viviendo en el departamento que compartían y comenzó una nueva vida, dejando atrás cualquier resquicio del pasado. Sólo una vez habían hablado del tema.
-¿No te sentís mal por haber dado en adopción a Sebastián?
-No, para nada. Era lo mejor para él.
-¿Pero no te sentís mal de no haberte hecho cargo?
-No. ¿Por qué debería sentirme mal? Fui honesto. No lo quería, y punto. Era muy difícil lidiar con un hijo discapacitado, ¡dejame de joder! –hizo un gesto con la mano como espantando un insecto molesto-. ¿Acaso a vos no te pasó algo parecido?
-Sí, en realidad sí. Al principio me pareció que era un bebé como cualquier otro, pero no lo era.
-Exacto, no lo era ni mucho menos lo será. Por eso, hija, íbamos a estar siempre atados a sus necesidades. Hicimos muy bien. Él está bien y nosotros somos libres –agregó levantando el vaso de jugo en señal de brindis.
-Tenés razón –respondió la chica haciendo otro tanto con una sonrisa-. ¡Nosotros somos libres!

Cuando se recibió, tuvo a toda la familia festejando, eso es, Graciela, su madrastra y sus cuatro nuevos hermanos, con sus novias. Graciela no era como Beatriz, pero ella ya no necesitaba alguien que le estuviera encima. Ya estaba crecida y hacía su vida, aunque en lo sentimental no le iba muy bien. Pasaba de novio en novio, ninguno parecía tener muchas ganas de comprometerse, hasta que llegó Esteban. No sólo compartían las primeras letras del nombre sino la profesión y los 32 años de edad. Parecían haber crecido el uno para el otro, se enamoraron inmediatamente y en dos semanas estaban viviendo juntos y al año se casaron. Por fin ella podría formar su propia familia, una familia como la que siempre quiso, no una ‘fallada’ como la suya o como aquel intento que había hecho su padre con Beatriz, de quien no hablaba jamás, y mucho menos de aquel niño del cual ya no le quedaba ni una sombra de recuerdo. El fantasma de la discapacidad sólo vino a molestarla cuando después de 3 años de convivencia con Esteban quedó embarazada. Fue recién en ese momento que le contó a su pareja la historia de Sebastián.
-¿Por qué nunca me lo mencionaste?
-Porque es como que no existe para mí.
-Pero en realidad sí existe –frunció el ceño el muchacho.
-No para nosotros, o sea, para mi y mi papá. Fue un accidente que naciera con parte de nuestra sangre. En realidad, fue y es hijo sólo de Beatriz.
-¿Y ahora donde está?
-No lo sé, no tengo idea y tampoco quiero saberlo. Vos no lo viviste, no podés juzgarme –se defendió viendo los gestos en el rostro de su marido-, no sabés lo duro que es ver que esa criatura no va creciendo como los demás. Y saber que desde ese momento en que nació, se te arruinó la vida porque ese chico te va a necesitar siempre. Además de los gastos de médicos y terapias, porque eso que se dice es verdad: “más caro que un hijo bobo”.

Esteban quedó callado, reflexionando. Era cierto lo que decía Estela. De repente pensó en su carrera, que estaba en pleno crecimiento, en la vida de comodidades que llevaban y no hubiera querido perder todo eso a causa de las necesidades de un hijo especial. Él quería una vida normal. Por lo tanto, ambos estuvieron de acuerdo en seguir el embarazo con atención y hacerse todos los exámenes habidos y por haber, con intención clara de abortar en caso de algún problema.
Carolina fue creciendo normal y pujante dentro del vientre de su mamá y ambos estaban felicísimos con la ilusión de tenerla entre ellos. Osvaldo también compartía esa felicidad y hasta la madre de Estela había dejado de tomar para poder disfrutar de su nieta.

Llegó el momento del parto, que tuvo serias complicaciones en las cuales la bebé sufrió la falta de oxígeno, lo cual le provocó una lesión que llevaría de por vida: retraso mental.

Estela se negó rotundamente a ver a su hija cuando quisieron llevarla a neonatología donde la pequeña estaba atada a varias máquinas.
-No la quiero, no la quiero –repetía sin cesar entre lágrimas.
-Pero mi amor, es nuestra hija –intentaba Esteban que no sabía cómo actuar y estaba tan asustado como un nene en una habitación a oscuras.
-Ya lo hablamos –dijo firmemente Estela.
-Sí, tenés razón, pero...
-¿Queremos arruinar nuestras vidas? –lo increpó su mujer.
-No, mi amor, es cierto, no estaba en nuestros planes. Pero entonces, ¿qué vamos a hacer?
-La dejamos acá y la damos en adopción. Ahora mismo –respondió Estela con una certeza y frialdad que dejaron al hombre un poco desconcertado. Pero no quería hacerse cargo, y aceptó.

Carolina fue a parar a los brazos de una enfermera que la había visto nacer y que había sentido un cariño especial, quizás motivado por la fragilidad e impotencia de la pequeña. Cuando se enteró de la situación, habló con su marido y no dudó.

Estela y Esteban volvieron a su casa solos, como si el bebé hubiera muerto, que fue lo que dijeron a sus amigos y conocidos. En un par de días Estela se encargó de desarmar la nursery que habían preparado e instaló en lugar de la cuna, dos escritorios con computadoras. Había pasado un año del nacimiento cuando ocurrió la tragedia.

Fin de la parte 3. Continúa aquí con Discapacitados - cuarta parte.
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Mónica Gómez

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