Aspirinas -Parte 3 ~ Mónica Gómez

Los amantes disfrutan el día de playa en una isla del Mediterráneo. En medio de una siesta, Carla despierta con dolor de cabeza y, buscando aspirinas en la valija de su amante, encuentra un doble fondo lleno de bolsas negras. Lo que divisó dentro de ellas, la dejó sin aliento.

Si no leíste la primera parte, comienza aquí: Aspirinas – Parte 1

Aspirinas - Parte 3

En efecto, cada una de las bolsas tenía mazos de billetes de euros. Acostumbrada a la contabilidad del negocio, fue natural que los contara. ¡Casi dos millones de euros!

Otra vuelta con ronquido de Carlo, seguida de una llamada en su celular, la sacudió violentamente, como si despertara de una pesadilla. Sólo que el objeto del sueño estaba allí, delante de sus ojos. Miró el celular, era su madre. No contestó, no podía lidiar con ella en este momento. Un segundo después sintió el sonido metálico que le avisaba que tenía un mensaje vocal, ya lo escucharía. Su primera reacción fue acomodar la valija tal como estaba, cerrarla, volverla a poner en su lugar y devolver las llaves a la mesita de luz lo más silenciosamente posible.

Necesitó recostarse, y examinó de cerca el rostro de su hombre que dormía como un niño. ¿Qué significaba todo ese dinero? ¿Para qué lo traía, así, en la mano? ¿El banco se lo había confiado? Hoy, en plena era digital, un empleado por más cargo que tuviera no iba a andar con una valija llena de billetes encima. ¿Era dinero de él? ¿Tanto? Al dolor de cabeza se le agregaron las dudas y el estupor que hicieron explotar su mente en mil preguntas sin respuestas.

Volvió a levantarse, la pulsión en las sienes parecía disminuir si estaba parada. Recordó la llamada de su madre y escuchó el mensaje. “Nena, habla mami, llamame cuando puedas que tengo un chisme terrible para contarte”. Ah, como siempre, su ocupación principal eran los chismes. Por otro lado, la comprendía, 65 años en San Giuseppe, ella y las mujeres de su edad conocían a todos y cada uno de los habitantes, sabían sus historias, habían visto morir a sus abuelos, sus padres, así como habían compartido la tierra, el trabajo, los nacimientos de los hijos y sus aventuras de vida. Era lógico que existiera ese entramado por el cual todos sabían todo. ¿Cuál sería el chisme? No sólo le dio curiosidad sino que la escuchó con la voz un tanto agitada. Con un gran esfuerzo y enfundada en anteojos oscuros, salió al balcón. La belleza del mar la deslumbró tanto que por un momento olvidó su dolor. Se sentó en uno de los dos enormes sillones blancos y llamó a su madre.

-¡Nena! ¿Cómo estás?
-Bien, má, con dolor de cabeza pero bien. ¿Qué me tenés que contar? –preguntó con actitud resignada estirándose sobre el sillón.
-¿Viste Carlo, el gordito del banco?. -Carla pegó un salto y quedó muda-. Hola, ¿me escuchás? –insistió Luisa.
-Sí, sí… el del banco.
-Bueno, ¡se fugó con plata!
-¿Cómo?
-Sí, dicen que casi un millón de euros. -Mucho más, pensó Carla que se sentía desmayar-. Hay un montón de gente desesperada.
-¿Cómo gente desesperada? ¿De dónde sacó la plata? ¿Del banco?
-No, no del banco, ¡de la gente! ¡De los ahorros de la gente! No sé bien cómo hizo, ya nos vamos a enterar de todos los detalles. Yo supe porque vino Pierina desesperada a contarme que el marido no para de llorar. Fue al banco a pedir un saldo y se enteró que faltaban 50.000 euros de su cuenta. Todos los ahorros de toda una vida, ¡imaginate! ¿Me estás escuchando, Carlita?
-Sí, si, má, que desastre.
-Mejor decí qué flor de tránsfuga. Pero bueno, basta, ya te conté, ahora contame vos cosas lindas. ¿Cómo está Milán?
-Eh, muy lindo todo aunque estoy metida acá adentro todo el tiempo.
-Ah, que p-
-Mirá, justo viene una persona acá… eh, te dejo, má.

Carla no podía creerlo. ¿Con que ese dinero entonces…? Recordó que en efecto, todos los billetes que había espiado dentro de las bolsitas eran usados. No tenían el aspecto de ésos flamantes como se ven en los programas de televisión que juegan por un millón, ni en las valijas que abren los mafiosos en las películas. Por un instante, sintió miedo. Su madre dijo que se había fugado, lo estarían buscando. ¿Quién era este hombre? ¿Era el mismo que ella amaba tanto? Desde el balcón sus oídos reconocieron los ronquidos provenientes de adentro, que se mezclaban con las olas que rompían en alborotada espuma sobre la arena dorada del atardecer.

Continúa aquí con el siguiente capítulo de esta interesante novela: Aspirinas -Parte 4

Mónica Gómez

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