Sorpresa III ~ Mónica Gómez

En la última parte, Mónica nos brinda un final totalmente inesperado y tan merecido que al lector le vendrán ganas de aplaudir!

Si no has leído la primera parte, comienza aquí: Sorpresa I

SORPRESA III

El lunes y martes Graciela se dedicó a pasear por la majestuosa ciudad, aunque todo le traía un recuerdo doloroso de los momentos que había pasado allí con su marido. Trató de distraerse haciendo shopping en Oxford Street o dando un paseo por el Támesis y por suerte la noche del lunes pudo dormir. Estaba exhausta de tantas sensaciones y contenta de volver a casa. Hizo ver que había llegado de Bristol con sólo un par de horas para tomar el avión a Madrid. Lo esperó en la entrada de la estación con el tiempo justo para llegar al aeropuerto. Ahora era él quien no sospechaba nada, el ‘engañado’.

Graciela no dijo una palabra y siguió jugando al jueguito. Lo mismo hizo Cecilia.

Tres semanas más tarde, Pablo cumplía cuarenta años. Hacía tiempo ya que su esposa había organizado una cena sorpresa para el día anterior, que caía sábado, con todos sus amigos y familiares. A último momento le pidió a su hermana que se llevara a los chicos con ella, inventando una salida especial y a Pablo lo convenció de una cena romántica. Cuando llegaron al restaurante y Pablo vio a todos sus amigos, sus padres y su hermano se conmovió hasta las lágrimas, besó a su esposa y le agradeció delante de todos. Comieron, bebieron, rieron hasta que Graciela desapareció por unos minutos. La gran mesa estaba en la parte trasera del restaurante, cerca de la puerta de la cocina, que a su vez daba a la calle lateral. Graciela apareció desde allí, pidiendo silencio.

–Silencio, por favor –aplaudió. Y dirigiéndose a su marido- Amor mío, quiero que sepas que te he amado más de lo humanamente posible, que siempre te admiré y te consideré el mejor esposo y

padre de familia. Esta noche, quiero dejar constancia de eso delante de todos. Y por eso, éste es mi regalo –agregó señalando la puerta de la cocina, por la cual apareció un mozo, trayendo una tarjeta sobre una bandeja.

Todos sonreían expectantes y aplaudieron la entrada del mozo.

Pablo tomó la tarjeta, sonrió, besó a su esposa otra vez mientras todos aplaudían y leyó en voz alta:

“No es justo que tu esposa se atribuya todo el mérito porque este regalo también es MIO”

Sin saber bien por qué, un sudor frío le recorrió el cuerpo y como una onda de mal sentimiento, Alberto y Luis empalidecieron.

En ese mismo instante Graciela le lanzó una mirada fulminante, al tiempo que decía: ¡Adelante!

–¡Sorpresa! – gritó Cecilia mientras aparecía a través de la puerta de la cocina.

Un silencio absoluto y total cubrió a todos y cada uno de los presentes que movían la cabeza mirando a esta mujer desconocida y a Pablo en una especie de macabro partido de tenis.

Graciela tomó a Cecilia por la mano y miró a todos.

–Les presento a Cecilia –empezó a decir-. Pablo no sabía qué hacer. Su padre lo miraba con bronca como atribuyéndole la culpa de haber sido tan idiota.

–Bueno, Gra, a mi suegro y mi cuñado ya los conozco –escupió Cecilia.

Los amigos empezaron a comprender, así como la mamá y cuñada de Pablo.

–Cierto, Cecilia, pero bueno, para los que no saben, les presento a Cecilia Gutierrez, la novia que mi marido tiene en Londres, que tuvo la gentileza de venirse hasta acá para compartir este momento de festejo. ¡Gracias, Ceci!

Ambas se abrazaron y besaron mientras el resto no salía de su estupor. Los amigos miraban de reojo a Pablo, que no dejaba de refregarse la cara y las esposas ojeaban furiosas a sus maridos en busca de una complicidad que en realidad no tenían.

–Igual, si me permitís –irrumpió Cecilia– quisiera aclarar que yo no soy una amante porque cuando lo conocí, hace cuatro años, me dijo que hacía unos meses que se había separado.

–Claro –acotó Graciela– aclaremos bien que nuestro querido Pablito llevaba dos vidas paralelas, me engañó a mí pero también la engañó a ella. Por eso es que no hay rencores entre nosotras, ¿verdad?

–Absolutamente no. Grabate esta escena, Pablito –dijo abrazando a Graciela.

Pablo, que seguía pálido como una sábana con lágrimas y mocos chorreándole por la cara, hizo un intento por abrir la boca.

–¿Qué querés saber, Pablín? –adivinó su esposa con un tono sarcástico-. ¿Cómo lo descubrimos? Yo nunca fui a Bristol, dí media vuelta y te seguí esa noche.

–Obviamente también supimos de la complicidad de sus queridos padre y hermano –agregó Cecilia, echándoles una mirada fulminante pero no tan dura como la que les clavaron sus respectivas esposas.

Cada tanto se sentían las miradas de las personas en las otras mesas, que hablaban en vos bajísima, quizás por respeto o quizás por no perderse detalle.

–Lo que no me esperaba –comentó Cecilia rompiendo el silencio- es que los madrileños fueran tan callados. Está un poco aburrido aquí.

–Es cierto –contestó Graciela-. Vení conmigo que te muestro la verdadera noche madrileña.

La idea de que sus dos mujeres salieran a ‘vivir la noche’, provocó un espasmo de celos en el inmóvil cuerpo de Pablo.

–Un momento –alcanzó a decir mientras ellas se ponían sus abrigos.

Ambas lo miraron sorprendidas.

–Graciela, ¿escuchaste eso? ¿Tendrá algo que decir?

–No... no creo, de todos modos, no tengo ganas de escucharlo, ¿vos?

–No, por supuesto que yo tampoco. Y olvidate que existo –dijo mirándolo a los ojos esquivos y vidriosos.

–Y de mí sabrás sólo a través de mi abogado. Ni se te ocurra volver a casa. El lunes hablaremos con los chicos.

–¡Feliz cumpleaños! Dijeron ambas mientras salían.

...................

Pablo perdió todo. La esposa se quedó con la casa y los hijos, que reaccionaron muy mal cuando supieron que el papá los había engañado – a ellos también – durante tanto tiempo. La novia no fue más su cliente con lo cual tuvo que cerrar la oficina de Londres y se quedó sin trabajo. Tuvo que arreglarse en la habitación de servicio de la casa de sus padres – y eso gracias a la madre, que como ya se sabe, las madres perdonan cualquier cosa en un hijo. Y apenas sobrevivía con unas migajas de trabajo que le tiraba su hermano, a escondidas de su padre que no le perdonaba la idiotez de haber sido descubierto en ese modo.

Dicen que sus amigos y los amigos de sus amigos, que conocieron la historia, son los hombres más fieles de la Tierra.

Mónica Gómez

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