Hoy concluye la historia de Anna, esta mujer que se jugó por sus sentimientos y recibió una realidad tan sorpresiva como impensable.
Si no has leído el principio, comienza aquí: Toscana I
Toscana III
Era la primera vez que Giorgio le cortaba abruptamente y también la primera vez que estuvieron diez días sin verse ni hablarse. Anna estaba enloquecida de dolor y soledad. Se mudó a una pensión porque no quería tomar decisiones apresuradas. Cuando Giorgio re apareció y fue a verla a la pensión, le contó que Ariana no lo había dejado nunca en paz y que le daba mucha lástima y por eso estaba viviendo con ella. Anna no podía creer lo que estaba escuchando.
-¿Y no te da lástima por mí? ¡Perdí todo por vos!
-¿Lástima? –sonrió él-. No, al contrario. Vos sos una mujer con todas las letras, valiente, fuerte, que sabe defender lo que quiere. En cambio Ariana es débil, no sabe estar sola. ¿Sentir lástima por vos? Al contrario, ¡te admiro! Y es por eso que te amo –concluyó acariciándole un pecho.
-¡Pero estás con ella!
-Es sólo temporal, créeme. Ya estaremos juntos los dos, y con tus hijos también.
Una vez más la embriagó con sus besos y sus caricias, que Anna tanto necesitaba. Esa noche al despedirse Giorgio le susurró:
-Confíá en mi. Pronto estaremos juntos.
Anna sólo sollozó como respuesta. Se habían cambiado los roles. Ahora el comprometido era él. Ella no podía creerlo y sufría esperando llamados que no llegaban. Una vez no aguantó más y lo llamó. Atendió una voz de mujer y ella cortó sin decir quién era.
Pasó un mes y un buen día, golpearon a su puerta de la pensión.
-¡Giorgio!
-¡Anna, amor mío! No sabes cuánto te extrañé –exclamó besándola con pasión.
-¿Qué pasó?
-No te va a gustar lo que tengo para decirte.
-No me importa, estoy feliz que estés acá. Contame.
Se mordió el labio y la miró muy serio.
-Me casé.
-¡¿Qué?!
-Sí, no sé qué pasó... me dejé llevar... mis viejos estaban tan felices que yo estuviera otra vez con Ariana, fue por ellos en realidad que-
-No te puedo creer –explotó Anna- yo dejé todo por vos, mis hijos, mi vida, mi casa –empezó a recriminarle.
-A propósito, ¿cómo van las cosas con tus hijos?
-¡No quieren verme! –gritó- ¡porque la mamá tuvo como amante al plomero que ellos conocieron y le metió los cuernos al papá! ¿Entendés?
-Bueno, no hace falta que me humilles –se hizo el ofendido.
-¿Qué decís? ¿Alguna vez te humillé?
-Lo estás haciendo ahora, parece que yo fuera una vergüenza para vos.
-No digas estupideces, no cambies el tema. Lo que te estoy diciendo es lo que piensan mis hijos y el problema no es que seas plomero, sino que yo les mentí durante tantos años. Eso es lo que no me perdonan. Y lo hice por amor, por vos... –rompió a llorar.
-Bueno, mi vida, no llores más. Esto es temporal, ya te dije. Dejo pasar unos meses y le pido el divorcio.
-Estás loco, Giorgio, loco...
-Ah, sí, siempre estuve loco por vos –la abrazó mientras la tiraba en la cama.
Anna estaba tan consumida emocionalmente que no podía reaccionar. Aceptó la situación y se pasaba los días esperando los llamados de su amante. Se veían una vez por semana o cada diez días y Anna parecía alimentarse de eso y de las esperanzas que él le daba. Hasta que un día vino a decirle que esperaba un hijo y eso fue demasiado, supo que lo perdía para siempre y que jamás iba a separarse.
Anna hizo una pausa en su relato y miró hacia abajo. Gabriela le sirvió la cuarta taza de café.
-Al final, él sólo quería una relación clandestina, no tenía la valentía de estar con vos. –comentó Gabriela.
-Sí, exactamente así fue.
-¿Y que pasó entonces?
-Bueno, ahí fue cuando decidí irme de Milán. Siempre había amado la Toscana y sabía que me iba a hacer bien pisar esta tierra.
-¿Y tus hijos?
-Nunca más los vi –contestó con un suspiro-. Quedé destrozada, los busqué, los llamé, pero nunca quisieron verme. Sé de ellos a través de parientes. Hicieron sus vidas, se casaron, soy abuela... –agregó con una sonrisa triste-. Nunca me perdonaron. Yo quedé muy lastimada y nunca más volví a salir con nadie. Llegué a este pueblo, me hundí en mí misma y empecé a escribir. Poco a poco me fui relacionando con los lugareños pero soy demasiado distinta a ellos y con los años, elegí divertirme. Ya es mucha la angustia de mi vida, por eso, si se quiere, todo esto es un disfraz –dijo señalando sus pelos largos y su placard lleno de vestidos.
-Lamento mucho lo que te pasó, Anna.
-Gracias, nunca nadie me lo había dicho –sollozó. En definitiva, mi actitud es un modo de mantener alejada a la gente, ya que me toman por excéntrica, o loca o borracha. La verdad es que tengo miedo de volver a sufrir.
-Ahora tenés una amiga –dijo Gabriela estirando su mano hacia ella.
Ambas mujeres se unieron en un abrazo sincero, quizás el más sincero que Anna recibía en su vida.
Mónica Gómez
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