Graciela viaja a Londres, con la sospecha de que su marido le esconde algo. ¿Lo descubrirá o Pablo será tan inteligente de no mostrar su engaño?
Si no has leído la primera parte, comienza aquí: Sorpresa I
SORPRESA II
Como dije, las mujeres son muy astutas cuando se lo proponen. Graciela se inventó toda una historia para contar a sus padres y sus suegros: un re encuentro por Facebook con una vieja amiga de la adolescencia que ahora vivía en Bristol, que era escritora, y la invitaba a la presentación de su libro, a la cual pensaba ir y – de paso – darle una sorpresa a Pablo. Habló con sus padres y sus suegros para que cuidaran a los chicos ese fin de semana. Ella llegaría a Londres el viernes por la tarde y el domingo a la noche partía en micro hacia Bristol para participar de la supuesta presentación de su amiga el día lunes.
Obviamente Alberto le avisó a su hijo inmediatamente acerca de los planes de su esposa. Pablo preparó el terreno con enorme cuidado. En primer lugar le dijo a Cecilia que esa semana debía viajar a Madrid desde el día jueves porque tenía el cumpleaños de un amigo. Luego hizo un minucioso chequeo de su departamento para asegurarse que no hubiera ni un rastro de Cecilia.
Graciela llegó ‘de sorpresa’ el viernes a la noche y lo encontró en pantuflas delante del televisor con cara de cansado de tanto trabajar. Pasaron un fin de semana de amor tan pasional que podría haber borrado todas las dudas pero ella estaba dispuesta a ir hasta el fondo.
El domingo a la noche, Pablo estaba muerto de tanto hacer el amor el fin de semana pero de todos modos, quiso llevarla a la estación de micros de Victoria, donde a las once de la noche, partía supuestamente a Bristol. La estación estaba repleta de gente – por suerte – y Graciela aprovechó para decirle que se volviera tranquilo a descansar. Ella regresaría el día martes para tomar el avión de vuelta a Madrid. Pabló aceptó y se fue. Lo que no supo es que su mujer se volvió entre el gentío de la estación y luego lo siguió con un taxi.
Acá es donde Pablo cometió el grave error, llevado por su ansiedad y cola de paja. Después de estas horas apasionadas con Graciela, se sentía un poco en culpa y pasó a visitar a Cecilia. Detuvo su auto frente a la casa, a pocas cuadras de la suya y tocó el timbre. Claro que Graciela estaba desde el taxi, espiando toda la escena.
En el piso superior de la casa, se encendió una luz y una mujer joven, en camisón, se asomó por la ventana. La noche estaba tan calma y oscura que las voces parecieron retumbar en los adoquines.
–¿Qué hacés acá? –le sonrió sorprendida.
–Te extrañaba tanto que quise venir a verte. Recién llego.
–Subí, subí.
Y Pablo entró, con su propia llave.
El corazón de Graciela se desplomó al comprobar lo que estaba sucediendo pero por ahora no podía hacer nada. Pidió al taxista que la llevara al bed &breakfast que había reservado por Internet. Instalada en una pequeña habitación que miraba a Russell Square, se debatió entre la tristeza y la furia, recordando momentos, atando cabos y así dándose cuenta de la mentira. Le mandó un SMS: “Ya llegué a Bristol, amor”. Pablo respondió mientras le decía a Cecilia que era uno de los mellizos. “Te amo locamente”, contestó.
Graciela no pegó un ojo en toda la noche, tenía la imagen fija de esa mujer en la ventana, con cabello renegrido y lacio, que además – había notado – hablaba español. ¡Destructora de hogares! Intentó dormir, pero ¿cómo podía? Los odió con tanta fuerza que hasta le dolía el cuerpo. A él, por engañarla, a ella, por salir con un hombre casado.
Por suerte amaneció. Es increíble cómo el sol sigue saliendo a pesar de lo nublada que puede estar la vida personal. Sólo tomó un café, sin aprovechar el toast ni el porridge que tanto le gustaba. La verdad es que no tenía ni hambre ni sueño, sólo un objetivo fijo.
Partió en un taxi a aquella casa bajo una típica llovizna londinense que la acompañaba en su pesar.
Viendo que el auto de él todavía estaba allí, se apostó en la esquina, en un pequeño bar. Sabía (¿sabía?) que Pablo abría la oficina a las 8. Eran las siete y cuarto. A los veinte minutos, la vio salir a ella con dos chicos que subió al micro escolar. ¡Con que tenía hijos! Al ratito salió él, con una ropa distinta de la que tenía el día anterior. ¡Con que vivía ahí con ella y sus hijos! Lo vio subir al auto y lo hubiera corrido para descargar sobre él toda su furia pero en cambio, se dirigió a la casa y tocó el timbre. Leyó el nombre en el buzón: Cecilia Gutiérrez. Ah, con que era española.
–Who is it? –la sorprendió desde el portero eléctrico
–Disculpe, usted habla español, ¿verdad?
–Pues ¿quién es? –repitió con curiosidad y desconfianza
–Soy la esposa de Pablo –y sin dejarla responder- quería conocer a quien está destruyendo mi hogar-
–¿Qué hogar? ¿De qué me habla? Yo conocí a Pablo seis meses después que se separaron, hace cuatro años.
–¿Separados? ¿Hace cuatro años? ¿Qué esta diciendo? ¿Es que acaso...? – se interrumpió empezando a comprender la situación.
–Váyase por favor, no tengo nada que decirle.
–Espere... creo que no ha entendido. Yo no soy la ex esposa, soy su esposa, jamás nos separamos.
–Eso dice Usted –seguía la voz desde el portero eléctrico.
–Acabo de pasar el fin de semana con él.
–¿En Madrid?
–No, acá en Londres, en su departamento. Le hice creer que me iba anoche a Bristol a visitar una amiga pero en realidad me quedé porque sospechaba, lo seguí y lo vi llegar acá.
Hubo un pequeño silencio.
–¿Estás segura que nunca te separaste? –preguntó Cecilia dándose cuenta de la ridiculez y cambiando el tono de voz.
–Sí, desgraciadamente estoy segura. ¿Podemos hablar?
Hubo otro silencio interrumpido por el ding ding del celular que marcaba un mensaje. Graciela lo estaba leyendo cuando vio aparecer a Cecilia que bajaba a abrirle, blanca como un papel. A través del vidrio de la puerta, Graciela le mostró el celular: “Buen día, amor mío, espero que Bristol te haya recibido bien. Todavía tengo tu perfume en mi cuerpo. Tu amante esposo Pablín”.
Cecilia leyó y un gesto de asco se le dibujó en los labios mientras abría y hacía pasar a Graciela. Ambas mujeres se miraron, al tiempo que la puerta se cerraba detrás de ellas.
Nada peor para el hombre infiel que cuando la esposa y la amante se hacen amigas...
Continúa aquí con el final del relato: Sorpresa III
Mónica Gómez
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