Hoy Mónica nos presenta un conmovente relato de final inesperado.

Se oyó una voz

El salón resplandecía de adornos y guirnaldas que caían como finas cintas de lluvia. Los manteles con sus centros florales daban una elegancia que contrastaba con los globos que se destacaban en el pequeño escenario que surgía al fondo, con su cortinado oscuro por detrás. Todo en riguroso color salmón, el preferido de la festejada.

La banda – ubicada delante del escenario – tocaba lo suyo mientras los invitados degustaban las exquisiteces de antipasto, primer plato de pastas y segundo de carne, bien a la usanza italiana.

Marisa cumplía 50 años y había querido ella misma celebrarlo en grande. Pero, fiel a su manera de ser, no podía dejar de dar un toque especial a todo, incluso a este evento.
Antes del postre la banda no sólo calló sino que pidió silencio. Todos esperaban que la cumpleañera subiera al escenario. En cambio, se oyó una voz aguda y a su vez suave entonando las primeras líneas del “Hallellujah”. Un murmullo general pareció elevarse como una débil neblina sobre todos los presentes cuando el cortinado se abrió para dejar paso a Vivian, una cantante desconocida con esta magnífica voz, que produjo un estruendoso aplauso. Tan potente era su voz que estaba cantando sin micrófono, llegando a cada rincón del salón y estremeciendo a todos. Fue entonces que la banda empezó a acompañarla y cuando empezó a entonar ‘O surdato innamurato’, típica canción napolitana, no quedó un solo invitado sin acompañarla a viva voz y hasta bailando. Su repertorio siguió con canciones de los años ochenta, para homenajear a Marisa, recordándole los hits de su adolescencia. La homenajeada aplaudía feliz desde abajo del escenario.

Algunos amigos sabían que la cantante sería una sorpresa pero no esperaban lo que estaban presenciando. Luego de varias interpretaciones, emociones, bailes, llantos y más aplausos, Vivian dejó de cantar.

-Les voy a presentar a una personita –dijo
-Hola, mamá –saludó un pequeño de cabellos morenos y sonrisa radiante, entrando por el cortinado.

Cantaron juntos una canción de cuna, durante la cual el niño se sentó en el regazo de su madre, mientras ella le acariciaba la cabeza y las mejillas. El salón entero vibró de aplausos cuando el niño se despedía, empujando la silla de ruedas de su madre.

Mónica Gómez