Un relato breve sobre la vida de una mujer especial.
No era tarde
Las lluvias devuelven el blando manantial fresco a la tierra atestada. Así las lágrimas sacuden los sentimientos estancados en su ser.
Nunca quiso ser poeta pero amaba jugar con las palabras. Una pasión arrastrada desde su infancia cruda en aquel convento de monjas donde fue abandonada por su tía, que volvió arrepentida a buscarla luego de tantos años. Arrepentida o más bien necesitada de alguien que la cuidara en su vejez. Marta lo hizo. No por amor, ya que nunca pudo perdonarle que luego de la muerte de sus padres en aquel horrendo accidente, la tía y tutora la depositara con los pingüinos claretianos –como le gustaba llamar a las hermanas. Pero en su mente, ella había sobrevivido gracias a las palabras. Se sabía el Padre Nuestro de atrás para adelante, cosa que la divertía mucho, tenía una gran vida interior que alimentaba con su humor sarcástico, el que se le había desarrollado en su lucha por mantenerse viva en un lugar de muertos, según lo veía ella.
Ahora todo eso era pasado y su pasión por las palabras la había llevado a la literatura. Cuando la sacó del convento en su adolescencia, la tía le permitió continuar la escuela secundaria y luego la Facultad de Letras, porque era gratis y con la promesa que no descuidaría las cosas de la casa. Marta lo cumplió. Una de las cosas que había adquirido gracias a las imposiciones de las monjas era limpiar una habitación, una cocina o un baño y dejarlo reluciente con una discreta velocidad.
La casa de la tía era pequeña y no necesitaba de muchas horas para mantenerla siempre hecha un espejo. Y mientras tanto leía, escribía, se cubría con palabras que la confortaban, la acunaban y hasta parecían resguardarla de esa vida hueca que llevaba. No tenía vida social fuera de las clases, ya que su tía no se lo permitía. Y ella no iba a rebelarse. Era una buena alma y no abandonaría a esa vieja, devolviéndole el gesto de dolor. Ella era mucho más que eso, jamás se vengaría. Y simplemente esperó.
Cuando la tía murió de vieja, Marta estaba por cumplir los 40. Llevaba 15 novelas escritas y cientos de ensayos y cuentos. No era tarde, lo sabía. No lo era. Recién empezaba su vida.
Mónica Gómez
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