Hoy Mónica nos presenta, con pocas palabras, la historia de vida de Martha.
Arte: Jacek Yerka

Nieve

A pesar del frío, Martha adoraba la nieve. Sentada con sus libros y su computadora frente al ventanal, disfrutaba inmensamente de ese reflejo plateado que inundaba el paisaje. Los árboles cargados parecían sacudirse en el inteno de sacarse de encima esos copos acumulados. Los dos ovejeros del lugar saltaban como niños, revolcándose. La nieve tenía el olor a Navidad, a la pureza que se unía a los corazones generosos. Bah, siempre había sido soñadora e infatigable, y cabeza dura en lograr sus objetivos. Y ¡vaya si había logrado sus metas de juventud! Como ésta, de vivir en la nieve. Ahora se daba cuenta – y ni lo repetía para no enojarse con ella misma – que extrañaba su mar natal de Monte Hermoso, una localidad balnearia del sur de Argentina donde había pasado una niñez exquisita. Y eso no era nada. Lo que más había aprendido es que siempre había buscado la felicidad en las cosas externas, la carrera, los viajes, la familia, lo que hicieran o dejaran de hacer sus hijos. Por suerte había estado a tiempo y antes de declinar, había descubierto que, como todo ser humano, era completa y tenía en sí todo lo que necesitaba. Estaba feliz y conforme con su vida, situación que no todos logran, claro. Por eso estaba agradecida, a Dios, al Universo, a ella misma...

La voz de Leila la trajo de vuelta a la habitación. Traía la bandejita con las píldoras.

-¿Ya es la hora de las píldoras? ¡Qué rápido pasa el tiempo con una buena lectura! Querida, ¿cuándo me vas a sacar a la nieve?
-That’s impossible, Martha–contestó con cara de resignación.
-Nena, ¡te olvidas siempre que conmigo puedes hablar español!
-Ah, cierto –sonrió-. Dime un poco, a tus 92 años, ¿todavía quieres salir a jugar en la nieve?

La anciana rió con ganas antes de tragar sus pastillas, mientras Leila le acariciaba la cabeza tan blanca como la imagen externa.

Mónica Gómez