Resumen del capítulo anterior: Leticia y su marido Roberto están pasando su primera noche en el crucero por el Mediterráneo. El lujo y entretenimiento de la nave hace olvidar el invierno reinante en esa época del año y distraen a Leticia de su drama personal, la violencia de su marido. Mientras están comenzando a cenar, advierten un golpe y un apagón que duró pocos segundos.
Si no has leido el principio, comienza aquí: Mar Turquesa – Capítulo 1
Mar Turquesa
Capítulo 3
A los pocos minutos, la nave comenzó a inclinarse a la derecha, y las luces volvieron a apagarse. Esta vez los platos se resbalaron cayendo al piso en estruendos, y al llanto asustado del nenito inglés le siguieron otros gritos y sollozos. El altoparlante avisaba, siempre en seis idiomas: “Hablo de parte del Comandante, estamos teniendo un problema eléctrico que en minutos resolveremos.”
-Dijo ‘de parte del Comandante’, ¿por qué? ¿El Comandante dónde está? –preguntó Leticia –esto no me gusta nada.
-No seas necia –respondió Roberto con arrogancia –el tipo está arreglando lo que sea que haya que arreglar, no va a estar perdiendo tiempo hablando con la gente.
-Pero él es el responsable, debería hablar él. A ver si pasó algo grave.
-Callate, no ves que no sabes nada –contestó Roberto dando un puñetazo sobre la mesa, al tiempo que la nave comenzaba ahora a inclinarse sobre la izquierda.
-¿Qué pasa, Ronald?! –gritó Leticia.
-Nada, nada, está todo bien, escuchen al capitán, es un problema eléctrico.
-Te lo dije, callate la boca –repitió Roberto.
Pero la nave seguía inclinándose y la gente comenzó a desesperarse. Cuando vieron que los mozos se calzaban los chalecos salvavidas se dieron cuenta que era mejor salir a cubierta. “Todos al puente cuatro” se escuchó entre llantos y gritos. El restaurant, aunque tomaba dos pisos, tenía la salida por el piso tres, por lo tanto, un mar de personas se agolpó en las escaleras. El altoparlante seguía repitiendo que no era nada, que mantuvieran la calma y esperaran donde estaban. Pero, aún queriendo, nadie podía permanecer en un lugar. Las paredes estaban ahora convirtiéndose en pisos.
Cuando Leticia y Roberto llegaron a cubierta, se dieron cuenta del desastre: la nave estaba casi echada sobre un costado, y el agua se elevaba lenta pero segura. Una inmensa cantidad de personas estaba esperando poder subir a los botes salvavidas. Todos desesperados, sin saber que hacer. Incluso las personas de la tripulación – como había dicho Ronald, en su mayoría filipinos – corrían de un lado al otro sin recibir órdenes de cómo manejar la situación. No se veía ni un oficial cerca, ni instrucciones por el altoparlante, nada de nada. El frío congelante del invierno europeo cacheteaba los cuerpos vestidos con elgantes ropas ligeras.
En esos instantes, en el puente de comando, el capitán Pasquale Molisano intentaba no dar importancia a lo que había sucedido. Unos minutos antes había mandado llamar al jefe de cocineros.
-Llamen a Giuseppe, el capitán cocinero -dicen que dijo -avisale que venga, que pasamos por su casa. Y apareció el hombre.
-Mirá, Giuseppe, te voy a llevar tan cerca de la costa que te va a parecer que tocás a tu madre con la mano.
-Capitán, es peligroso acercarse tanto –aseveró el segundo oficial.
-¡Pero no! Dejame a mí –aseguró con la arrogancia de un niño que juega con su barquito.
La cuestión que el 'niño' siguió con su juguete derechito hacia la costa, ni siquiera bajó a la debida velocidad y cuando viró, golpeó contra una roca.
Ni él mismo creyó que su invencible nave pudiera haber sufrido algún daño. “ ¡Upa! Me parece que lleve algo por delante”, fue todo su comentario.
Pero la nave comenzó a inclinarse, hubo un apagón y le llegó el aviso de que la parte inferior del buque, la sala de máquinas, se estaba inundando.
-Tenemos que informar al pasaje, Capitán –sugirió un oficial.
-¿Te parece?
-Hay 4.000 personas que esperan sus palabras.
-Bueno, decí que hay un problema eléctrico –se le ocurrió inventar.
Un suboficial siguió la orden. "Hablo de parte del capitán. Estamos sufriendo un problema eléctrico, permanezcan donde están.”
“¿Y ahora qué hago?” se preguntaba el supuesto capitán, porque como todo niño, carecía de capacidad de reacción ante una emergencia.
Mientras tanto, en el puente cuatro, reinaba la angustia, la gente misma tomaba la iniciativa y bajaba los botes. “¿Dónde hay chalecos?”, gritaban. Leticia recordó los chalecos que ocupaban casi mitad del placard. Era imposible pensar en ir al camarote a buscarlos. Roberto manoteó el último que se encontraba en unos estantes sobre la pared de la cubierta que ahora, convertida en piso, había quedado aplastado por los pies que pasaban desesperados. Se lo puso él diciéndole a su esposa que ya encontrarían otro para ella.
-Capitán, la situación es grave, dé la alarma – propone un oficial en el puente de comando.
-No exageres... no pasa nada, ¿no ves cómo seguimos? –contestó-. Giuseppe, ¿nos traés la cena? –pidió negando completamente la situación.
Como el niño negaba, la nave actuó sola. Se desequilibró, dio un giro y se encalló sobre unas rocas. Sólo ahí el capitán comenzó a asustarse, aunque siguió negándose a dar la alarma. Tenía miedo. “Me parece que me mandé una macana”, pensaba, “y me asusta lo que me va a pasar”.
-Capitán, habría que dar el aviso de abandonar la nave – insistían los oficiales.
-¡De ninguna manera! Sigan diciendo que es un problema eléctrico y es más, avísenle a Amalia que lo anuncie –propuso en su determinación de continuar negando la dramática situación.
Entre la desesperación de los pasajeros, se escuchó la voz de Amalia que, en un intento de calmar las ansiedades, siguió las órdenes del Comandante y repitió que se trataba de un problema eléctrico. Pero los pasajeros ni siquiera escucharon a la única persona de la tripulación que conocían. Leticia y Roberto se dejaban llevar por la corriente de personas que con los movimientos de la nave se vapuleaba entre histeria y susto, hasta que llegaron frente a un bote.
-Ah, pero mirá – se escuchó –qué cerca estamos de la costa.
-¡Sí! –contestaba alguien- mirá las luces del puerto.
Roberto se lanzó a un bote. Sólo cuando estuvo instalado, se dio vuelta.
-Vení, saltá –gritó, pero fue en vano porque el bote se llenó con un indistinguible número de personas.
-No importa –gritó Leticia- voy en el próximo.
-Sí, ok –respondió Roberto- nos vemos en tierra.
Mónica Gómez
Continúa aquí con Mar Turquesa – Capítulo 4
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