El Galpón del Terror ~ Mónica Gómez

Este duro relato policial inicia con el deseo de aventura de 3 pequeños amigos, que no tienen idea de adonde los llevará su exploración

El Galpón del Terror

Gustavo escuchó el llanto desde su consultorio.
-Ay, pobrecito –mencionó la mujer mientras sostenía a su chihuahua que llorisqueaba luego de la vacuna-.Vaya a saber qué pasó.
-Sí, suele suceder que llegan los pequeños amos con mucho sufrimiento. Disculpe, usted póngale ese pulovercito hermoso a Pina que yo voy a ver qué pasa.
-¿Vio qué lindo le queda? Se lo tejí yo –comentó la mujer orgullosa mientras la perra movía la cola en señal de agrado.

Marisa, su asistente, ya había preparado todo en el quirófano. Se trataba una vez más de Rex, el ovejero de Carlitos.
-¡Doctor Gustavo, por favor salvalo! –gritaba el nene entre lágrimas.
-Es que este perro tiene la manía de correr a los autos que pasan –se lamentó el papá de Carlitos-, ya es la tercera vez que ocurre.
-Sí, me acuerdo de las otras veces pero no se preocupen –los calmó el veterinario-. Por lo que veo no es algo grave pero tengo que operarlo de urgencia para evitar la hemorragia –se volvió al nene con una sonrisa-. No te asustes, yo confío en que va estar todo bien. ¿Vos también confiás?
-Sí... –sollozó el chiquito- ¿le pido a los ángeles por él?
-Ah, sí, qué buena idea, sentate allá afuera con papá y pedí, que los ángeles escuchan siempre.

El nene pareció calmarse y Gustavo se concentró en su tarea. Acarició la cabeza peluda y amarronada justo en el sector donde tenía esos mechones más oscuros, mientras Marisa lo adormilaba con anestesia. ¡Cómo amaba su trabajo! Ya llevaba casi diez años curando el dolor de los animales y todo había nacido con aquel episodio del viejo, esa tarde de aventura.

Eran tres inseparables amiguitos. Desde que se conocieron en el jardín de infantes, no se separaron más. Estaban en quinto grado y ya habían cumplido los diez cuando se les dio por aventurarse por las calles del barrio. Ya eran grandes para estar confinados en los patios o fondos de las casas. Apenas terminaban la tarea se juntaban para explorar. Así se llamaban entre ellos, los exploradores. Se metían en los baldíos, trepaban árboles, juntaban piedritas y miraban cómo las hormigas realizaban sus arduos trabajos. Miguel era más destructivo, y las mataba pero a Gustavo le daban pena.

-Pero dejalas, pobres... ¿no ves el laburo de transportar esa hojita?
-¡Ma sí! Son hormigas, ¿no? Mi vieja las mata con insecticida –afirmó Miguel.
-Pero es distinto, si están en casa...
-Déjense de joder –intervino Lucio –¡por unas hormiguitas de mierda!

El barrio donde vivían estaba cruzado por un riachito donde muchas veces iban a pescar mojarritas.
Esa tarde, Miguel había conseguido un bote que era del papá de un vecino suyo. Harían la exploración de sus vidas. Eran sólo tres pero el griterío que provenía de ese bote podía hacer pensar en muchos más. La algarabía estaba instalada cuando de a uno se iban trepando, hablaban los tres a la vez en una barahúnda de alegría que no podían contener. El sol daba a pleno sobre el agua quieta que contrastaba con el alboroto y clamor de los pibes, excitados por la aventura de su primera navegación.

-¡Aquí los exploradores zarpando, en busca de nuevos horizontes! –gritó Lucio mientras tomaba los remos.
-¿Y vos sabés remar? –preguntó Gustavo con duda. La bulla se silenció por un momento.
-Eh, bueno, no puede ser tan difícil, ¿no? –contestó mientras el bote se bamboleaba intentando tomar rumbo.
-Dejame a mí –ordenó Miguel que se aferró a los remos y comenzó a batir el agua lentamente.

Los tres estaban estáticos de alegría.
-Pensar que ayer mirábamos el agua desde aquellos árboles y hoy estamos acá –comentó Gustavo casi con incredulidad.

Siguieron y siguieron, pasando por los fondos de las casas conocidas. El calor de la tarde menguaba con la frescura que parecía flotar desde el riacho. El agua despedía un aroma denso y profundo. ¡Qué aventura perfecta! De repente, en medio de la quietud, sintieron una mezcla de sonidos extraños que no lograron identificar.

Continúa aquí con la segunda parte: El Galpón del Terror II

Mónica Gómez

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