Mónica nos presenta hoy este relato de remembranzas y realidades.
Arte: Christian Hopkins

El cajón de la cómoda

El calor que parecía abrasar la noche penetraba tan denso por su ventana abierta que la despertó con un golpe de sudor. Se levantó de un salto, como queriendo sacarse de encima esa marea caliente. Sin saber por qué, caminó hasta la cómoda, se agachó y abrió el cajón de abajo, ése que nunca abría. Las bombachas y medias estaban en el primero, las remeras en el segundo, los documentos importantes en el tercero y el último era para guardar ‘cosas’: fotos, papeles sueltos, cuadernos, recuerdos de algún viaje. Al azar tomó lo primero que sus manos tocaron, la libretita azul que atesoraba números de teléfonos de años ya idos. Tan vieja era que los números no contaban con el ‘4’ que hacía ya muchísimos años habían antepuesto a todas las características. La hojeó con un dejo de nostalgia y se posó en la letra M. Marchetti, Silvia, compañera de estudios en la Universidad. ¿Qué habrá sido de su vida? Miranda, Julio. ¿Y ése quién era?

Miró el reloj, eran las 5 am. Le quedaba una hora hasta que sonara el despertador pero ya no tuvo ganas de volver a la cama. En cambio, encendió la laptop y mientras entre lucecitas y ronroneos el aparato cobraba vida, siguió mirando los nombres. Se sorprendió de comprobar que había varios que no recordaba quiénes eran pero la curiosidad pudo más y comenzó a buscarlos en Facebook. Así le habían presentado a la red social: “Te sirve para encontrarte con gente de tu pasado”, le había dicho una amiga.
“¿Y yo para qué quiero encontrarme con gente de mi pasado?”, había pensado en su momento. Pero lo hizo, se abrió una cuenta y la misma red la fue conectando con personas de vieja data. Lo más emocionante fue re encontrar a sus maestras preferidas de la escuela primaria y también grupos de alumnos que todavía recordaba. Esa madrugada encontró a Silvia, quien le contestó enseguida, seguramente presa como ella del calor que no la dejaba dormir. Se bañó contenta, reviviendo los momentos compartidos con esa persona y pensando esperanzosa que irían a tomar un café y quién sabe qué amistad podría surgir a partir de estos re encuentros. La fantasía le duró hasta que bajó al subte y formó parte de la masa humana que, tan pegada y a su vez alienada, va a cumplir su rutina diaria. Se sintió más sola que nunca. La realidad de su vida: sola.

Mónica Gómez