Vivimos inmersos en esta modernidad de redes sociales. Ésta es una historia que muestra cómo Facebook podría literalmente cambiarnos la vida.
El alumno preferido
Supongo que sería un cliché decir que Facebook implica una especie de revolución social a través de la computadora, pero es así. ¿No estás en Face? –preguntan todos. Y de tanto preguntarle, Teresa un día se cansó y se inscribió, confirmando que todos tenían razón en decir que uno se reencuentra con los compañeros de la primaria. Ella fue un poco más allá de sus años de infancia y también se re encontró con viejas amigas y algún que otro viejo amor, que ya desde la foto del perfil, le hacía ver cuánto estaban envejecidos. No porque fuera vieja a los cincuenta, pero considerando que se había dejado de ver con alguna gente hacía treinta años, la diferencia era notable.
Una tarde, ordenando un placard encontró fotos de su época de maestra, con sus alumnitos de primer grado. Eran sus primeros años como docente. Hizo cuentas. Estos niñitos de la foto deberían andar ahora por los treinta y cinco años. Éste había sido un grupo muy especial, con el cual se había encariñado muchísimo y recordaba aún muchos de los nombres, aunque los tenía claramente escritos en la parte de atrás de la foto. De repente se acordó de Facebook, y los empezó a encontrar, uno tras otro, porque se ve que mantuvieron la amistad entre ellos.
Le resultó emocionante ver las fotos y sus vidas, al menos lo que Facebook dejaba ver. Alejandra, aquella chiquita de rulos era dentista; Jorge, el gordito simpático, casado con un hijo; Gastón con mellizos recién nacidos. Marina – aquella nena de piel blanquísima y mirada lánguida vivía en Brasil, casada con un hombre de color y con dos hijas café con leche. Romina era psicóloga y Vanesa arquitecta. Todos estaban felices de re encontrar a la querida maestra de primer grado y organizaron una reunión en un bar cercano a la escuela. Aunque ya muchos no vivían por ahí, buscaron esa zona para volver a unirse como para traer al presente aquellos años. Era un sábado a la tarde e irían también algunos otros que no estaban en Facebook, como Raulito, que Teresa recordaba como su preferido y José María, el más liero de la clase, ahora convertido en gerente de finanzas de una importante multinacional.
La tarde de inicios de septiembre estaba todavía fría y a Teresa le dio pena abandonar el sol que bañaba la ciudad cuando se metió en el subte. Estaba contenta, expectante de volver a ver a esos chicos a quienes obviamente había dejado un buen recuerdo. Ya había unos cuantos cuando Teresa entró al bar y – si no hubiera sido por las fotos recientes del Face – no los hubiera reconocido. Los abrazos parecían interminables, todos hablaban a la vez y daban grititos cada vez que aparecía alguien y jugaban a hacerle decir a Teresa quién era. Recordaban la relación especial que se había creado entre ellos y esta maestra. Tanto era el cariño que después de cada recreo, se ponían en fila para darle otro beso más antes de entrar al aula.
Habría pasado una hora o un poco más cuando Teresa vio entrar a un muchacho muy buen mozo. Al ver que se dirigía a la mesa del fondo donde estaban ellos, creyó que se trataba del marido o novio de alguna de las chicas. Casi muere de un infarto cuando le dijeron que era Raúl. ¿Raulito?
¿Vos sos Raulito? –le dijo incrédula mientras se abrazan y Raúl estallaba en una carcajada.
–Si, soy yo, un poco crecidito. Mirá, hasta medio pelado ya –agregó mostrando sus sienes con entradas. ¡Vos estás bárbara, seño Tere!
–Ay, sí – dijo Vanesa– se acuerdan que la llamábamos “Seño Tere”.
–¡Sí! – rió Alejandra– y la directora se enojaba porque decía que era una falta de respeto.
Teresa reía pero había quedado anonadada con Raúl, en quien no encontraba nada de aquel nene menudito y tierno, tan delicado que Teresa lo veía un poco afeminado y estaba segura que crecería homosexual. Ahora era un hombre hecho y derecho que no tenía ni una pizca de femenino, salvo quizás esa sonrisa dulce que mantenía.
Poco a poco, todos empezaron a partir hacia sus obligaciones familiares, hijos, parejas. Teresa no tenía ningún compromiso esa noche, era divorciada, sin pareja y sus hijas habían salido. Quedaban Romina, Vanesa y Raúl cuando éste propone ir a otro lugar a cenar pero Vanesa tenía cita con unas amigas y Romina un cumpleaños.
–¿Puedo invitarte a cenar, seño?
–Sí, claro – respondió Teresa alegremente.
Continúa aquí con la segunda y última parte: El alumno preferido II
Mónica Gómez
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