La policía encuentra a Estela sobre el cadáver de su marido, y la casa dada vuelta, como señal de un robo. La infancia de la muchacha no fue fácil, con su madre alcohólica. A sus 15 años finalmente sus padres se separan y ella vive con su padre, Osvaldo. ¿Habrá más dolor en la vida de Estela?
Si no leíste la primera parte, comienza aquí: Discapacitados I
Discapacitados - Segunda parte
A los pocos meses Osvaldo, el padre de Estela, conoció una mujer unos años menor que él. Beatriz era separada también pero no tenía hijos y se encariñó inmediatamente con la adolescente rebelde e inquieta en la cual se había transformado Estela. Aunque Beatriz era psicóloga, no fue con la teoría sino con amor que se ganó la confianza y el afecto de la chica. Beatriz también era hija única pero de un matrimonio bien avenido que la había colmado de afecto y atenciones y sabía lo que era un hogar feliz. Eso fue lo que se propuso ofrecerles a Osvaldo y su hija y por unos años, todo marchó sobre ruedas. Ni los reveses económicos quebraron la paz en la que vivían. A través de una inteligente matufia legal, la ex mujer de Osvaldo se quedó con la casa y ese gesto hizo que Estela dejara de ver definitivamente a su madre, que entraba y salía de las clínicas de rehabilitación. Se acostumbró a vivir en el pequeño departamento de Beatriz, en un barrio céntrico. Extrañaba su vida social de clase alta pero enseguida se hizo de amigos que la distraían y en definitiva, la clase media no estaba tan mal. Era gente más natural y honesta, como su madrastra, que era la persona que más la comprendía y la escuchaba.
-¿Qué opinarías si tuviéramos un hijo? –preguntó Beatriz mientras cenaban una noche, mirando a Osvaldo que dirigió la mirada a su hija.
-¿En serio? ¡Sería buenísimo! Mi regalo de cumpleaños...–contestó la muchacha que en esa semana cumplía los 18-. Sería como crear un vínculo de sangre con vos, porque ahora serás la mamá de mi hermano –dijo abrazándola.
Sebastián nació una mañana de verano a través de una cesárea. La sentencia fue dura de digerir: tenía Síndrome de Down. Nadie se lo esperaba. En realidad, nadie espera tener un hijo discapacitado. Osvaldo reaccionó malísimo. Se fue alejando poco a poco argumentando un ‘no puedo’ que sumió a Beatriz en una soledad que le parecía injusta pero era tan real como los ojos achinados de su bebé.
De recién nacido, Estela lo adoraba. Lo llamaba ‘mi átomo’, por lo chiquito que era y jugaba a ser su mamá y lo mostraba orgullosa a sus amigos. Lo cambiaba, lo cuidaba y era la compañía que Beatriz necesitaba, en ese momento en que la vida la cacheteó secamente. A los pocos días del nacimiento de Sebita, a la mamá de Beatriz le diagnosticaron un cáncer de páncreas y su vida colapsó. Con su hijito necesitado de mil cuidados, su madre con una enfermedad terminal y su padre octogenario doblado de dolor, su mundo se cayó como un edificio de paja en un terremoto.
Con el progresivo y constante alejamiento de Osvaldo, Estela también comenzó a alejarse. Ya no buscaba a su hermanito ni lo llevaba a pasear ni lo compartía con sus amigos. En definitiva, pensaba, quién iba a querer a ese bebé tonto. Cuando, antes que cumpliera seis meses, Osvaldo se fue, ella partió con él, dejando a Beatriz con el corazón destrozado, más por ella que por él. Al fin y al cabo, los hombres son hombres y muchas veces su machismo esconde una falta de cojones que se pone en evidencia en los momentos duros. Pero ella, Estela, que ya estaba por cumplir 20 años y a quien ella le había dado tanto y había cobijado como a una hija...eso dolía mucho. No podía creer que le estuviera dando la espalda, pero así era. La puerta se cerró tras ellos para nunca más abrirse. La mamá de Beatriz falleció y ella quedó sola con Sebita y su papá que cumplía su rol de abuelo con amor infinito. Al cabo de unos años, la vida la recompensó y cuando su hijito tenía 4 años conoció a un hombre sensible y verdadero que se enamoró de ambos. Osvaldo firmó el documento de entrega en adopción, feliz de sacarse de encima a ese chico tan rechazado y así la historia de Beatriz tuvo un final digno de telenovela.
Mientras tanto, Estela nunca volvió a ver a su ex madrastra y su hermanito. Continuaba sus estudios de Administración de Empresas. Era brillante, estudiaba día y noche, aunque no le faltaba nunca tiempo para divertirse. Cuando se acordaba de Beatriz y Seba, bastaba con enfrascarse en un texto o revivir la última noche de pasión vivida con alguno de los tantos pretendientes que la rondaban, gracias a su grácil figura, con las redondeces justas, su pelo lacio y sus ojos profundos como pozos negros.
Fin de la parte 2. Continúa aquí para leer Discapacitados - Parte 3.
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Mónica Gómez
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