Ricardo y su cuñado Mario se enriquecen con inversiones ofrecidas por un amigo francés, confiando en él. Sin embargo, parece que se trata de un cartel de droga. El francés desaparece y ellos reciben un llamado en el cual son amenazados a seguir invirtiendo.
Si no has leído la primera parte, comienza aquí: Caso de familia, I
Caso de familia, III
Ni Ricardo ni Mario creyeron que la amenaza fuera tan grave. Pero al cabo de una semana, Estela apareció muerta, en la bañadera, con tres balazos en la cabeza. Por si quedaba alguna duda, en ese mismo momento, cinco minutos después que Ricardo entrara a su casa, recibió un mensaje de texto que decía: “Con nosotros no se jode. Si hablás, habrá más muertes”. En su tremenda desesperación llamó a Mario, que fue corriendo y al ver el desastre y darse cuenta de lo peligrosa que era esta gente, decidieron ocultar todo.
Mario llamó a un amigo suyo que era médico y actuó cerrando las heridas y lavándole la sangre del pelo y del cuerpo. A las pocas horas, el cuerpo de Estela estaba como si realmente hubiera sufrido un golpe y ésa fue la mentira que inventaron: que resbaló en la bañadera y se había golpeado la cabeza. Eso fue lo que le dijeron a la masajista de Estela, que se apareció en la casa, a la consabida cita después de su partido de tenis.
Le contaron lo que había pasado y aprovechando su presencia, le pidieron que por favor les diera una mano limpiando la sangre. Mario le explicó que no quería contarle a sus padres el detalle de la sangre, que sólo agregaba horror a la desgracia y le pidió que ella nunca dijera nada, mientras le ofrecía un buen bulto de billetes en agradecimiento. La mujer tomó el dinero, derramó unas lágrimas “pobrecita Señora Estela” y juró nunca decir nada.
El médico extendió un certificado, hablaron con un conocido en la policía y luego llamaron a la familia que shockeada de tanto dolor, aceptó hacer un velatorio corto y enterrarla al día siguiente.
Ricardo quedó destrozado, y con el único que podía hablar era con Mario. Se sentía totalmente culpable y no tenía consuelo y encima, pensaba no haberle dado una sepultura respetuosa. Mario le decía que así era mejor, que no podían poner en peligro al resto de la familia y eso sí era lo único que Ricardo consideraba. Es cierto, había que hacerlo así para evitar más tragedia.
-¡Hijos de puta! –lloraba Mario-. ¿Te das cuenta lo que nos hicieron? Nos mataron a Estelita.
-La vida ya no tiene sentido para mí sin ella. Vos tenés a tu esposa y tus hijos y yo te juro que voy a hacer todo por protegerlos. Es lo único que me importa.
En esos días aparecieron las dudas de Vicky, la vecina amiga, y las preguntas a Ricardo y toda la familia. Dudas que la llevaron al juzgado y a que se abriera la causa.
En cuanto supieron que se exhumaba el cadáver Mario y Ricardo decidieron juntar a los padres y a los hermanos y contarles la verdad. También estaba presente la esposa de Mario. Se derramaron miles de lágrimas y se puso en tela de juicio todos los argumentos que ya atormentaban a Ricardo constantemente. Para qué se había metido en eso que era gente peligrosa y todos esos comentarios que no llevaban a nada, Estela ya estaba muerta.
-Mario –susurró su esposa, incrédula. ¿Vos metido en esto?
-Sí...
-¿Vos? –subiendo el tono-. ¿Vos metido con dinero asqueroso de droga? ¿No pensaste en mí y en tus hijos? –agregó enfureciéndose.
-Ah, sí, eh! –retrucó él-. Dinero asqueroso le decís ahora. Pero no te daban asco las joyas que empecé a regalarte, ¿no? Ni las escapadas con los chicos a esquiar, ni los viajes a Europa y Polinesia, ¿no? ¡Eso no te daba asco!
Su esposa lo miró llorando.
-¿De dónde creés que salía esa plata, eh? –continuó Mario-. ¿Te lo preguntaste alguna vez? ¿O preferiste hacerte la tonta?
-Tenés razón –contestó angustiada-. Perdoname, tenés razón.
Mario la abrazó, llorando también. Los errores ya estaban cometidos.
-¡Yo tuve la culpa de todo! –se desesperó Ricardo
-No, querido –lo abrazó su suegra- la bajeza humana fue la culpable.
-Yo creo que deberían contar la verdad a la policía –acotó el papá de Estela, un señor mayor que todavía creía en la justicia.
-¿Y acaso la policía nos va a proteger? –saltó Mario enojado.
-¡Debería! –gritó uno de los hermanos.
-Momento, momento –interrumpió Ricardo- esto tiene una única solución.
Fin de la tercera parte. Continúa aquí con la cuarta y última parte: Caso de familia- IV
Mónica Gómez
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