Mónica vuelve a regalarnos uno de sus apasionantes relatos policiales. Esta vez, el crimen sucede en un lugar con tantas personas en juego que no será fácil encontrar al culpable.
BRISAS DE TRAICIÓN - 1a parte
El hombre duerme plácidamente bajo la sombrilla de paja, rodeado de las tantas reposeras azules con bordes blancos dispuestas en círculo alrededor de la pileta. A su lado, su mujer se concentra en un cuaderno sobre el cual la birome se mueve casi frenéticamente. Escribe sin parar, dando vuelta las páginas en un sinfín de palabras que parecen surgirle de algún lugar misterioso. Cada tanto se acomoda el pañuelo que la cubre del sol, como si al hacerlo las ideas se le ordenaran para transformarse sobre las líneas.
El sonido de alguna zambullida llama a los demás que van apareciendo lentamente luego del desayuno. En un rato, la zona está llena y los animadores comienzan su trabajo. Música a todo lo que da. Bailes. Griterío. Más zambullidas. La mujer deja el cuaderno con gesto exasperado mientras su marido, inmerso en su sueño, parece estar en otro mundo.
Así estaban, unos bailando, otros tomando la clase matutina de aqua gym, otros nadando, cuando irrumpió un sonido estruendoso que tapó a todos. Las decenas de caras al cielo vieron un helicóptero a la distancia que revoloteaba sobre el mar. En unos instantes se posó exactamente sobre una inmensa nave de crucero que interrumpía por un buen trecho la línea del horizonte. La actividad cesó bruscamente y hasta el señor medio dormido se incorporó vencido por su curiosidad. Algunos se volcaron al balcón de la piscina para poder ver mejor lo que sucedía mientras, como en estampida, los más hábiles corrieron hacia la playa. Nadie quería perderse el espectáculo.
Las conjeturas comenzaron a difundirse entre la arena. Se alcanzaba a divisar un bulto que era llevado dentro del helicóptero. ¿Qué sería? ¿Una persona? ¿Por qué? ¿Qué habría sucedido? Estaban todos sacando fotos y filmando la escena cuando alguien gritó: “ ¡Viene hacia aquí!”
En efecto, el aparato estaba dirigiéndose hacia la playa que estaban ocupando y antes que pudieran ponerse a reparo, un viento caliente levantó una polvareda de arena. Al mismo tiempo y como surgida de un túnel subterráneo, apareció en el lugar una ambulancia de la cual descendieron un par de personas – o quizás más – con guardapolvos blancos.
-¡Todos fuera de la playa! –gritó una voz enérgica y tan contundente que no hubo ni una persona que se animara a desobedecer. Una ráfaga de arena lo envolvió todo y el helicóptero se posó como pudo en un lugar despejado. Ante los ojos atónitos de los presentes, bajaron una camilla totalmente tapada que cargaron rápidamente en la ambulancia. Los hombres fueron tan hábiles en cubrir los costados con sábanas que ni siquiera se veía una silueta humana. A los pocos segundos, así como llegaron, volvieron a esfumarse y si no hubiese sido por la explosión de arena y gotas de mar, quizás hubieran pensado que aquello había sido un sueño.
Mientras tanto, en la cubierta de la enorme nave, parecía repetirse la escena de la mujer escritora. Con su bikini y su pareo cubriendo las zonas de más rollitos, una atractiva rubia garabateaba en un cuaderno mientras su marido dormitaba en la reposera junto ella. A él se lo veía un poco más anciano, aunque su torso desnudo delataba un cuerpo atlético, como de quien ha practicado mucho deporte. Muchos curiosos habían seguido atentamente los acontecimientos del helicóptero, tan extraños a los hechos como la gente de la playa.
-¡Papá! –los interrumpió un nenito igual de rubio que su mamá- ¿me enseñas a practicar la zambullida?
-Pero claro, hijito –contestó levantándose y quitándose los pantalones. Luego miró a su esposa- ¿venís, Clara?
-No –sonrió- prefiero quedarme acá escribiendo. La vista del mar me inspira mucho.
-Por supuesto, aprovechá –contestó su marido acariciándole el pelo.
Clara miro hacia el mar pero su atención se posó sobre ese joven bronceado que estaba acodado sobre la baranda y no le quitaba los ojos de encima. Su mujer, junto a él, estaba ocupada con un bebé. “Con estos casados es difícil”, pensó la muchacha, poniéndose de mal humor. “Acá arriba estamos todos encerrados”.
Mientras tanto, el capitán y sus subalternos estaban reunidos esperando noticias cuando un oficial entró en la sala.
-Señor Capitán, acaban de informar que están mandando un equipo investigativo.
-¿Es necesario? –preguntó el responsable de la empresa desde una pantalla.
-¡Por supuesto! –respondió el capitán con una mezcla de seriedad y resignación-. Indudablemente tenemos un asesino a bordo.
Brisas del mar era una empresa de cruceros originariamente española, que desde hacía unos años pertenecía a una multinacional con sede en Estados Unidos. De todos modos, por tradición, portaba bandera española. Aquí en la nave ‘Jardín’ llevaban 2.700 pasajeros y 963 miembros de tripulación, de los cuales ahora quedaban 962. Uno de los mozos, Romney Puritang, de origen filipino como la gran mayoría, había aparecido muerto en su camarote, el que compartía con Jon Dailer, su amigo de toda la vida. Le llamó la atención no encontrarlo a la hora convenida en que todos se juntaban en las cocinas para comenzar con las tareas del desayuno y volvió al camarote a buscarlo, topándose con la tragedia. Lo encontró tirado en el piso y creyó al inicio que estaba desmayado. Llamó urgente al médico de a bordo que constató que estaba muerto, aparentemente por asfixia, considerando las marcas de estrangulamiento alrededor del cuello. Fue allí que lo bajaron a tierra para practicarle una autopsia.
La noticia viajó veloz entre la tripulación, que quedó consternada y más que nadie, su amigo Jon y su primo Sam, que también trabajaba allí. Ambos fueron las primeras personas que el capitán quiso entrevistar junto con el director de hotel que estaba a cargo de todos ellos y el oficial de Seguridad.
-Hablemos un poco del pobre Romney –comenzó el director mientras Sam, el primo, se cubría la cara con las manos. Era un hombre robusto de tez aceitunada cuyas lágrimas producían una pena que se traspasó a una rápida mirada compasiva entre los hombres de la nave.
-No puedo quitarme a su esposa de la cabeza –dijo en un sollozo tocándose un grueso anillo de oro que llevaba como alianza en la mano izquierda.
-Yo pienso en sus hijitos... –agregó el angustiado amigo.
-¿Ya les avisaron? –preguntó el capitán.
Los filipinos se miraron entre ellos.
-No –dijo el primo-, todavía no junté las fuerzas para hacerlo.
-Les informamos que comenzó una investigación con el fin de descubrir quién ha cometido el crimen. Imagino que estarán de acuerdo –anunció el capitán.
-Sí, claro –respondió Jon mientras el primo seguía sollozando.
-¿Qué nos pueden contar del pobre Romney? ¿Es posible que tuviera algún enemigo a bordo?
Ambos filipinos se miraron con un dejo de duda.
-Bueno –comenzó el primo-. Romney es un mujeriego insaciable –dijo al tiempo que se dio cuenta de su error-. “Era” –se corrigió acongojado.
Continúa aquí con la segunda parte: Brisas de traición II
Mónica Gómez
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