Mónica Gómez nos presenta un relato breve sobre una mujer y su disyuntiva.

Elección

“El mundo me falló. Yo le fallé al mundo. Por lo tanto no quiero amar más”.

Esa frase de Clarice Lispetor la movió. Estaba desencantada. Demasiado sufrimiento traía el amor. Lo mejor sería no amar más. Sería... porque ¿cómo se hace para ignorar esa pulsión de vida, para seguir adelante sin amor, muriéndose un poquito cada día. Sería maravilloso poder vivir sin amor, se ahorrarían un montón de dolores pero no estaba en su naturaleza. Ella no servía para eso. No estaba hecha para la vida solitaria. No estaba en su ADN. Ella era alegre por esencia y ya se sentía mal viviendo este duelo que no venía sólo de sus tres meses de viudez sino de mucho antes, desde que empezó a sentirse sola, a pesar de tener un marido al lado. No era lo que ella quería. Pero a su vez sabía el riesgo que corría. Las relaciones son peligrosas, empiezan como una bocanada de aire y pueden terminar en un ahogo. Puede haber desilusión, tristeza y más dolor. ¿Más dolor que el que sentía ahora, entregándose al no amor? No, seguramente no. Aunque ya estaba acostumbrándose a este dolor. Ya lo conocía. No es que se hubieran hecho amigos pero era algo bien sabido, si bien incómodo. Otro tipo de dolor podía ser más incómodo todavía, podía hundirla más aún, podía dejarla en un pozo más profundo del cual iba a ser difícil salir. Daba miedo. Pero ¿cuál era la opción? ¿Seguir el pensamiento de Lispector y quedarse sin amor? ¿Ésa sería su vida? ¿Más vacía de su vacío actual? ¿Desde dónde quería vivir? Todas estas preguntas se planteó mientras ponía el agua para su Earl Grey de todas las mañanas. Mientras disfrutaba del sabor a cítrico del exquisito té inglés, eligió. Aceptaría el riesgo. Tomó el celular y lo llamó.

Mónica Gómez