Mónica Gómez nos presenta un relato crudo y despiadado que muestra una realidad oculta pero que bien puede ser bastante común.

Mellizos

Abrió el grifo del lavatorio intentando acallar los grititos que ya no soportaba. Sentada en el borde de la bañadera, apretó los puños y se preguntó cómo había llegado a este punto. Cierto, cuando quedó embarazada. Pedro era muy buen mozo y fantástico en la cama. Sólo eso buscaba, divertirse. Ni soñar de tener algo serio con un operario de fábrica. Justamente ella que era tan intelectual. No había estudiado formalmente porque sus padres no pudieron pagarle una Universidad, pero era autodidacta y se lo pasaba investigando en la red todos los temas que la interesaban. Su cerebro acunaba una enorme cantidad de conocimiento y con su marido, no podía ni hablar.

Ese maldito preservativo roto le había arruinado la vida. Hubiera abortado, incluso sin decirle nada a Pedro, pero con lo que ganaba en el bar, no podía siquiera pedir el dinero prestado. No le quedó otra opción que hablar con sus padres. Cuando propuso interrumpir el embarazo, sus padres pusieron su grito en el cielo y prácticamente la obligaron a casarse. Pedro estaba feliz. Claro, ¿dónde iba a encontrar una esposa como ella? Unos días antes de la boda, se hizo la primera ecografía: mellizos. Era evidente que la vida se había ensañado con ella.

El timbre la trajo de vuelta de su aturdimiento lamentoso. Seguramente era la vecina que había escuchado esa mezcla de llanto, gritos y palabras ininteligibles que los nenes de casi dos años balbuceaban sin parar y que a ella le retumbaban en la cabeza hasta hacerla explotar. Mientras caminaba hacia la puerta, esquivando autitos, muñecos, aros y cubos de plástico multicolores, tuvo una idea. Se revolvió el pelo y puso su mejor cara de enferma.

-Ah, María –abrió la puerta tocándose la frente con la palma de la mano.
-Querida, ¿qué pasa? Escucho a los niños.
-¡Qué suerte que pasaste! Algo me cayó muy mal, estaba en el baño vomitando y ahora me siento muy mareada.
-Sí, se te nota que estás mal. No te preocupes, yo miro a los bebés y tú ve a recostarte.
-¿Realmente harías eso? –preguntó con falsa sonrisa.
-¡Por supuesto! Ve a descansar.
-Muchas gracias, María, qué afortunada soy de tener una vecina como tú.
-Pero querida, si a mí me encantan los niños.

Casi le sugería que se los llevara a su casa, los adoptara y los alejara de ella para siempre. Pero simplemente se metió en su cuarto, cerró la puerta con llave, se tiró en la cama y siguió leyendo un artículo sobre la conexión entre la religión y la física cuántica.

Mónica Gómez