Un relato crudo y doliente, que podría desatar polémicas entre quienes no viven la experiencia de la discapacidad.

Desgaste

Hace 17 años que Gabriela dirige el Centro. Todo comenzó con la idea de encontrar un lugar para su hija que tiene un grado de discapacidad suficiente como para ser casi autónoma pero no tanto como para estudiar o trabajar.

“Hipoacusia”, “retraso cognitivo”, bellas palabras de nueva invención que intentan mejorar la situación pero no cambian un ápice la realidad de los hechos. Al revés del cáncer, que antes se le decía ‘la enfermedad incurable’ y ahora se la llama por su nombre. Su hija era sorda y retrasada y ella tenía cáncer terminal. Así de dura era la realidad que estaba viviendo.

De alguna manera sentía que el tumor la estaba salvando porque su hija había preferido mudarse con su papá, que podía cuidarla mejor y hacerla sentir mássegura. Ella no daba más. Toda la vida atrás de ‘chicos así’, desgarrada de tanto dolor, que las supuestas satisfacciones y cariño de estas personas no lograron compensar.

Vió el cáncer como una salvación. Por fin el padre se hizo cargo y se la llevó a vivir con él. Y la verdad es que su hija estaba muy feliz. Las personas con retraso mental poseen la capacidad de desapegarse fácilmente. Ya lo había visto en varios casos. Se adaptan a quienes los cuidan y viven el momento. Además, todos comprendieron que abandonara la dirección del Centro porque ‘pobre, está muy enferma’.

Al fin podía dormir hasta tarde, leer en la cama, comer a la hora que quería y lo que le daba la gana, salir cuando quisiera y, en definitiva, ser ella misma. A pesar de su enfermedad, comenzó a disfrutar de la vida. Sus tratamientos no le provocaban problemas, por lo cual llevaba una vida plena, mejor que su vida anterior. Al cabo de unos años, entró en remisión. Su hija ya se había acostumbrado a vivir con su papá y ambos estaban bien juntos. Es más, el papá se había vuelto a casar con su novia de los últimos años, que se adoraba con la muchacha. Y el Centro tenía ya otra organización.

‘Tener un hijo discapacitado es un gran desgaste. Qué salvación fue mi cáncer’ –se dijo Gabriela antes de cerrar los ojos para siempre muchísimos años después.

Mónica Gómez