Mientras Luciana está en la plaza con sus hijitas, tiene un encuentro inesperado con Chela, que le trae el recuerdo de muchos años atrás: su hijo Juan y Luciana, dos estudiantes de psicología, están felizmente noviando, hasta que él la deja, llorando y sin darle explicaciones. ¿Qué le habría pasado?
Si no leíste la primera parte, comienza aquí: Re-encuentro I
Re-encuentro II
Luciana quedó destrozada y con la desesperación de la gran intriga. ¿Tendría otra? ¿Qué podía haber pasado? En su afán de encontrar una explicación racional, se la agarró con Silvina, la mejor amiga de Juan, también estudiante de la facultad. Cuando empezaron las clases y debían compartir algunas clases todos juntos, Luciana no hacía más que observarlos a ver si descubría algo. En su obsesión por desentrañar la verdad, se hizo amiga de Silvina. Empezó a estudiar con ella y compartir salidas. Con eso se dio cuenta de que realmente no pasaba nada entre ellos, pero intentaba en vano sonsacarle información a su nueva amiga, que sólo se limitaba a decir: “ ¡Es extraño este Juan Luis!”
Lo más extraño es que seguían siendo amigos, mejor dicho, él se comportaba como un amigo, porque Luciana seguía locamente enamorada de él. Fingía amistad con tal de tenerlo cerca y saber sobre él. Y un buen día esa actitud rindió sus frutos y Juan Luis se confesó.
-Llegó el momento de contártelo.
-Soy toda oídos.
-Ahora puedo decírtelo porque sé que no me vas a juzgar.
-Claro que no... –Luciana ni se imaginaba lo que estaba por escuchar.
-Soy homosexual-. Luciana tragó saliva-. Ojo, no soy una mujer –aclaró rápidamente. -Soy un hombre al cual le gustan los hombres.
-¡Era eso entonces!
Sintió alivio, tristeza, bronca. Esa noche no durmió. Se sintió estúpida y por supuesto, culpó a su madre por las ideas retrógradas que la habían confundido. ¡Claro que no debía sacarle la mano, pero no era respeto, no era amor, era que su cuerpo de mujer no lo excitaba!
Por esas cosas de la vida, en esos días Luciana conoció a un muchacho diez años mayor que ella y no dudó en saltar a la cama con él. Necesitaba saber que era mujer, que era bella y deseada. Pero no prosperó, claro, porque a pesar de todo, seguía enamorada de Juan. Y lo más tremendo es que él también lo estaba de ella.
-Sabes, Lu, el otro día hablaba con mi terapeuta. Yo no dudo entre mujeres y hombres. Mi duda es Luciana o los hombres.
-Debería tener pito, ¿no? –sonrió.
-Sí, claro, eso sería perfecto.
Rieron como siempre lo hacían. Pasaron un par de años en que se acercaban y se alejaban. Él tenía algunas relaciones ocasionales con hombres pero nada importante. Lo mismo ella. Se querían tanto que no podían dejar de estar juntos aunque no había ningún contacto físico entre ellos. Luciana seguía visitándolo en su casa. Chela por fin se había separado, el marido se había ido y ella estaba feliz con su libertad recién adquirida. Ella también había quedado de una pieza cuando Juan le contó la verdad de quien era y comprendía perfectamente el dolor de Luciana.
Luciana tuvo otro novio, en un intento desesperado por olvidar a Juan, que tampoco funcionó. De hecho, estuvieron casi seis meses sin verse. Ella había elegido cursar materias distintas para no cruzárselo. Hasta que un buen día, Juan la llamó por teléfono para encontrarse. Tenía algo importante que contarle. Seguro conoció a alguien y está en pareja –pensó Lu. Una vez más, no se imaginaba lo que estaba por escuchar.
-Quería contarle algo importante, antes que te enteres por ahí.
-Gracias – sonrió ella-. Ya me imagino... ¿estás en pareja?
-Sí, y estoy muy bien.
-Me alegro tanto –dijo tomándole la mano-. ¿Dónde lo conociste?
-“la” –respondió con un gesto que rozaba un dejo de culpa.
-¿Cómo?
-Digo que es una chica. Gabriela Fernández, de la Facu, vos la debés conocer. Cursamos “Adolescencia” con ella en primer año, ¿te acordás?
Luciana estaba dura, sin palabras. Sintió una oleada de celos y rabia que la hizo poner colorada sin quererlo. Sintió una punzada de dolor y resentimiento que no sabía como manejar.
-Ella se acercó a mí como amiga, pero con otros fines, claro –seguía Juan totalmente ajeno a las emociones con las que luchaba ella. Yo me sentía muy bien, cada día más cerca, pero, como con vos, obviamente ‘faltaba algo’. Y no quise cometer el mismo error, no quise lastimarla como sé que te lastimé a vos. Entonces le dije que era mejor que no nos viéramos más. Ella quedó destruída y a los pocos días me enfrentó y me pidió explicaciones. Me animé y le conté. Y ¿sabés qué hizo?
-No... –respondió Luciana con un gesto de ‘qué me importa’, que Juan no supo interpretar ya que sólo quería poder seguir hablando.
-¡Me abrazó! ¿Entendés? ¡Me abrazó!
Sí, claro que Luciana entendía. Ella lo había vivido. Si un hombre te estaba dejando, era mejor que fuera por competencia con hombres que con otras mujeres. Ella también lo hubiera abrazado si se hubiera enterado en su momento.
-Y bueno –continuó Juan entusiasmado- en ese momento me sugirió seguir juntos, a ver qué pasaba. Y yo me fui enamorando cada vez más. Dos veces por semana estamos juntos, nos acostamos, y nos dejamos llevar. Todavía no hubo penetración pero ¡te aseguro que hacemos el amor! –concluyó alegremente.
-Disculpame, pero necesito preguntarte algo.
-Sí, claro.
-¿Por qué ella y no yo?
-Porque ella me aceptó como era. No pretendió cambiarme.
-¿Y yo sí? –preguntó extrañada.
-Bueno, vos querías un hombre.
Luciana se quedó confundida con la respuesta. Gabriela también quería un hombre, y había hecho una muy buena estrategia y lo había logrado. La odió, tanto, tanto. Pero estaba tan shockeada que no quiso seguir hablando. Sólo quería irse así que inventó que se la hacía tarde y se fue.
Lo peor llegó a los pocos meses.
Mónica Gómez
Continúa aquí con la tercera parte: Re-encuentro III
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