Resumen del capítulo anterior: En medio del naufragio, Leticia llegó nadando a la costa y encontró refugio en la casa de una viejita comprensiva y contenedora. Recordó a su amiga Marina, ex compañera de estudios que había vuelto a contactar por Facebook y que estaba en Italia hacía unos años. Al descubrir que vivía cerca, la llamó por teléfono. Marina y su marido Miguel vinieron a buscarla y la ospedaron en su casa de Lioni. Marina habló con su madre, explicándole toda la situación. Ésta no podía creer que su yerno fuera quien era en realidad y prometió no decir nada cuando la contactara. La amenaza de que Roberto la encontrara y descubriera su mentira, era aterradora.
Si no has leido el principio, comienza aquí: Mar Turquesa – Capítulo 1
Mar Turquesa
Capítulo 6
En los días siguientes, Leticia se fue enterando de lo sucedido por la televisión italiana que no hablaba de otra cosa más que de la tragedia. El Capitán había pasado demasiado cerca de la costa. Lo había hecho por una costumbre llamada inchino, era el saludo de los habitantes de una ciudad costera al paso de una nave. Ya lo habían hecho otras veces pero esta vez se había acercado tanto que había golpeado contra unas rocas provocando un enorme agujero en la quilla del barco. Ése había sido el golpe que habían sentido mientras estaban por cenar, lo que además provocó el apagón. Sin embargo, eso no era lo peor. Si el comandante hubiera dado la orden de evacuar la nave en ese momento, todos se hubieran salvado tranquilamente.
A los dos días las cifras hablaban claro: “hasta el momento, ocho muertos y 37 desaparecidos.”
-Treinta y seis –sonrió tristemente Leticia.
-¡Sí, claro! –dijo Marina.
-Pero lo peor es la actitud que tuvo ese hijo de puta –acotó Miguel. Dicen que no dijo nada, que mintió anunciando que era un problema eléctrico.
-Ni siquiera él lo dijo. Yo recuerdo claramente que me llamó la atención que las palabras eran ‘hablo en nombre del comandante’. Ni siquiera él habló.
-No, el tipo abandonó el barco, es gravísimo eso.
-¡Ah! –exclamó Leticia- ¡ahora entiendo! –la miraron extrañados.
-Cuando yo llegué nadando a la playita, vi un bote que estaba como escondido con gente vestida de blanco... ¡claro! Ahí estaba el tipo, con sus oficiales. Ahora que pienso, él era el que estaba vestido de negro, con esa polera con la cual lo vimos recién en esa entrevista que le hicieron. ¡Qué vergüenza! Un cobarde. Por eso nadie sabía qué hacer, porque no había instrucciones. No sabés lo que era eso, el caos total.
-Pobrecita, lo que te tocó vivir –la abrazó Marina.
-Si, fue muy duro, y me da mucha pena la gente que falleció, ¡estando tan cerca de la costa!- permaneció callada por un momento-. Pero se me mezclan las penas y ahora lo que más me preocupa es qué voy a hacer. ¿Y dónde estará Roberto? ¿Me estará buscando?
Le parecía extraño pensar en él, es más, le daba algo de pena. Como el capitán, cobarde también porque se había tirado al bote. ¿Cómo estaría?
-Mirá –habló Miguel – yo te digo algo que estuve pensando. Vos no podés volver con ese tipo. Conozco el paño. Mi viejo era así y la cagaba a golpes a mi vieja. Yo era chiquito y sufría en mi impotencia. Era así como vos lo contás. La golpeaba y después le traía flores, lloraba y le pedía perdón. Mi vieja no lo dejó jamás hasta que enfermó de un cáncer de mama y murió. Él todavía vive pero yo no lo volví a ver nunca más –Marina y Leticia lo miraron en silencio-. Por eso te digo –repitió –nosotros te vamos a ayudar para que quedes libre. ¿No es cierto? –dijo volviéndose a su esposa.
-Si, claro.
-¿Pero cómo voy a hacer sin documentos ni nada?
-No te preocupes, ya buscaremos el modo –le aclaró Marina mientras su esposo le devolvió una mirada de preocupación.
-Encima no tengo sangre italiana...
-Ya veremos. Mientras tanto, ésta es tu casa –volvió a abrazarla Marina.
El drama personal de Leticia se entremezclaba con la tragedia del naufragio. Las noticias venían en oleadas de terror, todos los programas tenían flashes especiales, el número de muertos crecía y no había novedades de los desaparecidos. En esos días, tanto Leticia como Marina vivían prendidas al televisor. Esa tarde, al tercer día del naufragio, Miguel había vuelto de su trabajo de operario en una fábrica, y estaban tomando mate, costumbre que los argentinos no habían dejado de tener. Se seguía hablando de la irresponsabilidad del capitán, de cómo seguía intentando defenderse y negar su inconciencia.
-¿Hablaste con tu mamá estos días? –preguntó Miguel.
-Ah, sí, no te conté. La llamó Roberto y ella se hizo la que no sabía nada, desesperada, llorando. Dice que le parece que él le creyó porque le dijo que había muy pocas esperanzas de encontrar gente viva.
-Esperemos que se vuelva, tu mamá se va a enterar.
-Claro, la estrategia es que ahora ella lo puede llamar y saber donde está. Por ahora parece que sigue en Roma y que en estos días se volvía –explicó Leticia.
-¿Me acompañas a hacer las compras? –dijo Marina-. Te va a hacer bien tomar un poco de aire. Dale, te llevo de tour por Lioni así te distraés.
-Ok.
Lioni era un pueblito de montaña muy pintoresco y Marina vivía a cuatro kilómetros del casco, en una zona más bien aislada, con mucho verde y montañas alrededor. Para “bajar” al pueblo usaban auto, ya que no existen los medios de transporte en ese lugar. Leticia miraba fascinada las siluetas de las casas desde arriba. Eran como las que ella dibujaba de chica, blancas, amarillas, color ladrillo, con techos de tejas rojas. Hacía un par de días había nevado y la lluvia blanca había dejado el verdor de los campos salpicados de pureza.
-Parece una postal –comentó Leticia.
-Sí, ¿viste que lindo lugar? Yo me enamoré de estas montañas. Como yo digo, simplemente ir al supermercado es como una visita turística. Acá todo es subidas, bajadas, curvas y contracurvas.
-Y en cada curva un paisaje distinto, por lo que veo.
-Exacto.
-Me encanta este lugar...
-Bueno, tomátelo como que estás de vacaciones. Ya resolveremos todo. No estás sola. Te lo dijo también Miguel.
-Lo más maravilloso es estar sin él –sollozó Leticia –creí que estaba condenada para siempre.
-Bue, al final el capitán/ niño pasará a la historia en tu vida por haberte ‘salvado’!
-Es cierto.
El supermercado estaba adentro del único shopping de Lioni, si es que así se le puede llamar a un edificio de un solo piso con una decena de negocios. Leticia estaba felicísima con el super. Llegó a la conclusión que la mayor parte de los estantes estaban ocupados por pasta y dulces, lo que ella más amaba comer.
-¿Pero acá todo es fideos y dulces?
-Sí, ¿viste? Y buenísimos –rió Marina.
Leticia también rió. Por primera vez en mucho tiempo rió con ganas. Por fin, estaba comenzando a relajarse y en vez de preocuparse por su futuro, sentía la agradable sensación de liberación.
Cuando cargaron las bolsas en el auto, comenzaba a oscurecer. En el trayecto de retorno Leticia estaba con la boca abierta de tanta belleza natural. El sol reflejaba sobre los restos de nieve en círculos naranjas y los pinos al costado del camino se elevaban saludando las cimas de las montañas.
Al llegar a la casa, Miguel les abrió el portón y las ayudó a entrar las bolsas antes de volver a su computadora.
-Recién escuché –dijo Miguel –que la empresa se está encargando de mandar a los pasajeros de vuelta a sus países de origen. Y leí en Clarín que los argentinos se estarían embarcando mañana en un vuelo de Alitalia. ¿Por qué no llamás a tu mamá?
-Sí, sí, veremos si tiene noticias.
La mamá de Leticia había ya llamado a Roberto, pero éste había dicho que era demasiado pronto para rendirse. No podía irse sin Leticia.
-Querida, yo te mantengo al tanto.
-¿Dónde estaba, te dijo?
-Sí, me dijo que estaba en Roma y que estaba siguiendo de cerca el tema.
-Bueno, esperemos que se convenza y se vuelva.
Mónica Gómez
No te pierdas el final aquí: Mar Turquesa - capítulo 7
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