¿Puede el amor ir más allá de las diferencias sociales? Ésa parece ser la pregunta que se nos plantea en esta primera parte de la historia de vida de Cristian y Jazmín, dos jóvenes enamorados.
Diferencias
-Ahí llega la camioneta de Quintana, Cristian –avisó el pibe mientras limpiaba la vidriera.
-Ok, ya voy –contestó mientras acomodaba los cortes en la enorme heladera.
Le gustaba su trabajo, se sentía orgulloso de él, aunque para otros fuera sólo ‘un carnicero’. Tres años atrás empezó limpiando el piso pero Don José lo vio tan dispuesto y voluntarioso que le fue dando más responsabilidades hasta hacerlo encargado.
-Buenos días –sintió una extraña voz de mujer.
Al darse vuelta le pareció que, de golpe, había llegado al cielo y lo saludaba una de sus criaturas. Sólo pudo bajar la cabeza en respuesta al saludo.
-Soy la hija de don Aníbal. Mi nombre es Jazmín Quintana, mucho gusto –agregó extendiendo su mano.
-Mucho gusto, yo soy Cristian –balbuceó todavía estupidizado por su belleza.
Seguro olía a jazmines o a rosas o a perfume francés, Cristian no hubiera sabido distinguir. Tenía el pelo negro en suaves ondas que le caían sobre la cara destacando unos enormes ojos verdes. Aún en jeans y camisa, parecía una princesa de cuentos de hadas. O al menos así la vio él.
“De hecho, una chica de alta alcurnia”, pensó Cristian recordando que su padre era un poderoso hacendado, con una gran empresa y muchísimo dinero, aunque muy bonachón y disponible.
-Mi papá está de viaje y me dejó encargado este negocio.
-Eh... sí, claro.
Había algo extraño en su voz, como si fuera extranjera. Quizás había estudiado en Europa o vaya a saber. Hablaron de reses, de precios y firmaron papeles.
-Disculpe, Jazmín –se atrevió intentando hacer una conversación-. Noto un cierto acento en su manera de hablar, ¿a qué se debe?
Jazmín echó a reír.
-¿Es que no te diste cuenta? –contestó tuteándolo.
-¿De qué?
-Soy sordomuda.
Cristian ya se había enamorado hasta la coronilla y bastaron un par de encuentros para que ella lo retribuyera. Un amor a primera vista, una pasión que los unió en una sola persona, a pesar de las diferencias. Casi la historia de Romeo y Julieta, los dos amantes con familias encontradas. Sólo que ésa fue una genial invención del gran William, mientras que ésta fue una realidad, o mejor dicho, dos realidades contrastantes.
Jazmín nació en cuna de oro. Sus padres, herederos de grandes tierras y negocios en el campo, sufrieron por la discapacidad de ambos hijos, sordomudos. La mejor atención que el dinero podía pagar consiguió que Jazmín pudiera leer los labios y manejarse de modo tal que su problema casi ni se notara. Viajes a Europa, una suite de lujo en el mejor hotel de la ciudad para cuando venían por negocios, sirvientes y colaboradores, cenas lujosas; ése era el mundo de Jazmín. Estudió Administración de Empresas, se recibió en tiempo record y comenzó a trabajar al lado de su padre. Con sus veintiocho años, era toda una ejecutiva. Su único problema era que a veces sentía no pertenecer a esa clase alta, no le gustaban sus amigas de sociedad, sólo una tenía. Y mucho menos le interesaban los supuestos amigos que en realidad querían casarse con la empresa de su padre.
Cristian, con sus veintinueve, era un chico de barrio, de familia de trabajadores. Gente simple, honesta, familiera, de estar reunidos alrededor de la mesa los domingos. Sus padres y su hermana Laura, menor que él y en vías de casarse, se divertían con sus aventuras amorosas. Rubias, morenas, pelirrojas, todas pasaron por la mesa dominical de los Suárez. Es que Cristian era buen mozo, entrador, y con pocas ganas de sentar cabeza.
Por eso a nadie le sorprendió demasiado cuando dijo que este domingo traería a una princesa.
-Sí, seguro, hijo, ¿sería la princesa número...? –rió Blanca.
-No, mamá, esto es distinto.
-Andá, siempre decís lo mismo –retrucó cansada su hermana.
-Bueno, ya van a ver.
Y vieron. Quedaron boquiabiertos, no tanto con la belleza que se traslucía debajo de su pollera de jean y su remera rayada que, por más simple que pareciera, tenía el logo de Versace. Lo que impactaba era su porte, su finura, su clase.
Comieron amigablemente y volvieron a quedar boquiabiertos cuando Jazmín comentó que era sordomuda. El rato que duró el almuerzo fue suficiente para comprender que, en efecto, nunca habían visto a Cristian así. ¿Pero ella? En cuanto volvió esa noche, sus padres y hermana fueron al ataque. Hasta el novio de Laura se había quedado para hablar con él. “Es una chica de dinero”. “Está sólo jugando con vos”. “Puede tener a cualquier millonario que quiera y ¿me vas a decir que está enamorada del carnicero?”. Cristian los escuchó con paciencia, era lógico, se lo veía venir.
Continúa aquí con la segunda parte de este relato: Diferencias II
Mónica Gómez
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