Esta vez Mónica Gómez nos sorprende con un relato que no se parece a los que nos tiene acostumbrados. Se trata de una señora anciana y su extraña relación con un helado. ¿Será verdad o fantasía?
UN HELADO
Con un leve galope, se camina las cinco cuadras hasta la heladería todas las santas tardes porque no puede vivir sin su helado. Ya la conocen, ya saben cuáles son sus gustos preferidos. La ven llegar, a eso de las cuatro, cuando apenas abren.
-Hola, Nelly, ¿banana o coco hoy? –le pregunta a la anciana uno de los chicos. Ya saben que el otro gusto es granizado de dulce de leche, en eso no hay cambios.
-Hoy quiero banana.
Y los chicos se lo preparan con cariño y sin preguntar por qué viene todos los días. Ella se sienta cómodamente en una mesita del rincón cerca de la puerta y empieza a comer.
- Sabes, Gerardito -le dice al hijo del heladero- que el médico dice que tengo diabetes.
-¿Como? Pero entonces no puede comer helado -le dice mientras su padre le da un codazo porque teme perder a la clienta segura de todos los días.
-Si, pero yo pienso que el helado me hace bien, porque el helado sana –empieza a discurrir mientras el hijo del heladero la mira con ternura-. Cuando como helado, soy feliz y una persona feliz nunca se enferma. Mira, cuando era chica, no me dejaban comer helado en invierno porque decían que te viene la tos. Y te puedo asegurar que todos los inviernos - pero todos todos, eh! - yo me agarraba unos resfríos de aquellos, con esa tos que parece que largas las tripas... y sin embrago, ¡no comía helado! Pero era por eso que me resfriaba, porque mis narices y mi garganta estaban tristes por la falta de helado. Después llegaba la primavera, y ya no me enfermaba más. ¿Sabes por qué, querido?
Mientras tanto, de tanto hablar, el helado de banana que caía por los bordes del cucurucho, le manchaba las manos y la pollera larga de flores encrespadas.
-Cuidado, Nelly, se le está derritiendo el helado.
-Ah, si, pero así es delicioso - contestó mientras chupaba la crema de banana y la degustaba cerrando los ojos.- Mmmm buenísimo, cada día les sale mas rico.
-Mire señora que se esta manchando...
Pero ella ya no escuchaba, estaba inundada en la crema helada de banana que tenía ese sabor a amarillo patito que tanto deseaba. Y cuando llegara al dulce de leche granizado masticaría cada pedacito de chocolate como si fuera el último que quedaba sobre la tierra. Pero hoy no iba a llegar así nomás al dulce de leche.
-No deberías comer helado –dijo de pronto el helado.
-¿Qué??? –se asustó Nelly.
-¿Nunca escuchaste hablar a un helado? –preguntó el helado de banana mirándola con sus ojos amarillo patito.
-No.
-Bienvenida a tu primera vez –su voz era finita pero firme e intensa, como debe ser la voz de un helado-. Te decía –agregó –que vos no deberías comer helado porque no lo necesitás. En cambio las palomas sí. Las pobres y suaves palomas de la plaza.
Antes que Nelly pudiera reaccionar de su incredulidad, el helado la tiró de la mano y la hizo levantar. Fue ahí que se dio cuenta que su mano derecha estaba pegada al cucurucho. Las lenguas de helado derretido formaban un pegote entre el cucurucho y la palma de sus manos y dedos.
-Vení conmigo –la invitó el helado tirándola afuera del negocio y llevándola casi a la rastra por la vereda de la avenida.
Continúa aquí con la parte 2 de este divertido relato: Un helado II
Mónica Gómez
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