Mónica vuelve a deleitarnos con una historia de amor, que – como es su estilo – no es de esas relaciones lisas y llanas, sino con vaivenes y complicaciones como es en definitiva la vida misma. ¿Será más fuerte el amor, como dicen las canciones populares?
Coraje I
El barcito de la vuelta del banco, a esa hora estaba lleno de gente. Él ya la estaba esperando en la mesa del rincón. Mariana se sentó y se dispuso a escuchar con mucha curiosidad.
–Llenaría tu casa de flores y tu corazón de cosas hermosas –empezó Gustavo con una emoción desconocida. Ni él mismo podía creer las palabras que estaban brotando de su boca ya que nunca fue un romántico. Como buen contador y banquero desde hacía diecisiete años, era más pragmático que soñador pero esta mujer abrió en él una puerta de su alma hasta entonces ignorada que dejaba entrar un vendaval de verano, dando vueltas todo lo conocido, habitual y cómodo.
Siempre creyó amar a Ema, su esposa de doce años y novia de toda la vida, con quien tenía dos hijitos que adoraba. Sin embargo esto que sentía por Mariana no lo había experimentado jamás. Se conocieron por trabajo, ella era un miembro importante de un estudio jurídico, que estaba en contacto con el banco y en este caso habían asignado a Gustavo y un colega para seguir esta instancia. Durante las primeras reuniones, Mariana no era más que una mujer atractiva para él, pero con el correr de los días y casi sin quererlo, fue creciendo dentro suyo este sentimiento que no podía controlar. Por eso decidió hablarle, ser honesto y contarle lo que sentía. Al finalizar la última reunión, la retuvo con una conversación sin importancia hasta que su colega se fue de la sala para poder hablarle en confidencia.
–Necesito hablar con vos a solas, pero fuera de aquí, ¿puede ser?
Con sorpresa y hasta un poco de preocupación, Mariana aceptó sin dudar ya que estaba segura que se trataba de algo muy importante. No tenía la menor sospecha de esa frase que iba a escuchar como introducción a una declaración de amor digna de telenovela. Gustavo era una caballero y su simpleza y sinceridad la estremecieron. Sin embargo, no era la primera vez que recibía ofertas de hombres casados y no estaba dispuesta a ser la amante de nadie.
–Disculpame toda esta confesión –concluyó Gustavo– pero tenía que decírtelo, no aguantaba más este peso en el pecho.
–Y te lo agradezco –contestó con una sonrisa sincera–. Me conmueve y me halaga lo que me estás diciendo pero vos estás casado, ¿no?
–Si, y tengo dos hijos hermosos de nueve y cinco años.
–Ah, justamente, sos un feliz padre de familia –preguntó ella con un tono de ironía.
–Hasta ahora creía serlo. Últimamente ya no sé lo que siento.
Mariana había escuchado cantinelas semejantes y aunque nadie jamás le había dicho algo similar, no quería meterse en problemas.
–Mirá, voy a hacer tan honesta como vos lo sos conmigo. No me interesa estar con hombres casados. Tengo 32 años y busco alguien con quien pueda vivir el amor libremente y formar una pareja.
–Te entiendo perfectamente y te aclaro que yo no te pido nada. Yo tampoco quiero tenerte como amante porque no es eso lo que te merecés. Simplemente, necesitaba decirte lo que me pasa.
Mariana volvió a agradecerle porque en definitiva recibió un hermoso piropo y ahí quedó todo. Se sintió muy satisfecha de no haber caído en las redes de un casado infeliz que –como todos – sólo busca agregar un poco de pimienta a su vida rutinaria. Aunque era una lástima que estuviese ocupado porque era muy buen mozo, alto, de espaldas anchas y con unos grandes ojos color miel que podían derretir a cualquiera. Pero no, ella no quería un casado.
Las reuniones de trabajo que siguieron tomaron otra dimensión. Gustavo la atravesaba con una mirada lánguida y dulce que le llegaba directo al corazón. Pero no sucumbió y en cuanto terminaban los asuntos de trabajo, se levantaba como un rayo y huía.
–Siempre apurada vos, Mariana –comentó un día Alejandro Pérez, el colega de Gustavo, que no sospechaba nada de toda esa corriente amorosa que bailaba a su alrededor.
Un día, cuando Mariana llegó al banco a la hora pactada para la reunión, lo encontró sólo a Pérez.
–Buen día, Mariana, ¿cómo estás?
–Muy bien, ¿y vos?
–Bien, bien, mirá, podemos empezar porque hoy Gustavo no viene.
–Ah, ¿qué le pasa? ¿Está enfermo? –intentó averiguar con una curiosidad discreta, mirando hacia abajo para que no se le fuera a notar alguna expresión extraña.
–No, no, esta bien. Mirá, te lo cuento en confidencia: resulta que se divorció y hoy se mudaba. Le dejó la casa a la esposa, claro. ¡Viste que en estos casos perdemos siempre los hombres! –agregó riéndose– y se alquiló un departamentito acá en el centro. Él es de provincia, ¿viste?
Mariana no podía creer lo que estaba escuchando.
–Yo estaba segura que estaba felizmente casado –atinó a decir.
–Mirá, a mí me da mucha pena –continuó Pérez–. Porque un divorcio es siempre triste, pero bueno, si no hay felicidad, no sirve, ¿no te parece?
–Sí, claro –replicó en un estado de shock que por suerte Alejandro no había notado.
Entonces era todo verdad, el sentimiento era real, muy de adentro, tanto, que se había separado.
Con esa nueva situación, Mariana ya no pudo contenerse más y así fue como comenzó a frecuentar el departamentito de un ambiente que él mantenía pulcro como un santuario. Sí, su santuario de una felicidad hasta el momento desconocida. La primera noche que pasaron juntos, Gustavo amaneció con los ojos húmedos de emoción, sin poder creer que tenía a su amor entre sus brazos.
Sin embargo, Mariana tenía sus dudas...
Continúa aquí para leer la segunda parte: Coraje II
Mónica Gómez
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