Hay personas que aparecen en nuestra vida por algún motivo, nada es casual. Sin embargo, ¿podrá ser que un encuentro con otro ser humano nos pueda hacer cambiar un modo de ver la vida? Aquí el desenlace del relato de Mónica Gómez.
Viva la vida ~ 2a Parte
Si no leíste la primera parte, comienza aquí: Viva la vida I
Gabriel se acomodó mejor en el sillón,disponiéndose a escuchar los males de la adolescencia de Marcela.
-Mi hermana se puso muy mal. Mis abuelos la internaron en una comunidad para adictos pero desgraciadamente, la enfermedad mental ya se había instalado y al poco tiempo tuvieron que trasladarla a un neuropsiquiátrico. Y ahí está todavía.
-Muy triste, la verdad.
-¿Te gané también con la adolescencia? –preguntó Marcela con sonrisa socarrona.
-Y... desgraciadamente sí. Pero ahora te cuento de mi juventud. A los veintitrés conocí a Cinthia y me enamoré como loco. Estaba apenas recibido de Analista de Sistemas y tenía un trabajo muy prometedor en una multinacional. A los dos años nos casamos. La empresa me dio un préstamo y así compramos un departamentito. Fue el mejor momento de mi vida. Creí que todo el dolor era ya pasado. Porque yo me merecía esa felicidad, ¿entendés? –afirmó casi enojado.
Marcela escuchaba y asentía.
-La cosa es que hace un año la empresa se fue del país, de golpe. Se declaró en bancarrota, esos chanchullos que hacen para no tener que pagar a los empleados ni cumplir con obligaciones. Y yo me quedé en banda, con el préstamo colgado, que no pude pagar más. Perdimos la casa y tuvimos que ir a vivir a casa de mis suegros. Y desde ahí empezaron todos los problemas con Cinthia.
-Y... sí, la guita siempre produce quilombos.
-Aunque no debería ser así, ¿no? –dijo Gabriel angustiado-. Si alguien te ama, la plata no debería ser un problema.
-Es cierto lo que decís. -Marcela lo miró con ternura-. No quisiera echarte más sal en la herida.
-¿Y vos? –preguntó abruptamente cambiando el tema-. ¡No me digas que te siguieron pasando cosas! Mmm...ya sé... ¿tus abuelos?
-No, ellos están bien, por suerte. Fui yo...
-¿Cómo vos?
-Sí, cáncer de pecho, a los veintidós.
-¿Qué, tan joven? Jamás escuché...
-Sí, es así. Hay quienes dijeron que ya había nacido con el tumor. En realidad, no se sabe y en definitiva, tampoco importaba. La cosa es que me operaron, me sacaron el pecho y ahora tengo una teta de silicona, como las estrellas de televisión –dijo riéndose mientras se tocaba el pecho.
-No te puedo creer... –Gabriel ya había perdido capacidad de asombro-. Sí, efectivamente me ganaste –agregó con una mueca de sonrisa.
-Bueno, espero que te haya servido para no sentirte tan mal. -Hizo una pausa-. Mal de muchos, consuelo de tontos, ya sé –se adelantó.
-No, no, no es eso –comentó pensativo-. Es mas bien como un abrir los ojos. Te admiro increíblemente. Yo en tu lugar no podría-
-¡Ah no! –lo interrumpió- odio que me digan eso. ¿Admirar qué, me querés decir? ¡Como si fuera un talento!
-Y sí, es así, una especie de talento para seguir adelante cuando la vida te da con un caño.
-No, eso no es talento. Es simplemente aceptar lo que la vida te da porque no te queda otra! Pensá: ¿qué podía hacer? ¿Suicidarme y dar más dolor a mis abuelos? ¿Terminar drogada dada vuelta como mi hermana?
-Bueno, no, claro, pero se necesita un carácter muy fuerte para bancarse todo eso. Y yo, por ejemplo, reconozco que soy un debilucho.
-¡No! Eso no es verdad –dijo tomándole la mano y mirándolo a los ojos-. Sólo es débil el que quiere. La fuerza está dentro de cualquiera de nosotros y sólo hay que sacarla. ¿O acaso yo era fuerte a los doce años? Al contrario, era una nena tontita y super mimada porque mis viejos nos tenían como princesas en una cajita de cristal. Y bueno, un día se hizo añicos, se destruyó, no existió más y por más que uno llore y patalee y se sienta víctima no vuelve. Eso que uno perdió no vuelve, ¿entendés? Entonces no queda otra que seguir viviendo, lo mejor posible. O sea, aceptándolo.
Gabriel la escuchaba meneando la cabeza.
-¿Pero como carajo hacés para aceptarlo? ¿Vos sos religiosa, tenés alguna fe?
-No, no soy religiosa. Reconozco que la fé es un instrumento fundamental para muchas personas pero no fue ni es mi caso, imaginate que me peleé muchísimo con Dios cuando murieron mis padres. Pero hablando de religión, me hacés acordar a los franciscanos.
-¿Yo? ¿Cómo?
-Sí, los que glorifican el sufrimiento, digo yo.
-Explicame...
Gabriel se desparramó en el sillón.
-Mirá, te voy a contar una historia que leí una vez, sobre San Francisco de Asís. Apasionado de la Naturaleza como era, cuentan que un día Francisco sintió el impulso incontrolable de arrojarse sobre un rosal. El, como tantos otros monjes, “glorificaban el sufrimiento”. Ellos creían (y muchas religiones aún lo sostienen) que es a través del sufrimiento que se puede estar más cerca de Dios y de la iluminación. Por lo tanto, posiblemente con ese objetivo, Francisco sintió la tentación de arrojar su cuerpo sobre el rosal. Lo que sucedió entonces fue milagroso: las espinas se transformaron en rosas y es el día de hoy que ese rosal no produce espinas y puede verse al costado de la actual Basílica de Santa María degli Angeli, a tres km de la ciudad de Asís, en Italia.
-Guau, qué loco ese milagro...
-Exacto. Yo soy muy descreída de esas cosas pero la historia en sí me hace reflexionar: La interpretación franciscana del hecho es que cuando el ser humano abraza el sufrimiento, las espinas se transforman en rosas. Personalmente, no creo en esa glorificación del sufrimiento. No creo que estemos en esta Tierra para sufrir. Al contrario. Tenemos el Derecho Divino a la felicidad.
Vos sos religioso?
-Sí, católico.
-Creés en Dios, entonces.
-Sí, claro.
-Bueno, a ver, contestame esto: ¿Cuál podría ser el motivo por el cual nuestro Dios Padre en su infinita Bondad, impusiera el dolor sobre sus amados hijos?
-Eh... bueno, no soy tan católico como para contestar eso. Supongo que es por el pecado original y todo eso. ¿quizás?
-Ah, eso es lo que cree todo el mundo, que nos merecemos sufrir. Y yo en cambio estoy convencida que si bien no podemos elegir las circunstancias que nos tocan vivir o las acciones que otras personas ejercen sobre nosotros, siempre podemos elegir como reaccionar. Podemos aceptar, como te dije antes. No podemos cambiarlo, por lo tanto será mejor que lo aceptemos. En vez de luchar en contra, mejor estar de su lado. Cuando logramos hacerlo, cuando aceptamos lo que es, entonces las espinas se transforman en rosas. El dolor se transforma en otra cosa, positiva, como ser fuerza, poder personal, agallas para enfrentar la vida, alegría de estar vivo.
-La verdad me dejás sin palabras. Tiene mucho sentido lo que decís. O sea, sería como que el dolor en definitiva te hace crecer y ser mejor persona.
-Algo así. Yo digo que es como elegir nuestra actitud. ¿Qué haremos con ese dolor? ¿Nos vamos a sentir víctimas y revolcarnos en él? Eso sería como estar buscando las espinas y así las vamos a encontrar y vivir amargados todo el tiempo. ¿O lo tomamos como viene y tratamos de hacer lo mejor que podemos y sacar lo positivo? Eso sería buscar las rosas, las bendiciones ocultas, que siempre existen detrás de cada desafío.
-Y supongo que también tiene que ver con cómo uno se siente. Una víctima o un sobreviviente –comentó Gabriel reflexionando.
-Muy bien. Veo que me seguís. Cuando murieron mis padres yo me sentía la persona más desdichada del mundo. Es como que había elegido eso.
Gabriel hizo un gesto levantando las cejas.
-Te confieso que yo venía sintiéndome así, ¡hasta que te conocí a vos! –afirmó mientras ambos reían.
-¡Exacto! –festejó Marcela-. A eso me refiero. Siempre hay alguien que está peor que uno, pero no es de consuelo sino más bien se trata de saber apreciar lo que uno tiene. Cuando escuchás el drama del otro, valorás más lo que sí tenés. Das mas importancia a tus rosas que a tus espinas. Esas rosas que siempre están, porque en definitiva, pienso yo, que si no tenés nada, te tenés a vos mismo, tenés tu propia vida que no es moco de pavo. Es la mejor rosa de todas...
-¡Guau! Te vuelvo a repetir, me dejaste realmente sin palabras. ¿Me vas a cobrar por esta lección que me diste?
-Mmm.. a ver... dejame pensar –contestó Marcela revoleando los ojos, tratando de inventarse algo.
En ese mismo instante, se escuchó otra vez la música de Palito Ortega. Ni que hubiera sido a propósito. A ella se le iluminaron los ojos cuando se paró y le echó una mirada traviesa que Gabriel aceptó.
-¡Uh, no! –adivinó él agarrándose la cabeza.
-Sí, sí, dale, vení, vamos a bailar esta música horrenda, desastrosa y de bajo nivel -dijo tirándolo de una brazo.
-¡Está bien, está bien! –dijo resignado-. ¡Ganaste! –gritó mientras se dejaba arrastrar hasta la pista.
Fin
Mónica Gómez
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