La Navidad no es blanca ~ Sergio Cilla

PRIMERA PARTE

Al llegar a la iglesia en las afueras de Londres, Colleen observó unos niños cargando un pino con algunas guirnaldas y adornos. Recordó que en pocos días sería Navidad. Pensó en Brigid, su hermana mayor, sola en Nueva York, con su trabajo nuevo en la fábrica. Era el año 1940. Los británicos acababan de ocupar territorio egipcio, y los aliados se armaban para derrotar al Tercer Reich.
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Brigid miró por la ventana de su habitación, y el paupérrimo Santa Claus en la esquina de Mulberry y Grand le recordó a su hermana. La extrañaba. Con el frío había muy pocos clientes, y nunca sabía si quedarse en la cama o bajar al primer piso. A veces no soportaba la competencia con sus compañeras. Cada vez que entraba un cliente se peleaban para ver quién mostraba más, quién insinuaba mayores habilidades en la cama.
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Se oyó un estruendo ensordecedor. Todo tembló. Colleen ya estaba acostumbrada, aunque ya no lo toleraba más. Oyó la sirena, y volvió al refugio. La ilusión de un plato de sopa caliente se esfumó ante la visión de sangre y los sonidos de dolor. No se quejaba. Ser enfermera le permitía sentirse orgullosa de sí misma, como lo hacía de sus hermanos que cargaban fusiles en el frente de batalla.

Comenzó a ayudar con los heridos, y puso particular interés en un soldado cuya pierna colgaba como la de un muñeco de trapo. Con uno de sus compañeros lo ubicaron sobre un catre vacío. El soldado gritaba de dolor; lloraba porque intuía que sería el último día que vería su pierna derecha.

- ¿Cómo te llamas? -le preguntó Colleen mientras sostenía su cabeza de manera amorosa.
- Jake -respondió el soldado, cuyo uniforme mostraba una pequeña bandera estadounidense.
- Todo va a estar bien, Jake. Sólo piensa en algo bonito, en alguien a quien extrañas -le susurró Colleen al oído.

El soldado herido metió con dificultad su mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó una foto toda arrugada, y la apretó contra su pecho.

Colleen pudo ver que era la foto de una mujer.

- ¿De dónde eres? ¿Te espera una novia en casa? -le preguntó Colleen para distraerlo cuando vio que el médico tomaba la sierra en su mano.
- De Nueva York. Se llama Fiona. Yo la amo, y la visito con frecuencia, cada vez que puedo juntar dinero.
- ¿Dinero para qué? -preguntó Colleen inocentemente, mientras iba observando cómo Jake se adormecía por efectos del cloroformo.
- Ella trabaja en un burdel -respondió Jake, mientras sus ojos se cerraban. Ya no tenía su pierna. Colleen siguió abrazándolo a pesar de que ya no era necesario. Algo en su rostro la había enamorado. Trataba de no involucrarse, pero Jake la había cautivado, y ahora una lágrima enorme caía por la mejilla de Colleen.

Tomó la mano del soldado dormido para quitarle la foto y ver el rostro de su amada. Le avergonzó ver a esa mujer desnuda cubierta sólo por tules. Le recordó mucho a su hermana.

SEGUNDA PARTE

Seis grados bajo cero y Londres cubierto de nieve, algo muy común para el mes de la Navidad. Sin embargo, los festejos en este diciembre de 1941 serían diferentes. A pocos días del ataque a Pearl Harbor y con la ofensiva del Ejército Rojo contra los nazis en las afueras de Moscú, el mapa político de la guerra cambiaba continuamente.
Jake corrió las cortinas y observó la calle como lo hacía todas las tardes, esperando que Colleen volviera a casa. Había pasado un año de aquella terrible explosión, y Jake seguía aferrado a las muletas y a una ilusión. Había decidido no volver a los Estados Unidos. No sabía si podía enfrentar su vida antes de la guerra. Seguía pensando en Fiona, y recordaba su perfume cada vez que estaba con Colleen. Eso lo ponía muy mal, pues sabía muy bien que todo el amor y el cuidado que Colleen le había brindado en ese año no tenía precio. Y Jake también sabía que ese amor y ese cuidado eran lo que la mantenía en pie: sus padres habían muerto antes de que empezara la guerra, su hermana Brigid había ido a buscar un futuro económico mejor a los Estados Unidos, y sus dos hermanos menores estaban en el frente de batalla.
- No deberías estar levantado, amor. Tienes la pierna un poco inflamada -le dijo Colleen al entrar a su pequeño departamento.
- Te estaba esperando -le contestó Jake-. Quise hacer algo para cenar, pero me dolía un poco.
- No tienes que hacer nada, ya lo sabes -agregó Colleen, con una sonrisa de enamoramiento.
Colleen apoyó sus cosas sobre la mesa y encontró un sobre. Era una carta de Brigid y saltó de la alegría. La extrañaba, y sus cartas, aunque no muy frecuentes, la hacían sentir como en familia.
- Brigid dice que está muy contenta en la fábrica, que le aumentaron el sueldo y que se va a mudar a Manhattan -comentó Colleen mientras comenzaba a cortar las verduras para la sopa.
- Si yo pudiera caminar bien, podríamos darle una sorpresa -agregó Jake, como diciendo algo al pasar, sin notar que el rostro de Colleen se transformaba, como si acabara de escuchar algo completamente mágico.
- Amor… ¡es una idea maravillosa! –Colleen comenzó a exclamar eufóricamente-. Podrías volver a ver a tu familia, y yo pasaría horas conversando con mi hermana. Y un pequeño descanso… estar en Nueva York contigo, para Navidad, todos en familia.
Jake sintió que había caído una bomba nuevamente, pero sin estruendo y sin explosiones. No sabía qué decir. Temía volver a su país y recordarse con dos piernas. En Londres se sentía protegido, pero también deseaba ansiosamente volver a ver a Fiona, aunque sentía que no podía hacerle eso a Colleen.
- Mi vida… tienes una pensión que te espera en tu país, eres un héroe de guerra. Y además conocerías a mi hermana, que es lo que más deseo en el mundo -agregó Colleen, con sus ojos humedecidos de entusiasmo.

TERCERA PARTE

Brigid se acomodó el vestido por undécima vez. Se miró al espejo y revisó su maquillaje. Volvió a recorrer todo el departamento con una mirada inquisidora. Debía verse como una muchacha católica y trabajadora. Colleen, su hermana menor, llegaría en unos minutos, y no sólo tenía ganas de verla, sino de conocer a su esposo, un héroe que había perdido su pierna derecha en la guerra.
Se volvió a mirar al espejo y esbozó una sonrisa al recordar la tarde del día anterior. Ese muchacho que no había visto por al menos en dos años la había vuelto a visitar. Era el único que la hacía sentir diferente. Brigid sabía cómo protegerse para no generar conexiones con sus clientes, y cada vez que lo había visto se repetía: “esto es trabajo”, y así evitaba el suspiro y la necesidad de sentirse acompañada y con ganas de estar en los brazos de un hombre que la contuviera. Pero era su mirada de enamoramiento lo que la cautivaba, y lo que la obligaba a poner distancia, más aún en esos tiempos de guerra.

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Retornó al espejo, se quitó un poco de rubor, y sonrió al sentir que debía quitarse esas ideas: “a pensar en otra cosa… sería muy ridículo que también me enamorara de un hombre con una sola pierna”.
El espejo nuevamente, pero esta vez vio retratada otra figura. No estaba a acostumbrada a vestirse como señora, y no pudo evitar recordar el parecido con su madre. Se sintió un poco triste por unos segundos. Y no sólo porque extrañaba a sus padres y la vida en familia en Londres con sus hermanos, sino porque sabía que, si su madre estuviera viva, jamás habría podido ocultar su doble vida como lo hacía con Colleen. Habían crecido en un hogar extremadamente católico. Colleen había nacido antes de los mellizos, y siempre había sido la niña mimada y consentida. Brigid, como hermana mayor, había tomado las riendas en la familia desde que sus padres habían muerto y los mellizos eran aún muy pequeños. Nunca se había cuestionado su trabajo; en una época donde la Ley Seca había dado paso a la proliferación de los burdeles al otro lado del océano, ganarse la vida de esa manera era lo más fácil.
Un golpe seco en la puerta de su departamento y su corazón comenzó a galopar de la emoción. Abrió la puerta y abrazó a su hermana como nunca lo había hecho en su vida.
- Pero… ¿por qué sola? -preguntó Brigid mientras se secaba las lágrimas de alegría.
- Jake quedó pagando el taxi, y yo no podía esperar a darte este abrazo -le contestó Colleen.
- Pasa, pasa… no sé cómo dejas a ese hombre solo con sus muletas -refunfuño Brigid, quien comenzaba a sentirse un poco mamá de su hermana nuevamente.
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- ¡Pidan una ambulancia! -gritó el vendedor de diarios desesperadamente, mientras sostenía la cabeza de un hombre con una sola pierna que acababa de ser atropellado por el autobús.

CUARTA PARTE

25 de diciembre de 1941. New York cubierto por la nieve. Colleen y Brigid, tomadas de las manos en la sala de espera de emergencias del hospital Mount Sinai.
- Tengo mucho miedo –dijo Colleen, mientras Brigid le acariciaba el pelo.
- No tienes nada que temer –le respondió Brigid en un tono muy contenedor-. El amor lo puede todo, y Jake se pondrá muy bien ni bien nos dejen entrar y pueda verte.
- Hablando de amor… cuéntame algo de ti y de tus amores –inquirió Colleen, tratando de pensar en otra cosa.
- Yo no tengo tiempo para eso… tengo mucho trabajo y unos niñitos que mantener al otro lado del océano –respondió Brigid sonriendo.
- No digas eso –la interrumpió Colleen-. Nosotros ya somos todos grandes y tú tienes que preocuparte por tu propia vida. Mereces un amor como cualquiera de nosotros.
Se hizo una pausa. Brigid miró la nieve a través de la ventana y pensó en su cliente favorito. Todo había cambiado desde que lo había vuelto a ver el día anterior. No había dejado de pensar en él.
- Hay un hombre en mi vida –comenzó a balbucear Brigid-, pero él todavía no lo sabe. Creo que me quiere y me siento muy atraída hacia él.
- ¡Qué hermosa noticia, hermanita! –le dijo Colleen, mientras la abrazaba muy fuerte.
Se abrió la puerta de la sala de emergencias y un doctor comenzó a caminar en dirección a ellas. Colleen apretó muy fuerte la mano de su hermana. Sentía mucho miedo.
- Su esposo está muy grave –comenzó a decir el doctor, mientras Colleen apretaba aún más fuerte el brazo de su hermana-, deberían pasar y verlo ahora… no sé cuánto tiempo de vida pueda quedarle.
Colleen estalló en un llanto insostenible, mientras cada vez se aferraba más a su hermana.
- Tienes que ser fuerte, hermanita. Jake te necesita –le dijo Brigid dulcemente-. Entremos juntas…
Se tomaron de las manos y entraron a la sala de emergencia. La cama de Jake estaba frente a la puerta. Brigid observó la escena y comenzó a sentir que el corazón le latía con mucha fuerza. Soltó suavemente la mano de Colleen y se fue acercando a la cama lentamente. No podía creer que Jake era su amado, y menos podía aceptar el hecho de que se estaba muriendo. La angustia de toda su vida la desbordó en un instante. Se acercó y le tomó la mano mientras Colleen la miraba fijamente desde el otro lado de la cama.
- Fiona… mi amor –le dijo Jake.
- Shhhhh… no hables, quédate tranquilo, acá estoy –le respondió Brigid, mientras le sostenía una mano y tocaba sus labios con muchísima ternura.
Jake cerró los ojos y pareció dormirse con una sonrisa en la boca, todavía sosteniendo la mano de Brigid, o de su Fiona.
- ¡Enfermera! –gritó Colleen desesperadamente al ver que Jake comenzaba a convulsionar.
Llegaron el doctor y las enfermeras y las apartaron de la cama.
- Hay mucho que tengo que contarte –Brigid le dijo a su hermana, con los ojos llenos de lágrimas-.

Sergio Cilla

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