El Color de la Conciencia: Las Masas ~ Sergio Cilla

Siempre vemos estrellas luminosas parpadear en el universo, siempre hay algún foco que se vuelve a prender, y por más pequeño que sea, trae un poco de esperanza a este mundo. Sergio comparte con nosotros la continuación de El Color de la Conciencia, con Las Masas, y quizás la muerte de Samantha no fue en vano…

El Color de la Conciencia, una novela cuya intención es reconocer y recordar que este mundo es todo nuestro, y que nosotros decidimos el color con el que queremos mirarlo.

Previamente en El Color de la Conciencia:
La noticia apareció en los diarios de todo el mundo a la mañana siguiente. Un avión repleto de representantes económicos de distintos países del mundo se había hundido en el océano.

“No podemos darnos el lujo de que haya gente que pueda cambiar conciencias, ni que haya otros vulnerables que se permitan dudar. Todos tienen que morir.” Había discutido el presidente en una conferencia telefónica con otros colegas internacionales.

La mujer oriental, los guardias de seguridad, los choferes, todos a bordo del avión. Todos debían desaparecer. Y ahora habría que buscar otro método para tomar decisiones. “Tal vez un grupo más reducido,” pensó el presidente.

El Color de la Conciencia: Las Masas

Parte I

“El progreso democrático real no es bajar a la élite al nivel de la masa, sino en elevar el nivel de la masa al de la élite, dijo Gustave Le Bon. Formen grupos de a cuatro o cinco y lo discuten.” Dijo Ángela a su clase mientras miraba hacia la puerta del aula, desde donde uno de los secretarios de la universidad le hacía señas desesperado. “Hay un pez gordo del ministerio afuera, yo te cubro en la clase.” Y Ángela inmediatamente comprendió que era el comienzo o el fin de todo.

Ángela era la mejor amiga de Samantha, y la persona que Samantha había designado para dirigir el grupo de empresas de sus padres cuando ellos murieron. Ángela seguía dando clases de sociología por la noche, porque era su pasión, y hacía trabajo de campo e investigación los fines de semana. El resto del tiempo era dedicado a pelearse con los directores y gerentes de todas las empresas del grupo.

Cuando sus padres murieron en el accidente, Samantha no quiso encargarse del negocio familiar, a pesar de su título en economía. Prefería el trabajo en un organismo público, que era su especialidad, y también tomar distancia de todo lo que había ocurrido. Como Samantha no tenía familia, y Ángela era su única persona de confianza, le había dicho: “Sé que te estoy pidiendo mucho, pero eres la única persona en la que puedo confiar, y la idea es poder deshacernos de todas estas empresas una vez que estén bien limpias.” Samantha podía confiar plenamente en la ética de Ángela y sabía que se encargaría del lado oscuro que había dejado su padre, sin tener que revelarle lo que se enteró el día del accidente.

La propuesta había sido tentadora para Ángela. Sin embargo, lo que no había sido tentador era el mensaje que Samantha le había pasado una semana atrás: “Tengo que viajar por temas del ministerio, a mi regreso hablamos.” Y nunca más había contestado los mensajes de Ángela. Luego la noticia del avión que había caído en el Océano Indico, en un lugar tan profundo que era imposible encontrar la caja negra. Ángela podía intuir que algo más había detrás de todo esto. Lloró la muerte de su amiga en silencio, a puertas cerradas, sabiendo que esto traería consecuencias inesperadas, y que tenía que ser fuerte para vencer los obstáculos, por ella, y por la memoria de Samantha.

Pero nunca imaginó que los obstáculos serían tales. El representante del ministerio había tratado de persuadir a Ángela de la manera más discreta posible, y trató de que pudiera leer entre líneas el mensaje que traía del presidente. Sin embargo, el estilo de Ángela no era exactamente el ideal para negociar, y el mensaje terminó siendo contundente: “Tienes 72 horas para transferirnos las acciones de Samantha. Te quedarás con un par de millones, y te tomarás un vuelo lo más lejos posible. O te pondremos nosotros en un avión, que espero tenga menos desperfectos que el de tu amiga.”

A la mañana siguiente sonó el despertador, y Ángela se sentó totalmente sobresaltada en la cama. Había tenido una pesadilla abrumadora. En su sueño veía a Samantha discutir con varias personas alrededor de una mesa en un cuarto muy oscuro. Samantha estaba enfurecida, y la miraba a Ángela y le decía: “Yo vi el color de sus conciencias, yo sé que algo se puede cambiar.” Se quedó un rato sentada en la cama, pero no pudo descifrar el mensaje.

Se levantó, se sirvió el desayuno, y como era su costumbre, reaccionó ante sus impulsos, tomó el teléfono y llamó al número que el representante del ministerio le había dado. “Tengo una propuesta para hacerles,” le dijo Ángela al emisario, y quedaron en reunirse en un café esa misma tarde.

Ángela se sentó en su escritorio y redactó un mensaje, explicando lo que estaba pasando. Aunque no supiera muy bien las consecuencias de todo esto, intuía que esto era algo pesado, y que no podía involucrar a nadie más en esta situación. Imprimió cuatro copias y dejó una sobre el escritorio en su casa, y tres en distintos sobres dirigidas a sus padres, a su hermano y a su mejor amigo.

Llegó unos minutos más tarde a la cita, y se sentó frente al representante del gobierno, quien le dijo que estaba ansioso por escuchar su oferta. Ángela le explicó que Samantha no tenía familia ni herederos, y que las acciones de todas las empresas, junto con su testamento, estaban en una escribanía. Y no esperó mucho tiempo para presentar su oferta: “Samantha siempre me prometió que yo tendría el dinero suficiente para vivir unos años sin trabajar, terminar el doctorado y publicar mis libros. Sólo quiero eso. En cuanto a las empresas, podemos liquidar todo ya mismo, sólo tengo que ponerme en contacto con el escribano. Pero en memoria de mi amiga, quiero que la mitad de todo ese dinero vaya a alguna fundación, que sé es lo que ella hubiera querido.”

El representante del gobierno sonrió, la miró fijamente a los ojos, le tomó la mano derecha y le dijo: “Me parece que no entiendes nada.” Ángela comenzó a temblar como una hoja en la medida en que iba sintiendo la perversidad en la búsqueda de la complicidad.

El representante sacó un teléfono de su bolsillo, y se lo acercó a Ángela para que pudiera ver la imagen. Ángela pegó un grito agudo, que hizo que las pocas personas que estaban en el lugar se dieran vuelta para mirarla. Sintió que se iba a desvanecer. La imagen era de su madre desesperada, con el brazo de un hombre alrededor de su cuello y un cuchillo en su garganta.

El representante tomó el teléfono nuevamente, le hizo señas como para que se tranquilizara, y le dijo con una voz muy profunda: “Ahora vamos a negociar.” Y Ángela se desvaneció por completo y cayó abruptamente al suelo.

Se despertó sobresaltada y se vio recostada en un sillón en una sala que no podía reconocer. De pronto se abrió la puerta, y el representante del gobierno entró con un vaso con agua, y Ángela comenzó a recordarlo todo.

Él se sentó junto a ella, le alcanzó el vaso, y le señaló una pantalla que estaba frente a ellos. Se encendió y Ángela pudo inmediatamente reconocer a la figura del presidente de la nación. No podía creer lo que le estaba sucediendo. Los próximos minutos fueron para tratar de concentrarse en lo que el presidente le estaba diciendo, aunque no podía dejar de pensar en qué estaría pasando con su familia.

“Tu amiga Samantha nos falló. Fue comisionada a una reunión de representantes económicos de todo el mundo, con el objetivo de votar afirmativamente por un proyecto, y a último momento cambió de parecer y trató de convencer a los presentes de que no apoyaran esta iniciativa. Después de esto no quedó otra alternativa que desaparecerla, junto con todos los que habían oído su discurso. Este mundo no admite ni rebeldes ni provocadores, y menos en estos círculos. Este es un mundo donde el afuera cree algo, pero desde adentro la visión es completamente diferente. Este mundo es de las masas, y se las maneja con el mensaje que quieren oír. Las masas reclaman un líder, quien es el encargado de decirles que todo va a estar bien, sin importar que todo lo que se haga sea en perjuicio de esa misma gente. A las masas eso no les importa, porque se mueven como manada, con un rumbo que no está determinado por el raciocinio, sino por el instinto. Luego está la elite, que somos los que determinamos ese rumbo, y hay un tercer grupo, el de los que sí utilizan la razón, los que pretenden rebelarse ante el sistema, y a los que no podemos acabar, porque son indispensables para cargar las culpas, para mostrarle a las masas que ellos son los que arruinan todo. Samantha venía de una familia de dinero y de negocios. Inclusive su padre había amasado fortunas gracias al trabajo textil esclavo, y ella era, obviamente, un miembro de la masa, preparándose para formar parte de la elite. Pero omitimos el detalle de la madre y su historia socialista, y eso hizo cambiar su conciencia. Tú, en cambio, eres del grupo de raciocinio, eres inocente y directa, pero piensas. Los de este grupo también pueden llegar a ser elite, poniendo mucho dinero, y eso fue lo que intentamos. Pero ya es muy tarde, ya no queda otra opción que hacerte desaparecer, luego de que nos ayudes a concretar la operación, y así tu familia solamente llorará tu muerte en un accidente. Si no colaboras, serán varios más los accidentados.”

Fin de la primera parte, continua aquí con el desenlace de esta historia: El Color de la Conciencia: Las Masas II.

Sergio Cilla


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