La Grilla III: La Revolución ~ Sergio Cilla

Sergio Cilla comparte con nosotros La Grilla, la tercera parte de un relato que nos introduce a la idea de que el pensamiento humano es la energía que afecta las relaciones en el planeta. En la próxima entrega, el desenlace: Un Final Inesperado.

Si no leíste la primera parte, comienza aquí: La Grilla I: La Presentación

Parte 3 – La Revolución

Karen se quedó pensando en las posibles consecuencias de este cambio en la grilla. Sabía que parte del ADN generaba emisiones de energía a través del pensamiento, combinado con las emociones, y que esto producía conexiones con otros ADNs, otros cerebros, otros pensamientos y emociones en el universo. Sin embargo, no entendía cómo poder evaluarlo, cómo poder determinar en qué medida este hecho afectaría a las personas.

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Todos corrieron hacia la ventana cuando el cielo se puso de un color gris muy particular en un segundo. Parecía la antesala a una tormenta. Sin embargo, no se escuchaban truenos, al contrario, el paisaje simulaba generar un silencio muy profundo. Se miraron sin entender qué estaba pasando. De pronto aparecieron dos líneas en el horizonte, en dirección noroeste, algo que nunca habían visto hasta ese momento.

Eleonora pudo observar de soslayo que Ramón, el jefe de todos, volvía a entrar a su oficina, y sintió un impulso inesperado, indicándole, por un segundo, que esa era la señal que había estado esperando y que tenía que juntar coraje y hacerlo.

-Permiso… ¿puedo hablar con usted un momento, Ramón? -preguntó Eleonora, parada en la entrada de la oficina de su jefe, mirándolo con miedo, pero con cierta seguridad inusual.

-Cierre la puerta. Sabe bien que tiene que pedir una reunión si quiere comentarme algo… Pero, está bien, quédese… no sé qué pasa hoy… -refunfuñó Ramón, con un tono hosco e intratable.

Ramón era el hijo mayor de Don Arnoldo, el dueño de una fábrica de colchones, un señor que ya estaba muy mayor, y que había delegado todo en su hijo porque se sentía muy enfermo. Desde que Ramón se convirtió en el único y máximo responsable de la fábrica, había comenzado un reinado de tiranía total, donde Ramón exudaba sus inseguridades a través del sometimiento, haciendo que sus empleados trabajaran continuamente con miedo.

El método de su padre había sido lo opuesto. Era un hombre muy seguro de sí mismo, generoso y agradecido con sus empleados. No obstante, todo su amor hacia la fábrica le había quitado tiempo y dedicación para su familia.

Don Arnoldo sabía que Ramón no era el mejor de los jefes, pero estaba muy enfermo para poder tomar otra decisión, y tenía esperanzas de que su hijo aprendiera y cambiara.

-Sé que debería haberle pedido una reunión -comentó Eleonora con un tono de humildad-, pero, esto es urgente.

-Dígame qué quiere -inquirió Ramón, sintiendo que estaba siendo un poco débil en el trato hacia su empleada.

Eleonora no entendía lo que le estaba pasando. Siempre le había tenido mucho miedo a Ramón, un pánico que la paralizaba. Era una mujer muy delgada y pequeña, de casi sesenta años, y una de las empleadas más antiguas de la fábrica, y la favorita de Don Arnoldo. Ella también sentía que la fábrica era como su familia, y siempre había sido recompensada por su dedicación y lealtad. Hasta que llegó Ramón, y las cosas cambiaron por completo.

-Sólo quería decirle que…. Discúlpeme… -comenzó a decir Eleonora lenta y pausadamente, como tratando de encontrar las palabras, pero sintiendo, además, que el miedo podía volver a apoderarse de su cuerpo-… perdóneme… estoy un poco nerviosa.

-Apúrese, mujer, no tengo todo el tiempo para usted -le gritó Ramón, comenzando a revolver papeles sobre su escritorio, empujando la silla, y mostrando su enojo deliberadamente.

-Es… es… sobre el aumento -logró balbucear Eleonora, con mucha dificultad-. No sólo no tuvimos el aumento que su padre siempre nos daba, tampoco nos dio el aumento que anunció el gobierno, y no entendemos por qué nos descontó parte de nuestro sueldo.

-¿Para esto interrumpió mi trabajo? ¿Esto es lo urgente? -empezó a gritar Ramón, mirándola a los ojos, con mucha furia-. Ya que está tan interesada en las razones: se les descontó parte del sueldo, y no se les dio los aumentos, porque son todos una banda de vagos e ineptos que no saben trabajar. Creo que si mi padre hubiera contratado cucarachas, yo estaría más contento. Y si no le gusta lo que estoy diciendo, ahí tiene la puerta. Para mí sería un gran placer, y un alivio, no volver a verla en mi vida.

Con una reacción completamente insospechada, Eleonora lo miró como echándole una maldición. Sin meditarlo, y empujada por una fuerza que no sabía de dónde venía, se movió rápidamente hacia la ventana contigua, y golpeó su cabeza contra los vidrios de tal manera, que los partió, y se cortó parte del rostro.

Empezó a gritar desesperadamente: “¡Socorro, Ramón quiere matarme!”, mientras observaba con desconcierto sus manos llenas de sangre.

Ramón no entendía lo que estaba sucediendo. Comenzó a mirar hacia todos lados con desesperación, y a querer salir de su oficina, cuando divisó que los empleados estaban entrando con objetos contundentes en sus manos, con furia en sus miradas.

Corrió hacia el otro extremo de la oficina, dándose vuelta continuamente, mientras observaba a Eleonora con las manos a ambos lados de su cabeza, sangrando, y a sus compañeros de trabajo que avanzaban lentamente, con ánimo de golpearlo y lastimarlo.

Ramón abrió rápidamente un cajón, tomó una pistola y los apuntó, y los amenazó con “matarlos como míseras cucarachas, si no salían inmediatamente de su oficina, y si no se llevaban a la rata inmunda de Eleonora.” Avanzó lentamente hacia su escritorio, tomó el teléfono, y pidió a la gente de seguridad que subiera rápidamente a la oficina.

Eleonora se abalanzó bruscamente encima de Ramón con un pedazo de vidrio en la mano, y el jefe disparó sin piedad sobre el hombro de Eleonora. El peso del cuerpo cayó encima de él, y el vidrio en la mano de Eleonora se insertó en la yugular de Ramón inesperadamente.

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Todos siguen sin entender lo que ocurrió en la fábrica ese día en que el cielo tomó un color diferente. Don Arnoldo, postrado en un nosocomio, lloró la muerte de su hijo, y entendió que había cometido un grave error al dejarlo a cargo de la empresa.

Eugenia, la compañera de trabajo de Eleonora de toda la vida, entró a la sala del hospital donde Eleonora estaba internada, con un ramo de flores en su mano.

-Tienes que reponerte prontito -le dijo con una sonrisa-, Don Arnoldo quiere que sus abogados formen una cooperativa, y ponerte a ti a cargo de todo hasta que te jubiles.

Eleonora miró por la ventana. Sabía que algo estaba pasando en el cielo. Sabía que había una energía diferente, y sabía que ella, alguna vez, había elegido ese destino.

Continúa con el final: "La Grilla IV: Un Final Inesperado"

Sergio Cilla

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