Hipocresía y Otras Virtudes: El Presidente ~ Sergio Cilla

Quod Licet Lovi, Non Licet Bovi, lo que es lícito para Júpiter, no es lícito para todos. Hipocresía y Otras Virtudes es una serie de historias que ilustran la doble moral, y el doble discurso en la sociedad, el sermoneo, lo clandestino, y la impunidad que confiere el poder.

Hoy, Sergio Cilla nos invita a compartir El Presidente, un relato de maníacas proporciones.

El Presidente

Mariano se paró delante del espejo por tercera vez. Se acomodó los gemelos de la camisa, estirando los puños hacia afuera, sacó pecho y se puso de perfil, como probando una pose de mayor confianza y seguridad, con un gesto arisco y áspero. Frunció el entrecejo, y ensayó unas muecas de hombre recio, poderoso y con mucha autoridad.

Esa mañana, antes de levantarse, cuando le trajeron el desayuno a la cama, pudo espiar en el teléfono de Johana, su esposa actual, que lo habían llamado “payaso, y mitómano peligroso.”

Mariano sospechaba que su teléfono estaba alterado, y que le permitían ver sólo algunas cosas que se publicaban en las noticias y en las redes sociales. Pero cada vez que le consultaba a su secretaria, o al jefe de prensa, todos se lo negaban rotundamente. Manuel, su jefe de gabinete, amigo de toda la vida, y la persona de más confianza que Mariano tenía desde que se había convertido en presidente, un día le respondió: “¿Cómo piensas que vamos a ocultarte algo? Eres un presidente popular, y el pueblo te adora. Saben que las medidas que estás tomando son para su bien.”

Así Mariano salía al mundo y enfrentaba a sus conciudadanos, siempre protegido, siempre rodeado de guardaespaldas y de asistentes que no tenían otra función más que la de prevenir que el presidente escuchara comentarios en su contra, o supiera lo que realmente estaba pasando en el país. Todo orquestado por Manuel. En realidad, más que un payaso era un títere, aunque él se creía uno de los hombres más poderosos del mundo.

Manuel, y otros hombres que conformaban el verdadero rompecabezas del poder en el país, tenían una estrategia clara y contundente, y la llevaban a cabo a la perfección, no sólo consintiendo al presidente, sino orquestando una red de comunicación sin precedentes.

Las consignas eran claras. Por un lado, había que hacerle creer al presidente que las cosas no estaban tan mal como realmente estaban, y que él era más querido -o menos odiado- de lo que realmente era. Y, por otro lado, había que generar un antagonismo en la población. “Es muy simple,” le dijo una vez Manuel al presidente, “divide y reinarás.”

Y la división no era entre los que amaban al presidente o apoyaban al gobierno, sino entre los que lo odiaban y los que no querían volver a un estilo más popular. Esta administración había gastado fortunas en marketing publicitario, inventando causas de corrupción, y fomentando el odio hacia “los otros”. De esta manera, Mariano podría perdurar en el sillón presidencial, y podrían continuar saqueando la economía, y llenando los bolsillos de los ricos y poderosos.

Sabían perfectamente que, después de todo este saqueo, vendría un gobierno popular por otros diez años aproximadamente, y mientras tanto había que tratar de vaciar las arcas o, mejor dicho, llenar las propias.

Por más que Mariano era parte de esa estrategia, tenía bastante orgullo, y en algún lugar quería sentirse como un presidente meritorio. Su mayor dolor desde que asumió fue en una conversación telefónica con su exesposa. Le había dicho: “te robaste el poder, como te robaste todo, nunca serviste para nada y lo sabés, siempre fuiste un nene de papá rico y poderoso, y seguís jugando a lo mismo.”

Había sido un puñal clavado en lo más profundo de su ser, porque en ese lugar, Mariano sabía que no era muy inteligente, ni culto, ni dotado de habilidades especiales, y su exmujer se había convertido en la voz de su conciencia.

Sin embargo, Mariano estaba convencido que tenía carisma, y que sabía cómo convencer a los otros, cómo seducir mujeres y hombres, y cómo divertirlos con su humor. En realidad, cuando uno está dotado de todo el poder político y económico, la gente alrededor se ríe forzadamente, y es amigable, por conveniencia. Esto era algo que Mariano no podía distinguir, cuánto había de su encanto natural, y cuánto de lo otro.

-¿Puedo pasar? -se escuchó decir a Manuel-. Estoy golpeando hace rato. ¿Estás listo?

-¿Vos pensás que yo soy un payaso? -le preguntó Mariano sin dejar de mirarse al espejo. Se estiraba cada vez más, y acompañaba los movimientos con distintos gestos, ensayando cuál sería el que utilizaría para el discurso.

-¿Estás loco? ¿De qué hablás? -le dijo Manuel, sin prestarle demasiada atención-. Ya está todo listo para que grabes el discurso.

-¿Cómo grabarlo? Iba a ser en vivo… -se quedó pensativo, esperando una respuesta inmediata de Manuel, como era siempre el caso-, ¿será que un presidente payaso puede cometer muchos errores en vivo?

-No sé qué te pasa, ni de qué estás hablando -comenzó a decir Manuel, con total seguridad, como hacía siempre-, decidimos que sería mejor grabarlo. Hay mucha presión internacional, y tenemos que tener cuidado, hay que elegir las palabras justas. ¿Vamos?

-¿Decidimos? ¿Tenemos? Según tengo entendido -comenzó a hablar con cierta confianza, como disfrutando de la ironía, sin dejar de mirarse al espejo, estirando la camisa, las mangas, el chaleco, buscando la pose perfecta-, yo soy el presidente de la nación, y soy yo el que decido.

-No entiendo nada -agregó Manuel, como sintiéndose fastidioso por la situación-, vamos a grabar ahora, y después nos tomamos un café, o vamos a jugar al golf y lo charlamos.

-¡Quiero que el discurso sea en vivo! -le dijo a Manuel con firmeza, mirándolo a los ojos, desafiándolo.

-¡No! El discurso será grabado. Ya está el texto listo, lo leés un par de veces y luego lo grabamos y sale en una hora. ¡Vamos!

-Vos estás buscando que yo salga de esta habitación a los gritos, haciéndote quedar mal delante de todos, ¿no? -comenzó a vociferar Mariano, sintiéndose agitado, y manifestando claras señales de que estaba muy nervioso-. Yo soy capaz de hacer un discurso en vivo, y soy capaz de llevar tranquilidad a los mercados locales e internacionales. ¿O vos y tus amiguitos creen que yo no puedo? Tus mismos amiguitos que me ocultan lo que se dice de mí en las redes sociales.

Manuel estaba apoyado contra la puerta de entrada del cuarto del presidente. Su cabeza estaba funcionando a muchísima velocidad. Esta era una situación completamente nueva, y su cerebro necesitaba buscar herramientas para llevar todo a la normalidad. Podía sentir cómo su aparato circulatorio bombeaba sangre con la consigna de encontrar las palabras adecuadas para tranquilizar a Mariano, para hacerlo sentir importante, y para que siguiera las consignas que habían establecido.

-¿Te sorprende? -siguió diciendo Mariano, cada vez más alterado-, lo leí en el teléfono de Johana esta mañana cuando se fue al baño. Y ahora me doy cuenta de que también ella es cómplice de esto. No me extrañaría que además te estés acostando con ella.

-Pero… ¿Qué estás diciendo? -le gritó Manuel con toda la furia, acercándose a Mariano, como para empujarlo. Pero se contuvo, y se quedó sacudiendo las manos y los brazos a los costados de su cuerpo, repitiéndose internamente que tenía que encontrar la solución adecuada para esta situación, para que todo volviera a su lugar.

-Lo que te faltaba… querer pegarme… claro, no, ¡qué estoy diciendo! Johana tiene demasiado buen gusto como para acostarse con vos.

-Mariano, tranquilízate -comenzó a decirle Manuel, tomándolo por un brazo.

Mariano se soltó del brazo de Manuel con mucha furia, y se resbaló y cayó al suelo de espaldas, golpeándose la cabeza contra el piso de madera con un sonido seco y preocupante. Manuel trató de girar para sostenerlo, pero no pudo hacer nada. Lo vio tirado en el piso, con los ojos cerrados, y se agachó inmediatamente para ver si respiraba. No parecía estar consciente, pero podía sentirse la respiración.

En un arrebato intencional, Manuel cogió una almohada y la aplastó con toda su fuerza sobre la cara de Mariano. Se quedó así por varios minutos, sabiendo lo que estaba haciendo, pero al mismo tiempo sintiendo que todo se le iba de las manos. No sabe cuánto tiempo pasó, pero pudo comprobar que el cuerpo del presidente no respiraba más.

Tomó el teléfono, marcó un número y dijo: “protocolo 101”, con el tono más austero que pudo encontrar. Y se sentó en la cama a esperar. Pensó en cómo seguiría todo esto, y en cuánto había temido este momento.

En no más de quince minutos el dormitorio se llenó de gente. Llegaron dos camilleros y un médico, junto con un juez de la corte suprema, un par de ministros allegados a Manuel, Johana, el jefe de policía, y un general.

-Sabíamos que esto iba a pasar en algún momento -les dijo Manuel con total frialdad-. Será internado de urgencia, y mañana se dará el parte de su muerte, y nosotros seguiremos de acuerdo con el protocolo.

Sergio Cilla

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