Sergio Cilla comparte con nosotros Microrrelatos, una serie de cuentos cortos que podrás leer en dos minutos y que seguramente te dejarán reflexionando. En esta entrega: Un Deseo de Navidad, cuando todo es posible.

Un Deseo de Navidad

“Tengo todo lo que me corresponde; el universo me da todo lo que necesito todo el tiempo”, repetía Mónica una y otra vez; “Gracias, Presencia, que en el día de hoy todo está cubierto”. Y siguió así toda la mañana de la víspera de Navidad, hasta que cayó profundamente dormida sobre el sofá.

Mónica vivía sola, y sus ingresos dependían del escaso trabajo que tenía como costurera. Sin embargo, siempre se las había ingeniado para ahorrar. Y, aunque a veces eran solo monedas, Mónica ponía el diez por ciento de todo lo que cobraba por cada trabajo en una pequeña bombonera. Una vez por mes, lo depositaba en su cuenta del banco.

Ya había ahorrado lo suficiente para viajar a Concepción, el pueblo donde vivía su hija con su esposo y sus dos nietos. La crisis los había dejado a todos incomunicados, ya que nadie podía darse el lujo de viajar más de mil kilómetros, y menos aún pensar en dejar de trabajar una semana entera.

Y ese 24 de diciembre había entregado sus últimos trabajo, y había decidido retirar el dinero del banco para pagar su billete de avión hacia la ciudad capital, y luego un autobús hasta Concepción. Pero, Mónica perdió todo en el camino, y nunca pudo encontrarlo, ni siquiera entender qué había pasado.

Reaccionó con una crisis de llanto hasta que recordó las palabras de su maestro de meditación: “lo que te corresponde está ahí, nadie puede quitártelo, lo que es tuyo, es tuyo para siempre”. Y Mónica se durmió por completo, sabiendo en su interior que el dinero para el viaje aparecería de alguna manera.

Esa noche, mientras cenaba la sopa de cangrejo que tanto le gustaba, oyó inesperadamente un golpe fuerte desde la ruta frente a su casa. Salió y vio un camión de transporte con su trompa un poco magullada sobre uno de los árboles de su propiedad.

Raudamente abrió la puerta del vehículo, y ayudó al chofer a bajar y a recomponerse. Lo acompañó hasta adentro de su casa, le puso hielo sobre una herida que tenía en la frente, y le convidó su sopa de cangrejo. “Después de todo, parece que no pasaré sola esta Noche Buena”, pensó.

-Gracias por la ayuda, señora -le dijo el chofer-, me quedé dormido porque llevo pocas horas de sueño. Si usted fuera tan amable de dejarme dormir un par de horas en su sillón, podría luego continuar el viaje. Tengo todavía como quince horas hasta Concepción.

-Claro que sí -le respondió Mónica, con un furtivo suspiro de alivio.
Y mientras el chofer dormía, Mónica comenzó a empacar.

Sergio Cilla