Sergio Cilla comparte con nosotros Microrrelatos, una serie de cuentos cortos que podrás leer en dos minutos y que seguramente te dejarán reflexionando. En esta entrega: Redes Sociales, y el afán por sentirse escuchada.

Redes Sociales

Mabel se apuró a revisar Facebook antes de que la asistente del médico llamara su nombre.

De inmediato se sintió ofuscada, como le ocurría a menudo últimamente. Alguien había osado responder a algo que Mabel había compartido. Se apuró y tipeó: “Nadie te preguntó tu opinión. Yo soy libre de compartir lo que quiero.”

Introdujo el teléfono en su cartera, y miró el revistero en la sala de espera. Tomó una revista y comenzó a ojearla, pero su tentación por ver si le habían respondido fue más grande, y volvió a la carga con el teléfono.

-Mabel -llamó la asistente con un tono de dulzura-. Adelante, el doctor te espera en su oficina.

Mabel era viuda y tenía dos hijas grandes, y sus días transcurrían entre el trabajo que hacía desde su casa y las redes sociales. Y, básicamente, Facebook se había convertido en su mejor acompañante. Mabel había descubierto que ahora podía decirle al mundo lo que pensaba, y se pasaba horas opinando y haciendo campaña para el gobierno de turno. Era la típica aliada de los trolls. Ellos inventaban historias, Mabel las leía y se indignaba, y las compartía agregando comentarios tales como: “Así estamos…”, “¿A dónde vamos a ir a parar?”, “¡Qué vergüenza!”.

Se levantó y caminó rápidamente hacia la asistente quien sostenía la puerta del consultorio abierta. En ese mismo momento oyó el sonido infalible de su teléfono. “Este me contestó lo que le puse…,” pensó.

-Hola Mabel -la saludó su médico con una sonrisa afectiva.

Mabel se sentó. Sentía la necesidad de sacar el teléfono de su cartera, pero el médico se había levantado para buscar sus estudios y ya estaba casi de regreso en su escritorio.

-Lamentablemente, no tengo buenas noticias para darte -comenzó a decir el médico, mientras ojeaba los estudios y buscaba la mirada de Mabel al mismo tiempo.

Mabel estiró la mano dentro de la cartera como para poder maniobrar el teléfono sin que el médico se diera cuenta.

-El tumor no es bueno, y hay que sacarlo -agregó el médico-, la operación no será sencilla, pero yo estaré supervisando todo para que no tengas de qué preocuparte.

Mabel pudo leer de reojo: “… y ahora te bloqueo…”, en el teléfono y sintió como la sangre le comenzaba a hervir.

-Gracias, doc -le respondió Mabel apurada, mientras le sacaba los estudios de la mano, y tomaba su bolso con la otra. Había recordado que había un cafecito al lado del consultorio, y podía apurarse a contestarle antes de que la bloquearan por completo.

Sergio Cilla