Sergio Cilla comparte con nosotros Microrrelatos, una serie de cuentos cortos que podrás leer en dos minutos y que seguramente te dejarán reflexionando. En la tercera entrega: El Océano, un simple reflejo del miedo a enfrentarnos a lo que queremos ser.

El Océano

¿Quién te apura a tomar una decisión? ¿O será que la decisión ya la tomaste y no te animas a enfrentarte a ella? Fueron dos preguntas que Rodrigo no pudo responderle a su terapeuta.

Se quedó como congelado, mirando por la ventana del Java Rock Café, en ese día tan gris de enero, con un cielo con un color que aventuraba nieve en cualquier momento.

“Estamos tan acostumbrados a no expresar nuestros sentimientos, a no hacer lo que realmente queremos, a no mostrar lo que efectivamente sentimos.” Fue lo último que recordaba que le había dicho su terapeuta. Aunque las últimas palabras exactas, después de que Rodrigo se quedara callado por más de cinco minutos durante la sesión, fueron: “Creo que fue suficiente por hoy. ¿Seguimos el lunes que viene?”

Ese martes, después de su sesión de terapia, Rodrigo caminó y caminó por más de tres horas y llegó al café en Rock Hall. El pueblo, la marina, y el paisaje del océano le generaban una paz ideal para reflexionar, y sentía que tenía que elaborar lo que había hablado con su consejero.

Sin embargo, no sabía en qué pensar, no entendía lo que le estaba pasando. Una parte de él sabía perfectamente bien que su relación con Fernanda no funcionaba más. Pero su otra parte enmascaraba sus miedos con la idea de que “todo se supera, todo va a mejorar, yo voy a hacer esto y lo otro”.

Salió del café y caminó una milla hasta el océano. Al llegar a la orilla, se sentó sobre la arena y se quedó mirando al horizonte. No sentía frío, no sentía nada.

Sólo comenzó a llorar pausadamente, cuando empezó a entender que era cierto que había tomado una decisión dentro de sí mismo, pero que no quería enfrentarse a ella. Los monstruos construidos por su familia y su iglesia eran demasiado grandes, demasiado poderosos.

Y las lágrimas comenzaron lentamente a confundirse con el agua del mar. Y ambas fusionaron sus sales. Sus lágrimas incorporaron la espuma de las olas, y el océano agregó conchillas a sus miedos, aceptando sus limitaciones, sin juzgarlo, perdonándolo.

Y el agua retrocedió, como lo hace siempre, pero esta vez tenía un cuerpo nuevo.

Sergio Cilla