Sergio Cilla comparte con nosotros Microrrelatos, una serie de cuentos cortos que podrás leer en dos minutos y que seguramente te dejarán reflexionando. En la primera entrega: Represión, una muestra de lo que podemos ser, pero elegimos no serlo.

Represión

Bajaron de dos taxis y embistieron, llave en mano, contra la enorme puerta de hierro de un antiguo edificio parisino. La idea era volver a la casa de Antoine para tomar café y disminuir las secuelas del alcohol. La cena había estado exquisita, y a pesar de que Jorge no entendía mucho francés, pudo arreglárselas muy bien mezclando su inglés con su español.

Esa noche había conocido a Jean Paul y Pierre, una pareja de hombres muy hermosos que trabajaban para Air France, pero que parecían más esos modelos que uno sólo veía por televisión. Jorge había dejado un Buenos Aires casi en la Edad Media, a principios de los años ochenta, apenas saliendo de muchos años de represión, para estudiar en París; y conocer abiertamente una pareja de homosexuales era toda una novedad.

Antoine y su novia, los anfitriones, subieron al ascensor, y atrás siguieron Pierre, y otra pareja más de amigos. “Nosotros no entramos. Vamos por las escaleras”, le dijo Jean Paul a Jorge y lo tomó de la mano y lo empujó lejos del ascensor.

Subieron dando saltitos y riéndose a carcajadas, y al llegar al segundo descanso, Jean Paul lo empujó contra la pared, lo tomó de la cintura y lo besó con mucha pasión. El corazón de Jorge voló a alturas inimaginables, con pulsaciones que podían sentirse desde el departamento de Antoine. El momento de excitación duró un minuto y medio, y luego sobrevino la confusión, cuando Jean Paul comenzó a reírse nuevamente, dijo algo en francés, que Jorge no entendió, y lo ayudó a continuar el camino por las escaleras. Entraron al departamento y actuaron como si nada hubiera ocurrido.

Jorge durmió en la casa de Antoine esa noche, pero no pudo pegar un ojo. Antes de irse, Jean Paul y Pierre lo habían invitado a que al día siguiente recorrieran varios puntos de París que Jorge desconocía. Él no estaba seguro, pero Antoine le había insistido en que aceptara. Todas las fantasías imaginables fueron parte del desvelo de esa noche en el living de Antoine.

Y el paseo llegó al otro día, y fue tan divertido y maravilloso, como ingenuo e inocente, todo lo decepcionantemente opuesto a lo que Jorge había imaginado.

Una semana después volvió a Buenos Aires, y su novia de siempre lo esperaba en el aeropuerto junto con sus padres y otros amigos. Jorge se casó y prefirió olvidar para siempre lo que había vivido esa noche en París, porque había sido demasiado placentero para ser real.

Sergio Cilla