¿Me das la mano? – le dije a mi papá un poco atemorizado. Y mi papá me dio la mano, y el mundo cambió en un instante. Era la época de los cabellos batidos con spray, o con pañuelos y anteojos negros y el rock-and-roll. Era la época donde los papás enseñaban a sus hijos a ser hombres, y darles la mano, no era un gran ejemplo. Pero yo sentía miedo. Nunca me había subido a un auto, y la magnitud de esos asientos me hizo sentir todavía más pequeño. Hoy los veo y los recuerdo. Y aunque de grises y negro se trataba, daban un color maravilloso a la vida. Podían ser el medio para imaginar una forma de escapar, y en la mente de un niño, el poder de lograr aventuras era indescriptible. Pero no escapé. Quedé de la mano de mi papá, y aunque luego me llevara décadas aceptar ese miedo y enfrentarme a quién realmente era, ese momento de seguridad me acompañó toda la vida.
Sergio Cilla
Fotografía: Luigi López
Un volante gigante, una ilusión pequeña. ¿Girar a la derecha o a la izquierda? Seguir hacia adelante era la opción, porque el monstruoso deseo de un pequeño giro a la izquierda implicaba un reverendo e impetuoso volantazo a la derecha. Sergio Cilla
Paragolpes extendidos como labios pintados por un rouge barato y robado de la madre o de la esposa, para posar osadamente frente al espejo, con ese atuendo despampanante, que solo se atrevía a vestir a escondidas. Sergio Cilla
Un cadáver escondido, un baúl de recuerdos, el trasero más preciado. Locas andanzas de los intocables, de aquellos a los que nadie podía detener, de un Capone maltrecho y adinerado. Sergio Cilla
Gira como la magia de toda la niñez. Gira como la vergüenza de toda pubertad. Gira como el temor de toda adolescencia. Gira como la supuesta superación del joven, o la retardada intolerancia del adulto, o la impecable sabiduría del anciano. Sergio Cilla
La parrilla es la sonrisa del deshonroso cabaret de la posguerra, donde el pobre de alma busca lo imposible de encontrar, y el soldado llora la abnegada ausencia. Sergio Cilla
Los asientos de cuero que invitan a imaginar lo que sea, desde el tráfico ilegal de alcohol, hasta el tráfico legal de mandatarios, Ruiz Cortines en México, Aramburu en Argentina y Eisenhower en los Estados Unidos. Todos diferentes, todos sobre el mismo asiento de cuero. Sergio Cilla
Puertas enormes que invitaban a lo desconocido, a espacios inexplorados, a sospechosos deseos carnales, a secretos de rubias que morían empastilladas en manos obscenas de políticos mujeriegos. Sergio Cilla
Faros que no solo servían para iluminar el camino, sino que también dejaban ver la inigualdad, la diferencia, la necesidad de segregar, de rechazar al diferente, al oscuro, al otro, al tuyo, al nuestro. Sergio Cilla
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