Sergio Cilla comparte con nosotros Microrrelatos, una serie de cuentos cortos que podrás leer en dos minutos y que seguramente te dejarán reflexionando. En la segunda entrega: Cambiar el Pasado, una historia que contradice la idea de que el pasado no puede ser modificado.

Cambiar el Pasado

Susana observó la hora en el reloj de la cocina, le sirvió la cena a sus hijos, tomó la cartera y se dirigió raudamente hacia el garaje. Sabía que llegaba tarde. En realidad, no entendía muy bien por qué había aceptado la invitación. Quizás, simplemente, porque algo dentro de ella le decía que tenía que ir.

Se sentó en el auto y se miró al espejo. Ni siquiera se había terminado de peinar. “No importa,” pensó. Susana ya no era la de antes, que no salía de su casa sin haber pasado diez veces frente al espejo, sin haberle preguntado a su esposo y a sus hijos si todo estaba bien. Ahora usaba jeans ajustados, sandalias de taco alto, se dejaba el cabello largo, y aparentaba diez años menos.

Desde su separación, había adelgazado y logrado tener el cuerpo que siempre había soñado. Un poco de gimnasio, una dieta saludable, y una vida agitada, además de haber aceptado que era una mujer hermosa, y que iba a mostrárselo al mundo.

Mientras conducía, volvió a preguntarse las razones para ir a esta reunión en el club del pueblo. No veía a esa gente desde hacía casi treinta años. Las imágenes que paseaban por su memoria eran las de una Susana gordita, con pecas y muchos rulos, que era constantemente hostigada por sus amigos del barrio. Al punto que un día, desesperadamente, le rogó a sus padres que se mudaran al pueblo contiguo. Siempre recordaba esa etapa con angustia y dolor.

Entró a la cafetería del club, apurada, mirando hacia todos lados, porque no sabía dónde exactamente era la reunión. De pronto, observó un grupo de personas que dejaron de conversar repentinamente, y que voltearon sus cabezas hacia la puerta.

-Susana… ¿sos vos? -le preguntó una de las mujeres del grupo.

Susana se quedó unos segundos observándolos detenidamente. No podían ser ellos. ¿Esos gordos, pelados y panzones la acosaban cuando era adolescente?

Saludó uno por uno con un beso y un abrazo, e inmediatamente se sintió la reina y el centro de la reunión. Todos querían hablar con ella, y Susana se sintió admirada, y por qué no un poco envidiada también.

Mientras conducía de regreso esa noche pensaba que seguramente no volvería a verlos, pero que ahora ya podía recordarlos con cariño.

Sergio Cilla