Epílogo y Tres Actos ~ Sergio Cilla

Drama ambientado en la Latinoamérica de los años 70, del horror y la oscuridad de las dictaduras, contrastado con la belleza y la pureza del ballet.

~ Epílogo ~ Primer Acto ~ Segundo Acto ~ Tercer Acto ~

Bailarina ballet, narrativa Sergio Cilla

EPÍLOGO

Se escuchan corridas por los pasillos y respiraciones agitadas. El teatro tiembla de emoción. Ya han llegado algunas figuras. Se termina de acomodar el escenario, se cierra el telón y se prepara todo porque en medio hora ya se da sala.
Es velada de gala por el día de la independencia, y con el estreno de la Bella Durmiente de Tchaikovski, la junta militar a pleno asistirá al evento junto con invitados internacionales. Es una tradición, y no hay nada más importante para los gobiernos de facto que respetar las tradiciones, la patria y la familia, aunque el concepto de patria estuviera un poco desvirtuado.
- Eres tú Aurora esta noche -gritó Alberto, el coreógrafo, sin aliento, abriendo la puerta de los camarines, como si estuviera anunciando que se hundía un barco.
- ¿Qué? ¿Qué dices? -le contestó Mariana, totalmente desconcertada.
- Que tú eres la princesa esta noche… por primera vez, la prima ballerina -insistió Alberto con una sonrisa de preocupación, pero de alegría al mismo tiempo-. Alejandra está con mucha fiebre, no podrá bailar. ¡Y no sabes lo contento que se ha puesto José María cuando se enteró que tú eres Aurora, y que por fin te va a besar!
Mariana se quedó en silencio. Comenzó a atarse lentamente las zapatillas de media punta, decidió que debía concentrarse y repasar cada escena del ballet, aunque se la sabía de memoria. Sin querer, pero queriéndolo, como segunda bailarina se había preparado para este momento. Sin pensar, pero pensándolo, la oportunidad de reemplazar a la prima ballerina siempre había parecido imposible, y más aún en el caso de Alejandra, que su infinita soberbia le impedía enfermarse. Sin embargo, el destino estaba de su lado, al menos esta noche.
- Repasemos cada parte, primero -se habló muy convencida a sí misma.
- El epílogo… el momento en que con el trueno aparece la bruja malvada con sus secuaces…
Mariana pensó en su padre, y en cuánto le gustaría que estuviera ahí en ese momento.
- Primer acto… la princesa Aurora baila el Adagio de la Rosa junto a los cuatro príncipes que la pretenden, una de las secuencias más difíciles de todo ballet…
Mariana pensó en José María, en cuánto se sentía atraída hacia él, en cuánto quería pensar que podía ser la excepción a la regla y ser heterosexual. Jose María no la rechazaba, pero eso no quería decir nada. El quinto hijo varón de una familia de militares, con un padre general, durante los años 70, daba mucho que sospechar.
- La princesa Aurora baila el Adagio de la Rosa junto a los cuatro príncipes que la pretenden, una de las secuencias más difíciles de todo ballet. Los cuatro príncipes saludan a Aurora, y la princesa sintiéndose tan halagada, recorre el escenario y observa a la audiencia…
Mariana sintió que no tenía que mirar a esos hombres en uniforme en la primera fila. Recordó ese día imperecedero, dos años atrás, cuando militares de civil entraron a su casa por la noche y se llevaron a su padre. Nunca entendió por qué.
Recordó los golpes en la puerta de calle. Parecía que querían tirarla abajo. Su padre empezó a gritar, pidiéndole a Mariana y a sus hermanos que saltaran por la terraza a la casa del vecino. Pero ya era tarde. Arremetieron con premura y con violencia, y sólo estaban interesados en una cosa: su padre. Su madre se interpuso entre los soldados y su esposo y la amenazaron, apoyándole un revólver en la sien, presionando de tal manera que todavía tenía la marca. Mariana la tomó en sus brazos y las dos juntas lloraron desconsoladas por horas.
No había vuelto a saber de él. La respuesta era siempre la misma, que era prisionero del gobierno, que era terrorista, pero en realidad no sabían si seguía vivo o estaba muerto. Unos amigos de sus padres les habían contado que los torturaban para sacarles información, y Mariana deseó que su padre les contara todo, así podía volver pronto a casa. Pero ya habían pasado dos años.
- Durante la fiesta, una viejecita se acerca a Aurora y le ofrece un ramo de flores. Sus padres se desesperan, temen lo peor, el presagio. Aurora se pincha el dedo con las flores y cae en un profundo sueño…
Mariana recordó ese sueño recurrente, se veía bailando con un traje que iba cambiando de colores con los giros que ella daba. En el escenario, sentados en círculo, los militares que se habían llevado a su padre. Mariana bailaba y los miraba tratando de seducirlos. Su traje pasaba del amarillo al rojo y del azul al verde, y en cada cambio de color, Mariana sacaba un cuchillo de su cintura e iba cortándoles las cabezas una por una. Las cabezas rodaban y caían del escenario.
- Final del primer acto… el hada de las lilas lanza un encantamiento que hace dormir inmediatamente a todo el reino…
Mariana pensó en esa noche, en todos los espectadores, en su pueblo dormido y oprimido. Sintió que eso no debía importarle en ese momento. Ella era una artista, una profesional.
- Segundo acto… el príncipe Desiré, solo en el bosque, se encuentra con el hada de las lilas que lo ha elegido para despertar a Aurora…
Mariana volvió a pensar en José María, pero debía quitárselo de la cabeza.
- Cuando Desiré logra llegar al castillo despierta a Aurora con un beso y rompe el hechizo…
Y José María la iba a besar esa noche, como siempre lo había deseado. Pero… ¿él quería besarla cómo…? ¿… cómo una hermana? ¿Y ella quería enamorarse del hijo de un posible torturador de su padre?
- Tercer acto… Se celebra la boda de la princesa Aurora con el príncipe Desiré en el palacio… Grand pas de deux…
José María iba a lucirse, y Mariana ya no necesitaba envidiar a Alejandra, ahora sería ella a quién José María tomaría por la cintura, bailarían al unísono, serían ovacionados.

PRIMER ACTO

Foto bailarina y soldados en el fondo

Mariana escuchó voces y pasos en el pasillo y se lanzó sobre la puerta de su celda.
- Déjenme salir -gritó desesperadamente-. Quiero hablar con mi familia.
No parecía una celda regular, o al menos como se las había imaginado. Tenía paredes muy altas, sin pintar, y una puerta de madera con una ventana muy pequeña a la altura de la cabeza. Había un banco contra la pared y un inodoro en una esquina.
Mariana no había podido dormir en toda la noche y se sentía desvanecida. No podía dejar de pensar qué hacía ahí, por qué la habían encerrado, si le habían avisado a su madre y a sus hermanos, y si José María sabía que ella estaba en ese lugar.
Había sido una velada estupenda y habían bailado como nunca la noche anterior. Había sentido a José María tan cerca, tan íntimo. En el saludo final, cuando se tomaron de la mano y se acercaron al proscenio, Mariana lo miró a los ojos. José María irradiaba felicidad, y en ese momento Mariana sintió que no le importaba si era hétero u homosexual, porque había sentido el amor en sus ojos, y eso era todo lo que le importaba. Volvió a recordar ese momento y se quedó dormida sobre el banco.
Mariana sintió ruido a llaves y se despertó. Miró hacia la luz que entraba por la puerta y pensó que más que una celda eso parecía un calabozo.
- Tienes visita -se escuchó la voz seca de un hombre que sería un guardia cárcel, ya que en la oscuridad, la luz que entraba por la puerta la cegaba por completo.
- ¿Estás bien? -preguntó una voz cálida y totalmente familiar.
Era José María, y Mariana se le tiró encima y comenzó a llorar desconsoladamente, mientras lo abrazaba como para no soltarlo y no dejarlo ir.

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Una vez que se tranquilizó, José María prendió la linterna que le habían dado y recorrió los rincones de la celda. Pensó en el ballet, en la noche anterior, en la delicadeza del cuerpo de una bailarina, en la blancura y pureza de los trajes. Todo contrastaba muchísimo con lo que estaba viendo. Como si el hechizo de la bruja de la Bella Durmiente hubiera surtido efecto.
- ¿Qué hago aquí, José María? ¿Qué pasó? ¿Hablaste con tu papá? -preguntó Mariana con una angustia que apenas le permitía hablar.
José María no sabía qué decirle. Había visto cómo dos hombres la sacaban del camarín la noche anterior con una capucha en la cabeza, mientras unos soldados armados empujaban a todos en el teatro para que nadie viera la escena.
Había intentado hablar con su padre, pero ni le había recibido ni le había contestado. Su madre había agachado la cabeza cuando José María volvió a su casa y entró desesperado tratando de que alguien le diera una respuesta.
- Papá seguro sabe lo que está pasando con Mariana… ¿dónde está? -le gritó a su madre.
Pero ya estaba acostumbrado a esto, a la pasividad de su madre, a ese gesto bajando la cabeza como diciendo “sé lo que pasa, pero ya sabes que se hace lo que dice tu padre”.
- Mamá… ¿entiendes que necesito una respuesta? -le dijo José María, ya sollozando-. Quiero saber si se la llevaron porque hizo algo…. No quiero imaginar que papá piensa que es mi novia, y como ya me dijo una vez: “no quiero verte con ninguna zurdita”.
La madre se desprendió de los brazos de José María y lo dejó solo en la sala de estar.
- Niño… ¿va a comer algo? -preguntó una de las criadas que había observado toda la situación detrás de la puerta.
José María ni le contestó. Subió las escaleras y entró a su cuarto sollozando. Decidió que al día siguiente averiguaría dónde tenían a Mariana. Sabía que usando su apellido podía llegar muy lejos.
Pero no fue necesario usar todas sus influencias. Por la mañana, durante el desayuno, había encontrado un papelito junto a su plato. “Centro de detención Los Robles”.
José María, como muchos, no sabía lo que estaba pasando en el país. O mejor dicho, sabía la historia que relataba su familia. Había subversivos, insurgentes que pretendían tomar el poder por la fuerza, abanderados bajo una izquierda sucia e indignante. No querían trabajar, y sólo pretendían parte del dinero de aquellos que se habían roto el lomo construyendo ese país, bajo los principios morales de la patria, la familia y la iglesia. Por eso los militares estaban en el poder, para poner orden y terminar con todo esto.
Había oído de esos centros de detención. Aparentemente era donde llevaban a los que no estaban de acuerdo con el gobierno para interrogarlos.
José Maria tenía cuatro hermanos mayores. Los tres más grandes eran militares, como su padre, y su abuelo y tíos, y Roberto, el tercero, era médico. Sabía que Roberto había nacido para otra cosa, ya que era un amante del arte en todas sus formas, pero no había lugar para eso en una familia tan conservadora, y por eso había estudiado medicina, porque o se era militar, o cura, o médico.
Y luego había nacido José María, después de doce años, y siendo casi un hijo de su hermano mayor, con quien se llevaba diecinueve años. Así, José María se había convertido en el juguete de sus hermanos, en el mimado de su madre y de las tías, y a él todo se le había permitido.
- José María… te estoy hablando… ¿qué hago aquí? -volvió a insistir Mariana, con una voz totalmente entrecortada.
Y José María seguía pensando en quién le habría dejado esa nota indicando el lugar donde estaba Mariana, y en qué hacía él ahí. Sintió en ese momento que era Desiré, y que tenía el poder de darle a Aurora el beso tan deseado, para que Mariana pudiera despertarse de esa pesadilla.

SEGUNDO ACTO

Mariana estaba haciendo dormir a Silvina, su hija más pequeña, y trató de recordar el segundo acto de La Bella Durmiente, cuando Desiré, el príncipe, se encuentra solo en el bosque, y el hada de las lilas le pide que bese a Aurora para despertarla. ¡Qué romántico! Habían pasado ocho años desde esa noche inolvidable, donde habían pasado de la ternura del bailar juntos como pareja por primera vez, a la excitación del éxito, y al horror del encierro en una celda.
- Vuelve a la cama, Ana -le dijo Mariana a su otra hija que, aunque pequeña aún, podía dormirse sola.
Mariana estaba agotada. Había sido un día de corridas entre las niñas, su trabajo de medio tiempo y el teatro. Necesitaba un escape y recordarlo a José María como el príncipe de sus sueños, que la despertaba con un beso para amarla por el resto de su vida era algo demasiado romántico. José María había sido siempre muy bueno con ella, la había protegido, cuidado, e inclusive se había interpuesto ante su familia para que su padre diera la orden de liberarla en su momento. Pero ya hacía mucho tiempo que sus vidas estaban apagadas, y quedaba muy poco de romanticismo y de intimidad, y abundaba el cansancio, las peleas y la melancolía.
Cuando José María logró convencer a su padre para que dejaran libre a Mariana, ella sintió como que tenía su propio héroe, como que José María también había tomado el rol de Desiré fuera del escenario. Las condiciones para su liberación habían sido que dejara el país en 48 horas, y José María había armado una valija y se había aparecido en la puerta de su casa.
- Nos vamos esta noche -le dijo a Mariana con una sonrisa de oreja a oreja cuando ella abrió la puerta de su casa y lo vio parado con la valija.
- ¿Estás loco? Tú no puedes irte, tu padre no lo permitiría -le contestó Mariana con una mezcla de alegría, pero de angustia al mismo tiempo.
Mariana no se había equivocado. Viajaron juntos a España esa misma noche, y su familia nunca se lo había perdonado. Nadie volvió a hablarle, incluso cuando se enteraron que habían nacido las niñas. Sólo había un contacto esporádico con Roberto, su hermano médico, que a escondidas se escribían cartas. Inclusive una vez habían recibido un llamado anónimo que decía: “vuélvete a tu país, bailarín, o tu zurdita amada terminará atada a una piedra en el fondo del río”. José María, indignado, le había escrito a su hermano: “dile a papá que si las amenazas vienen de su lado, el día que se animen a tocarle un pelo a Mariana, yo me degolló”.
Sonó el teléfono y Silvina volvió a despertarse. Mariana no podía creer que tenía que empezar a hacerla dormir nuevamente.
- ¿Diga? -preguntó Mariana con una voz de muy mal humor.
- Amor, no sé a qué hora llegaré hoy porque tenemos que hacer inventario cuando cierre el bar -le dijo José María, con un tono que fusionaba su dulzura natural con un poco de culpa-. Vete a dormir temprano que mañana tienes que estar en el colegio a la mañana.
- OK -le contestó Mariana en un tono neutral, que no solo mostraba que estaba muy cansada, sino que quizás ya no le importaba tanto que José María llegara temprano.
Habían cruzado juntos el océano ocho años atrás, exiliados, enamorados, dispuestos a enfrentar un mundo nuevo como artistas de ballet, pero en un entorno completamente diferente. Sin embargo, la vida los había sorprendido con la necesidad de pagar un alquiler y de juntar dinero para poder tener un plato de comida caliente y calefacción en el invierno. Entonces, las audiciones y la búsqueda artística habían terminado pronto, y José María había trabajado como mesero y ayudante de cocina, hasta que conoció a Ignacio.
Ignacio era dueño de un bar y lo había llevado a trabajar con él hacía cuatro años. A pesar de que no había invertido ningún dinero, lo trataba como a un socio, y a su sueldo se sumaban las propinas y las comisiones. Gracias a eso habían salido de la miseria, vivían en un departamento humilde con sus dos hijas, y Mariana podía trabajar solo medio día en una escuela, mientras José María cuidaba a sus hijas, ya que él trabajaba de noche. Por las tardes, Mariana ensayaba en el teatro. No la habían confirmado como bailarina estable, todavía, y por ende no cobraba sueldo, pero tenían esperanzas de que al menos ella pudiera volver al ruedo pronto.
- Ya debes irte, haz trabajado como un burro hoy -le dijo Ignacio a José María.
- No, no, vete tú. Yo cierro. Necesito quedarme un rato solo -le contestó José María.
Ignacio se había convertido en ese ser tan especial en su vida. Era su mejor amigo, como un hermano, y José María disfrutaba trabajar con él, verle sonreír, que le contara las peleas con su esposa. José María lo admiraba y estaba enamorado de él, aunque no quería admitírselo a sí mismo. Sí sabía que se sentía muy atraído hacia él, pero trataba de ignorar esa sensación. Sin embargo, el placer era tan fuerte cuando Ignacio lo rozaba trabajando, o le daba un abrazo, que José María tenía erecciones todo el tiempo. Muchas veces, se quedaba más tarde solo en el bar para poder liberar la tensión sexual que acumulaba todas las noches.
A veces Mariana llamaba al bar para preguntar a qué hora vendría esa noche, y José María sentía que se rompía el hechizo. En el bar, quería sentirse solo, imaginarse el compañero y amante de Ignacio. En casa, era el padre que amaba y jugaba con sus niñas, quienes lo adoraban; y el esposo comprensivo, pero que sólo tenía sexo con su esposa cuando ya sentía que la tensión rompería las cuerdas, y que Mariana podía dejarlo en cualquier momento.
Aunque nunca lo hubiera admitido, más allá de que la amaba con locura, Mariana había sido la pantalla elegida para ocultar su homosexualidad a todo el mundo, pero fundamentalmente a sí mismo.
José María era un hombre muy atractivo, y trabajando en un bar podía tener todas las mujeres que deseaba todo el tiempo que quisiera. Sin embargo, a la primera insinuación, sacaba una foto de sus hijas y hablaba de Mariana, el amor de su vida.

Seis años después
Noche de estreno. La Bella Durmiente, y Mariana será nuevamente Aurora. Un sueño hecho realidad. Mariana sabía que con sus treinta y pico no habría muchas más oportunidades, así que, aunque no era tan importante como la gala original, había mucha expectativa. Hasta su madre y uno de sus hermanos habían viajado para verla.
- Sostenlas que necesito ir al baño -le dijo José María a Manuel, mientras le pasaba el ramo de rosas que había comprado para llevarle a Mariana al camarín al terminar la función.
Manuel se quedó sentado en la primera fila, cuidando a Silvina y a Ana, a pesar de que también estaban la mamá de Mariana y su hermano. Pensó en que afortunado era de tener un novio que estaba tan emocionado de poder homenajear, y de alguna manera agradecer, a la madre de sus hijas.

TERCER ACTO

José María salió del baño y cuando se acercó a la pileta para lavarse las manos le pareció ver una sombra a través del espejo. Unos segundos después dos hombres lo tomaban por atrás, mientras otro se quedaba en la puerta bloqueando la entrada al baño.
- Dejas ya mismo a ese putito y vuelves con tu mujer, ¿entiendes? -le dijo el que le apoyaba el filo de una navaja en el cuello. El otro lo tenía amarrado desde atrás-. Si esto no te da miedo, sólo imagina lo que les pasará a tus hijas luego de que tu aparezcas en un charco de sangre.
- Dile a mi padre…. -comenzó a decir José María, cuando el que lo amenazaba le interrumpió.
- ¡Cállate! Vuelve con tu mujer y déjate de joder con puterías.
Lo soltaron y salieron del baño. José María se miró al espejo para ver si le había quedado alguna marca, pero no, sólo estaba colorado de la presión que habían ejercido sobre su cuello. Tomó un poco de agua, trató de recobrar la respiración y volvió a la sala.
- ¿Estás bien, amor? Tardaste mucho -le susurró Manuel. La obra ya había comenzado.
José María le dijo que todo estaba bien, pero no podía dejar de pensar en lo que había sucedido, y en cuán ciertas o no podrían ser las amenazas.
La música de Tchaikovsky y Mariana sobre el escenario lo transportaron a lo que José María sentía como tiempos remotos. Recordó la noche de gala hacía casi quince años atrás, y en todo lo que había pasado desde ese momento: el arresto de Mariana, cómo se había enfrentado a su familia, la huida a España, el nacimiento de sus hijas, la lucha para mantener la economía, las peleas con Mariana, su amistad con Ignacio, y la separación con Mariana. Los dos sabían que ese matrimonio ya no funcionaba, por diferentes motivos, pero separarse representó una tragedia para José María.
Después de tres años de separados tuvo por primera vez un encuentro sexual con otro hombre. Durante ese tiempo incontables mujeres lo habían sobornado con su necesidad de aprobación social, y así José María seguía intentando una relación nueva con otra mujer. Pero, finalmente, logró enfrentarse a sí mismo. En ese momento supo quién era, y entonces fue cuando perdonó todo.
Y ya no había vuelta atrás. Luego había conocido a Manuel, quien lo había llenado de felicidad, y quien entendía que Mariana y sus hijas seguían siendo tan importantes para José María como el primer día.
Una ovación llenó la sala del teatro con el saludo final. La gente aplaudía de pie. José María seguía absorto pensando en lo que debía hacer, en sus hijas, en Mariana, en la relación con Manuel.
De pronto, sin pensarlo, pero al mismo tiempo seguro de sí mismo, tomó el ramo de flores y caminó hacia el escenario. Mariana podía verlo venir, caminando hacia ella, y a pesar de ya no era el hombre de su vida, seguía siendo su Desiré, el que la había despertado con ese beso mágico, y una enorme sonrisa se dibujó en su cara.
José María subió al escenario, le dio las flores y se fundieron en un abrazo interminable, mientras el público los ovacionaba. Manuel, Silvina y Ana saltaban en la primera fila.
- No quiero dejar esta sala sin decir unas palabras -comenzó a hablar Mariana hacia el público, mientras se secaba las lágrimas.
- Quiero agradecer a Ernesto, que ha sido un partenaire maravillosamente generoso. Hacía muchos años que no bailaba, y volver al ruedo requirió de un esfuerzo increíble y de la paciencia y virtud de mis compañeros. Nunca olvidaré lo que hicieron por mí -continuó diciendo Mariana, mientras miraba al resto de los bailarines.
- Pero mi corazón está en el primer Desiré, y en el hombre que luego se convirtió en el padre de mis hijas. Juntos llevamos adelante una de las empresas que todos anhelamos cuando somos jóvenes, formar una familia -prosiguió Mariana, haciendo señas con sus manos para que Silvina y Ana subieran también al escenario.
Mariana hablaba de manera entrecortada, mostrando una profunda emoción. Por momentos, José María quería callarla, pero ella se resistía, y sentía que había un mensaje que decir.
Manuel acompañó a las niñas hasta las escaleras para subir al escenario. José María las tomó de la mano para ayudarlas a subir, y lo miró a Manuel con mucho amor. Las niñas corrieron hacia su madre, y José María tomó a Manuel de un brazo para que subiera al escenario también.
- Ya estamos todos, ¿no? -preguntó Mariana con una sonrisa, mirando a su alrededor, parada en el centro del proscenio como una princesa, resguardada por sus bailarines, y acompañada por la gente que amaba.
- Muchos quieren impedirlo -continuó Mariana-, pero no se puede volver atrás lo que ya está decidido. No se puede dejar de ser uno mismo para que los otros se queden tranquilos, abrazando sus miedos. La mejor enseñanza que José María pudo darle a nuestras hijas es aceptarse y vivir con su propio ser, sin importar lo que piensen los demás.
Una ovación llenó la sala. Mariana quería continuar, pero José María la miró y le guiñó un ojo, como diciéndole: “ya está, el mensaje quedó claro”. Se siguieron abrazando unos a otros sobre el escenario hasta que no quedó una persona más en la sala.

Sergio Cilla

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