Sergio Cilla comparte con nosotros Microrrelatos, una serie de cuentos cortos que podrás leer en dos minutos y que seguramente te dejarán reflexionando. En esta entrega: Dejar de Esperar, para lograrlo.

Dejar de Esperar

“Si quieres algo, tienes que dejar de esperarlo, porque esa espera genera ansiedad, y la ansiedad es energía que obstaculiza”, le había dicho uno de los tantos maestros que Amalia alguna vez había consultado.

Ella era de esas personas que hacía cursos, aprendía métodos, asistía a pseudoterapias, tomaba clases de yoga, era parte de un grupo de meditación. Estaba siempre en movimiento, pero quizás nunca llegaba al fondo de las cosas.

También tenía varias amigas, y todas estaban pendientes de posibles candidatos, porque Amalia quería tener pareja, casarse con alguien, y formar una familia. Pero nada parecía funcionar. Participaba en sitios de citas, aplicaciones, y buscaba todo el tiempo, desesperadamente.

Hasta que llegó su cumpleaños número cuarenta. Sus amigas le habían organizado una fiesta con muchos invitados. Pero dos días antes, Amalia desapareció por completo. No volvió nunca más a la escuela donde trabajaba, se alejó de sus amigas, y de los pocos familiares que tenía.

Los ahorros que alguna vez habían sido pensados para costear un hermoso vestido de novia, una fiesta, una vida nueva como “la señora de”, se usaron para alquilar una casa con un jardín enorme y muchos árboles en un pueblo lejano. El número cuarenta, para Amalia, era el fin de todo.

Así comenzó una vida nueva en una casa alejada de todo. Tan alejada, que estaba en la parte más alta del pueblo, y era la única vivienda antes del cerro, así que nadie pasaba por ahí, a menos que fuera específicamente a verla.

Después de un año de absoluta soledad, interrumpida en ocasiones cuando visitaba el mercadito del pueblo, Amalia comenzó a sentir que algo tenía que hacer con su vida, y a pensar que sus ahorros no iban a durar para siempre.

En su próxima visita al mercado, pegó carteles ahí y en varias tiendas, ofreciendo “Maestra graduada, con experiencia, para ayuda escolar”, y su dirección. Y eso marcó, lo que más tarde entendiera, como el principio de todo.
Se escucharon unas palmas en la puerta, y sus dos perritos ladrar, y de un auto un poco viejo bajaron Alfonso y sus dos hijos, de diez y doce años. Necesitaban una maestra. “La mamá falleció hace dos años”, comentó Alfonso, y se miraron a los ojos y se ruborizaron.

Y Amalia logró la familia completa, como ella alguna vez había querido. Y entendió que esperar no significa ir al encuentro, sino dejar que la vida construya nuestro camino.

Sergio Cilla