Nunca sabemos lo que nos puede pasar o lo que podemos encontrar, a pesar de que lo que nos pase o lo que encontremos es producto de lo que buscamos, sin muchas veces saberlo. Sergio Cilla nos comparte la Primera Parte de “El Ojo que Todo lo Ve”, un relato que nos hará pensar en el poder que todos tenemos, pero que elegimos creer que no es nuestro.
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Parte 1
“Ese maldito ruido nuevamente”, pensó Santiago, y al minuto sintió que el automóvil ya no reaccionaba más, y lo fue acercando lentamente a la banquina. Se bajó, observó el motor como si supiera, pateó las ruedas con furia, se sentó en el piso y se prendió un cigarrillo.
Eran las diez de la noche de un jueves de invierno. Había nevado un poco esa mañana y la noche estaba muy fría, pero Santiago se sentía tan decepcionado por la vida, que ni siquiera podía darse cuenta de la temperatura.
Ahora estaba varado sobre la ruta 42, y a esas horas de la noche lo único que podía ver era oscuridad, y lo único que podía sentir era el ruido de su respiración. Decidió meterse en el auto nuevamente.
Se puso a observar las estrellas a través del parabrisas. Podía contarlas, identificar las de mayor espesor, separarlas. Se quedó mirando un grupito que parecía que brillaban con mayor intensidad, cuando de repente sintió el ruido de una camioneta que bajaba la velocidad y lentamente se estacionaba detrás de él.
- ¿Qué le pasó, amigo? -le dijo la voz de un hombre mayor que se asomaba por la ventanilla de su vehículo.
- Creo que es el carburador. Ya hacía tiempo que venía fallando, y acá no puedo ver nada, ni hacer nada hasta mañana -contestó Santiago con voz de resignación.
- Suba a mi camioneta -le dijo el hombre. Santiago sin pensarlo cerró el auto y se acomodó en el asiento del acompañante.
Observó al conductor de costado. Un hombre de unos 70 años, con la piel arrugada por el frio y el trabajo del campo.
- Mi nombre es Orson -le dijo y le extendió la mano para saludarlo-. No puedo hacer mucho más que ofrecerle que pase la noche en mi casa. Yo vivo a una milla de acá. No sé dónde vive usted, pero yo ya no veo muy bien y de noche sólo hago recorridos que conozco.
- Le agradezco muchísimo -respondió Santiago, sintiendo una comodidad inesperada y poco habitual.
- Parece que no le da miedo que un extraño lo invite a su casa -comentó Orson, mientras conducía nuevamente por la ruta-. No sabe si yo puedo querer dormirlo para luego robarle los órganos-, agregó, junto con una enorme carcajada.
- Quizás esa sea una buena solución a todos mis problemas. Si esto me hubiera pasado hace un año, habría preferido quedarme en el auto, pero hoy no tengo nada que perder- comentó Santiago, mientras observaba por la ventanilla cómo ese extraño tomaba un camino por el medio del campo.
Llegaron a la casa. Sorprendido, Santiago recorrió el lugar con todos sus sentidos. Era una mansión hermosa en el medio de la nada. No tenía lujos, pero podía percibir la calidez del lugar. El extraño le ofreció café y una copa de brandy. Se sentó en un sillón enorme y se quedó mirándolo por unos segundos.
- Qué extraño, pero al mismo tiempo predecible, es el ser humano -comenzó a enunciar Orson, mientras observaba la cara de sorpresa de Santiago-. Para mí, usted hizo algo inteligentemente intuitivo: tuvo un problema en la ruta, no tenía solución y se quedó tranquilo en el auto, quizás esperando una señal inconscientemente. Luego la solución apareció y usted la tomó. Sin embargo, para usted, esa es una decisión de alguien desesperado.
- Es que ya toqué fondo, ya no puedo más -contestó Santiago, empezando a sentirse un poco incómodo-, entonces no me importa nada.
- Entonces ese dicho popular de que hay que tocar fondo para salir es muy cierto, porque usted aceptó mi invitación sin inconvenientes -comentó Orson y se quedó callado por unos instantes, observando la reacción de Santiago-. Creo que no está entendiendo el punto, ¿no?
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Santiago se sentía raro, como magnetizado y atraído por la tranquilidad de ese total desconocido.
- Usted hizo lo que todos deberían hacer siempre, pero según usted lo hizo porque ya no daba más. Entonces, quiere decir que sólo actuamos sabiamente cuando sentimos que ya no hay otra solución. Porque si a usted las cosas le fueran bien, no habría aceptado mi ofrecimiento y se habría quedado en el auto, esperando el amanecer o un remolque, sin siquiera saber qué podría pasarle durante la noche en el medio del campo.
Santiago se acomodó en el sillón, tomó la copa de brandy que estaba intacta y lo miró profundamente a los ojos. Empezó a sentir que lo que ese extraño estaba diciendo estaba cobrando sentido.
- Claro, siempre y cuando usted no tenga un sótano donde piensa encerrarme -comentó Santiago, y los dos rieron.
Santiago no sentía miedo. Es más, se sentía como si no fuera la primera vez que estaba en ese lugar y Orson fuera alguien realmente familiar.
- Honestamente, y no quiero comentarle todos los detalles de mi vida, siento que sólo podré salir de esta situación por medio de un milagro -enunció Santiago inesperadamente.
- Ah, entonces la solución es muy sencilla. Debemos servirnos otra copa de brandy mientras esperamos el milagro -agregó Orson con una sonrisa.
- Parece gracioso, pero sinceramente no lo es. Mi esposa me dejó hace 6 meses y se fue con mi jefe, luego me echaron del trabajo, y estoy con una deuda que si no pago, pierdo la casa -sentenció
Santiago con un tono más austero.
- Es que yo no estoy haciendo un chiste -replicó Orson en forma circunspecta-. Los milagros son cosas de todos los días, pero los humanos tienen la costumbre de ponerlos en un lugar celestial -hizo una pausa y sirvió más brandy en las dos copas-. Entiendo que, en occidente, con las enseñanzas de Cristo, todos interpretaron lo que la iglesia y las religiones quisieron que comprendieran, que los milagros eran cosa de Dios. Entonces uno tiene que ir a la iglesia para pagar sus pecados, someterse a sacrificios, y rezar arrodillado ante una entidad que está … -hizo una pausa- … dentro de nosotros mismos, y… -mirando fijamente a Santiago a los ojos- …. Si está dentro de nosotros quiere decir que todos tenemos ese don de poder hacer milagros.
Santiago empezó a sentirse segmentado. Por un lado, había crecido en un hogar extremadamente religioso, y le molestaba que hablaran así de las religiones. Pero, por otro lado, sentía que lo que Orson estaba diciendo tenía mucho de verdad.
- Yo no estoy atacando a ninguna religión -agregó inmediatamente Orson, quien se dio cuenta que debía ir paso a paso en su estrategia para no herir la sensibilidad de Santiago-. Creo que las religiones han sido necesarias, pero que la humanidad ya está en otro lugar, y poco a poco debería pasar a otro nivel.
Santiago comenzaba a sentir lógica en todo este discurso.
- Mira… -prosiguió Orson- y nos vamos a tutear … nosotros somos energía y por ende vibramos, como toda la materia. Cuanto más lenta es la vibración, más pesado es el cuerpo, y si vibramos muy rápido, nos aligeramos. Quizás lo que voy a contarte ahora te parezca ridículo, pero escucha hasta el final -hizo una pausa, se paró y comenzó a caminar lentamente, tomando la actitud y el rol de un profesor-. Nosotros somos más que esto que vemos. Lo que vemos, nuestro cuerpo, vibra lentamente, y por eso podemos verlo, porque es pesado, pero tenemos otra parte más, pegada a este cuerpo, que vibra mucho más rápido, y por ende es más etérea. Algunos la llaman espíritu, alma, cuerpo emocional, etc. Pero, en realidad, es una continuación de nosotros mismos, sólo que al vibrar más rápido, no podemos verla. Ese cuerpo es aproximadamente el doble de la medida del nuestro y está conectado a una grilla magnética. El mío, el tuyo, el de todos. Y así es cómo los seres humanos están conectados entre sí, y así es cómo se pueden generar los milagros.
Orson se sacó un anillo que parecía una alianza, y lo hizo girar sobre la mesa del living.
- ¿Ves? Está girando tan fuerte y su vibración es tan alta, que ya casi ni podemos verlo.
Los ojos de Santiago pasaban desde el anillo que giraba hacia el rostro del anciano. Se sentía hipnotizado, incómodo porque no sabía cómo actuar, pero cómodo al mismo tiempo porque había algo familiar en todo eso. Por otro lado, todo era información demasiado nueva, y Santiago sentía que, de alguna manera, y sin poder determinar cuál, toda esa información era muy cierta.
- ¿Quieres saber cómo se generan los milagros? -preguntó Orson, sintiendo que su audiencia estaba muy ansiosa por esperar cómo continuaba el relato.
Continúa con esta misteriosa narrativa en El ojo que todo lo ve -Parte 2 >
Sergio Cilla
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