Este planeta es el lugar donde habitamos, nuestra casa, y muchas veces nos olvidamos que nosotros somos los que ponemos las reglas en nuestra casa. Sergio Cilla hoy comparte con nosotros la primera parte de El Color de la Conciencia, una novela cuya intención es reconocer y recordar que este mundo es todo nuestro, y que nosotros decidimos el color con el que queremos mirarlo.
El Color de la Conciencia
Parte I
Samantha miró por la ventana del jeep y pudo observar la cadena montañosa en todo su esplendor, con valles, caminos que circulaban las montañas y se perdían en la nada, bosques y lagos. No tenía mucha idea de dónde estaba, pero estaba convencida de que ese era el propósito.
Observó a su chofer y le preguntó cuánto faltaba para llegar a destino. El chofer se dio vuelta, la observó detenidamente, y le señaló un cartelito que estaba pegado en la parte trasera del respaldo del asiento de adelante. Podía leerse la misma frase en unos veinte idiomas, aproximadamente, de los cuales ella podía reconocer cuatro o cinco. Leyó la frase en español en voz alta, como para que el conductor entendiera que había comprendido el mensaje: “Como le dije anteriormente, no hablo su idioma. Llegaremos a destino en el momento preciso”.
Samantha conocía las reglas, pero también estaba ansiosa. Sabía que si la habían elegido era no sólo por sus cualidades, sino por su temple y su capacidad de adaptación. Para eso se había sometido a tantos exámenes, todos secretos. Sabía que este trabajo era el puntapié para una carrera política en el futuro, y una razón suficiente para continuar, aunque no tenía bien en claro cuáles eran los riesgos que corría.
De pronto el jeep se salió de la ruta principal que bordeaba la ladera de la montaña, y se metió en un camino muy angosto, que parecía como escondido entre la maleza y los árboles. Los diez minutos siguientes fueron de un silencio casi total, excepto por el ruido del motor, y de una oscuridad boscosa, que cuando permitía algún rayo de sol se podía atisbar una especie de acantilado que corría paralelo al camino.
Subrepticiamente se abrió un claro entre los árboles, y apareció una cabaña toda de madera que, no parecía el hotel cinco estrellas que Samantha había imaginado, pero tampoco era una pocilga. El jeep se detuvo, el chofer tomó otro cartel del asiento y se lo enseñó a Samantha: “Ya puede bajarse y entrar. Tome asiento alrededor de la mesa donde encuentre su nombre, y no haga preguntas.” Se bajaron, el chofer le alcanzó el bolso que estaba en el asiento de atrás, y salió conduciendo sin que Samantha siquiera tuviera la posibilidad de decirle gracias.
Samantha observó hacia todos lados, tomó el bolso y abrió la puerta. Una mujer con rasgos orientales la recibió con una reverencia, le quitó el bolso de sus manos, y le hizo señas como que pasara a la habitación contigua. Samantha caminó lentamente y abrió la puerta. Vio una mesa ovalada, en la que entrarían sentadas unas veinte personas. Cada lugar en la mesa tenía un block de hojas, lapiceras, una copa, una jarra con agua, auriculares y un cartel con el nombre.
Samantha vio que habría unas cinco o seis personas sentadas, quienes la fueron mirando en la medida que Samantha se acercaba, y la saludaban con un gesto con la cabeza. Samantha encontró su nombre, se sentó, se colocó los auriculares como el resto de los que estaban sentados y leyó lo que decía en español en la hoja que tenía frente a ella: “Cuando esté lista, presione el botón rojo y recibirá más instrucciones.”
Samantha se sirvió un vaso con agua, tomó unos sorbos, se acomodó la blusa y el tailleur que llevaba puesto, se tiró el cabello hacia atrás, y apretó el botón rojo. Le habló una voz femenina en español: “Buenas tardes, Samantha. Bienvenida. Como ya seguramente le habrán informado, usted formará parte de la reunión económica mundial anual. Esta reunión comenzará una vez que todos los participantes hayan arribado. Le pido, por favor, no se quite los auriculares, a menos que necesite ir al baño. Una vez que los dieciocho miembros se encuentren sentados alrededor de la mesa, se dará comienzo a la reunión. Empezará hablando la persona cuya luz se encienda primero. Ese participante presentará los temas a tratar. Luego hablarán los que quieran dar su opinión, pero sólo contarán con cinco minutos cada uno. Al final, se harán las votaciones correspondientes. Usted estará recibiendo una traducción simultánea en todo momento. Una vez finalizada la reunión, podrá acceder a la sala contigua, donde encontrará algo de bebida y comida, mientras espera nuevamente a su jeep, que la pasará a retirar en el mismo orden de llegada. Si durante todo este proceso tiene alguna duda o consulta, escriba un mensaje de texto en su teléfono al número *00, con su pregunta. Muchas gracias”.
Samantha se había recibido de economista hacía diez años, y trabajaba para el ministerio de economía desde la muerte de sus padres, hacía unos cinco años. Un día le habían hecho saber que tendría una reunión en la casa de gobierno y, para su sorpresa, se enteró al llegar que era una entrevista personal con el presidente de la nación. El mismo le informó que había sido seleccionada para concurrir a una reunión mundial de líderes económicos. Las propias palabras del presidente habían sido: “Cada cuatro o cinco años, las potencias económicas, ya sean gobiernos, corporaciones, o simplemente las mayores riquezas del planeta, se reúnen en un lugar secreto para tomar medidas a nivel global.”
Ante la cara de asombro de Samantha, el presidente agregó: “Entiendo su sorpresa, pero también comprenderá que si yo, y el resto de los líderes nos reuniéramos, tendríamos que darle explicaciones a todo el mundo. En cambio, todos enviamos un representante a un lugar insospechado, con nuestro mensaje y nuestro voto. El ministro le dará todas las explicaciones de lo que tiene que decir, y cómo tiene que votar.”
Samantha continuaba sentada frente al presidente, y su cara transmitía muchas dudas. El presidente sabía lo que le estaba pasando, y agregó: “La elegimos por su trayectoria, por su perfil socio-sicológico, porque no tiene familia, y porque sabemos que podrá llevar a cabo esta misión en secreto. En muchos casos, ni siquiera los mismos presidentes saben de estos encuentros. En este país, coincide el hecho de que soy el presidente y el hombre más rico y poderoso de la región”.
La reunión comenzó una hora después, cuando todos los integrantes arribaron. Samantha sabía que tenía que votar “sí” por la primera moción, “no” por la segunda, y nuevamente “sí” por la tercera. Igualmente, se escuchaban todos los argumentos y razones para cada caso.
Llegó el momento de la última moción, y Samantha quiso escuchar las razones en detalle, a través de la traducción simultánea por los auriculares. Este era un punto que le preocupaba mucho, pero no estaba ahí para emitir ninguna opinión. El representante de una asociación económica que agrupaba a varios millonarios y líderes de las principales corporaciones de diferentes países estaba argumentando la necesidad de incrementar la pobreza a nivel mundial y recortar los gastos de educación. “Necesitamos que esta generación en unos quince o veinte años esté totalmente dominada por la tecnología, y que no tengan herramientas intelectuales suficientes como para contradecir los mandatos políticos mundiales.”
A Samantha esto le pareció un horror. Sin embargo, sabía que tenía que limitarse a responder de manera profesional a este tipo de cuestiones. “No puedo creer que no reacciones ante lo que estás escuchando”, sintió que la voz le decía a través de los auriculares. “Tú mejor que nadie sabe que esto es aberrante.” Samantha comenzó a ponerse muy nerviosa y a mirar hacia todos lados. Los latidos de su corazón aumentaron, comenzó a transpirar y sintió que estaba por desmayarse.
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Fin de la primera parte. Continúa aquí con la segunda parte: El color de la conciencia II.
Sergio Cilla
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