Como parte de su libro “Historias de Mujeres”, Sergio Cilla hoy nos comparte un relato corto descriptivo, “Así es Elena”, que pinta un personaje habitual en el tejido social de todas las épocas.

Así Es Elena

Elena no aparece ni desaparece. Sólo está. Y su presencia puede llegar a molestar a muchos, a incomodarlos, a desnudarlos con sus ideas, con sus valores, con su falta de prejuicios.

Ella genera la incomodidad de aquel que despliega seguridad, y cuya mirada traspasa el pensamiento del otro. Sus ojos no solo observan su entorno, sino que perciben sensaciones y sentimientos.

Más allá de que lo quiera o no, Elena no puede evitarlo. Nació con ese don, y lo carga con orgullo y pesar al mismo tiempo, ya que se sabe fuerte y avasallante, pero lucha para evitar acomodarse con soberbia sobre la limitación del otro.

Ha recibido muchos nombres, y entre ellos el de diva. Pero ninguno le sienta a la perfección, o le cabe por completo. Pues Elena destila humildad, y esa es una virtud muy poco venerada socialmente.

Todos la recuerdan por aquel hecho improcedente, como pasa siempre. Aunque, como dice el dicho, se mira la paja en el ojo ajeno, y no la viga en el propio. Porque en la hoguera de las moralidades, todos están dispuestos a quemar el pecado del vecino, limpiando su propia conciencia.

Pero Elena no tiene resentimientos. Ella sigue su camino, y a pesar de que las miradas la maltratan, no se siente intimidada. Al contrario, deja un poco su humildad de lado, se acomoda la cabellera del color del tiempo sobre sus hombros, y saca a airear un poco de su vanidad, sonriendo ante un poblado más que pasmado.

Ese día frío de febrero quedó en la memoria de muchos, para cargar las tintas del chismerío, para alimentar el ocio con habladurías. Nadie supo bien qué pasó, pero igual todos se dieron por enterados cuando el intendente del pueblo quedó de patitas en la calle, con sólo sus calzones y sus calcetines puestos. Dicen que Elena le cerró la puerta con llave y no lo dejó entrar más. Y el tiempo que tardó en arrojarle la ropa desde la ventana fue suficiente como para que todos se enterasen que el intendente le metía los cuernos a su mujer. Aunque ese día no existe más que en el ocaso, porque Elena lo olvidó por completo. Sin embargo, y por vil manipulación del entrevero social, todos recuerdan a Elena como una meretriz, pero nadie al intendente, como un trapacero.

Empero, Elena vive y se despreocupa, y quizás sea eso lo que molesta, porque su vida se plasma en el hoy, y en dónde apunta su mirada. Jamás en lo que pasó.

Para la hipocresía social, Elena es una “puta”, y eso los deja contentos, les permite cerrar sus postigos por la noche, y pensar que tienen sus vidas a salvo de las habladurías del pueblo. Porque el termómetro de la honradez en estos casos mide sólo lo que se sabe y se conoce, y en la báscula social, el plato de Elena cae tanto por su peso, que así se convierte en el chivo expiatorio ideal.

Igualmente, su comodidad incomoda, su despreocupación molesta, su humildad destella, y su generosidad es tan altiva que se confunde con soberbia. Así es Elena.

Sergio Cilla