Este planeta es el lugar donde habitamos, nuestra casa, y muchas veces nos olvidamos que nosotros somos los que ponemos las reglas en nuestra casa. Sergio Cilla hoy comparte con nosotros la tercera y última parte de El Color de la Conciencia, que nos llevará a preguntarnos dónde está el verdadero poder, y qué podemos hacer para enfrentarlo.
El Color de la Conciencia
Si no has leído el principio, comienza aquí: El Color de la Conciencia I
Parte III
La mujer oriental le trajo un vaso de agua a Samantha y se lo acercó a la boca. Samantha estaba maniatada en una silla en un lugar que parecía ser el sótano de la casa. Hacía mucho frío.
Podía sentirse la sensación de humedad. “No tiene ningún sentido lo que has hecho. Tu presidente estaba escuchando el debate e inmediatamente avisó que su voto era positivo”.
Samantha no podía creer que la mujer le estuviera hablando en español, cuando se había manejado con cartelitos desde que había llegado. Todo estaba más armado de lo que ella hubiera podido imaginar.
“Para mí tiene mucho sentido. Yo pude ver cómo cambiaba el color de sus conciencias. Sé que no voy a modificar los votos, ni lo que piensan los poderosos, pero pude darme cuenta que podía modificar el accionar de todos los que estábamos en esa reunión. Es mi grano de arena. Y si todos aportáramos un grano, podríamos hacer un médano para defendernos.”
La mujer la escuchó, movió los hombros como diciendo que no le importaba lo que Samantha estaba diciendo y comenzó a retirarse.
“¿Qué me va a pasar? ¿Qué van a hacer conmigo?,” le dijo Samantha, con un tono de desesperación, pero la mujer dejó la habitación sin ninguna respuesta.
Samantha se quedó un rato en silencio. Podía escuchar pasos en el techo de madera. Comenzó a pensar en su situación, y a sentir mucho miedo. Pero era un miedo diferente. Por primera vez en su vida se sentía orgullosa de sí misma, y después de cinco años podía entender la razón del accidente de sus padres. Siempre habían vivido una mentira. La madre continuamente se había jactado de que ellos hacían capitalismo social, que tenían su negocio, que podían vivir bien, pero que también ayudaban a la comunidad. Pero, lamentablemente, la única ayuda que daban era la fundación que su madre había formado para asistir a los que no podían tener acceso a una educación. El resto era toda una farsa, y la muerte, lamentablemente, era la única solución para esa pareja, porque no podrían haber vivido de otra manera.
“La traición se paga con la muerte.” Samantha se había quedado como entredormida y pudo escuchar una voz que pudo reconocer como familiar. De a poco se comenzó a iluminar la pared frente a ella, y pudo ver la proyección de la cara del presidente de su país, que a la distancia le traía un mensaje muy contundente.
“Lo lamento. Una mujer joven, inteligente, con un futuro promisorio. Sabíamos que venía de una buena familia, donde su padre había hecho mucho dinero con negociados con otros gobiernos. Era una candidata ideal. Pasó todos nuestros tests. ¿En qué fallamos?”
Samantha sabía que era su final, y sentía que quería luchar hasta el último minuto. Si había una vida más allá, quería sentir que se había ido como una valiente, que había cumplido su mandato en esta vida, y que podía sentir orgullo por ella misma.
“No se equivocaron en nada, Señor Presidente. Las herramientas que utilizan para evaluar a los demás son muy precisas. Y tampoco se equivocan con respecto a mi pasado, y a quién soy yo trabajando para el ministerio, y cumpliendo con mis obligaciones de forma profesional y totalmente responsable hoy en día. El error es pensar que los seres humanos somos predecibles. El error está en no reconocer que tenemos conciencia. Yo no tengo nada contra usted, porque creo que cuando uno llega a lugares y posiciones como la suya, uno lleva una vida que está fabricada por el entorno. Usted cree la realidad que quiere creer, y el resto de sus súbditos lo ayudan a fortalecerla. Es más, estoy convencida de que usted debe pensar que lo que hace está bien. Si hoy pudiera pedir un deseo, antes de morir, sería poder ver el color de su conciencia, pero imagino que ya a esta altura, con tanto dinero y tanto poder acumulado, su conciencia no debe tener color. Pero tampoco creo que sea transparente. La quiero imaginar simplemente como una mancha sucia.”
“Querida Samantha, los destinos del mundo no pueden quedar en manos de los seres humanos comunes. No están capacitados para decidir. Hay algunos países pequeños, bastante desarrollados, que generalmente no molestan. Tienen su propia política. Pero el problema son los centros más populosos, y esos necesitan límites. Aunque no quieras creerlo, el hambre y las guerras son necesarias, y muchas veces hasta las epidemias lo son. Todo necesita ser controlado, y todo es un negocio entre los que estamos destinados a controlarlo, porque para seguir haciéndolo, cada día necesitamos más poder.”
La noticia apareció en los diarios de todo el mundo a la mañana siguiente. Un avión repleto de representantes económicos de distintos países del mundo se había hundido en el océano.
“No podemos darnos el lujo de que haya gente que pueda cambiar conciencias, ni que haya otros vulnerables que se permitan dudar. Todos tienen que morir.” Había discutido el presidente en una conferencia telefónica con otros colegas internacionales.
La mujer oriental, los guardias de seguridad, los choferes, todos a bordo del avión. Todos debían desaparecer. Y ahora habría que buscar otro método para tomar decisiones. “Tal vez un grupo más reducido,” pensó el presidente.
~ ~ Y quizás la muerte de Samantha no fue en vano. Al menos yo la estoy contando. ~ ~
Fin
Sergio Cilla
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