Tengo una Serpiente en el Jardín ~ Sergio Cilla

Cuando la realidad se mezcla con la imaginación surgen historias impensadas, y Sergio así nos comparte un relato nuevo.

Tengo una Serpiente en el Jardín

Hace cinco minutos que está tirada al sol y no mueve ni un músculo. ¿Las serpientes toman sol? Sale de su escondite todas las tardes. A veces a la mañana también, excepto el otro día, cuando vinieron los de Control de Pestes. El señor entró con un palo largo con un gancho en la punta y una bolsa negra, exactamente como lo había imaginado. Ella no quiso salir. Obviamente, ¿quién quiere ser atrapado?
Me paro acá todas las tardes y la miro por la ventana. Yo hablo de ella en femenino, será porque así es en español. Pero mi vecino, cuando se refirió a ella, usó el pronombre masculino. Me aterra, aunque en algún lugar me da algo de placer, y me hace sentir acompañado.
Javier cada vez pasa menos tiempo en casa. Según él, está tratando de hacer buena letra. No debería ser tan injusto, ya que Javier agregó algunas tareas más a su rutina. Pero no hace nada para que alguien se lleve este bicho. No sé si cambiarían las cosas, pero seguramente lo abrazaría un ratito y sería feliz por un momento.
Y cabe aclarar que hablo de la serpiente, pero, en realidad es una culebra. Aprendí que las víboras son las venenosas y tienen la cabeza más grande. Esta es bien negra. Es la especie que se alimenta de roedores. Cuando le conté a mi vecina, me dijo: “dejala, te asegurás de no tener ninguna rata, y no es venenosa”. En este pueblo perdido del mapa, la gente creció en el campo, pero yo viví toda la vida en una ciudad, solo con alguna que otra rata. Vine acá cuando Javier consiguió el puesto que tanto buscaba en la universidad.
Hablando de Javier, lo más cómico de la situación es que cualquiera hubiera jurado que yo sería el que podría haber cometido una infidelidad, porque soy casi veinte años más joven. Sin embargo, los que lo conocen bien saben que Javier no puede controlarse ante la sonrisa de un veinteañero, y en su trabajo hay muchos.
Ahora se está moviendo. Me produce un escalofrío que me recorre todo el cuerpo. Sin embargo, tengo que admitir que tiene una sensualidad increíble. Se arrastra, se siente dueña, sale y entra cuando quiere. Se adueñó de mi tiempo y de mi espacio.
La infidelidad fue un tema que tocamos desde el primer día en que empezamos a salir. Javier argumentó que una pareja gay tenía que hablar de estas cosas desde el principio. A mí no me parecía importante. No creo que haya que tener un reglamento de la pareja. Las cosas se van dando. Pero Javier necesita tener todo planeado.
“Sabemos que hay tentaciones por todos lados, así que si un día cometés una infidelidad, te aclaro que no será motivo para terminar la relación.” Pero este romance duró meses, y siempre lo negó, y cuando le insistía que podíamos hablarlo, me decía que se había terminado, y era una mentira.
El día que el señor con el gancho y la bolsa negra se fue, la muy guacha salió del escondite a los cinco minutos. Volví a llamar, y al rato reaparecía el señor en el jardín, con el mismo gancho largo y la misma bolsa. La agarró de la cola, justo que se metía en el agujero otra vez. Se le escapó de las manos.
Yo no la invité a esta casa. En cambio, Javier entró en mi vida porque yo lo dejé. Y me sedujo con su piel morena, sus ojos saltones, con su sagacidad y su energía. Yo soy más tranquilo.
Lo que más me molesta es que ella cree que ya vive en esta casa, y yo no puedo disfrutar de mi jardín. Sé que no me va a atacar. Simón, cuando vino a cortar el césped, me dijo que le dé un palazo en la cabeza.
Me falta coraje para eso. Además, soluciono un problema, pero ¿y la culpa?
Cuando descubrí que Javier me seguía mintiendo, a pesar de que lo habíamos hablado y me había jurado que ya estaba todo terminado, le tendría que haber tirado toda la ropa por la ventana a la calle. Pero no hice nada.
Este lugar de la sala, donde empiezan los ventanales, se ha convertido en mi favorito. Me siento y la observo. Si no habría dejado de fumar hace años, seguro me prendía un pucho y me tomaba un whisky. Al observarla detenidamente, se pueden ver unas líneas sobre ese negro azabache. En realidad, es hermosa. Pero ¡qué estoy diciendo! No me quiero acostumbrar a tener una serpiente en casa.
Me vine acá por el trabajo de Javier. Construimos una vida juntos. No quiero tirar todo por la borda. Aunque a veces siento que Javier ya lo hizo.
Se metió en el agujero otra vez. Ya no sale hasta mañana. A veces sueño que me despierto y la encuentro en el medio de la cocina. Otras veces, que se la llevan en esa bolsa negra. Pase lo que pase, nada me satisface.
No la vuelvo a ver hasta mañana. Escucho que Javier acaba de estacionar el auto. Como siempre, me besará en la frente y me preguntaré si preparé la cena. Todo estará bien. Luego miraremos televisión hasta dormirnos.

Sergio Cilla

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